Correspondencia manuscrita del Maestro de la República Abel Bravo del Rincón, dirigida al canónigo Bruno Morey Fiol, durante los años de 1943 a 1960. Entre ambas circunstancias, con palabras sinceras, silencios naturales, fechas y recuerdos, consiguen ambos narrar el equilibro entre la confrontación y lo natural de sentir, pensar, convivir y así sobrevivir.
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1949-1950
Aquí sucede que, entre la carta tercera y la cuarta, transitan cinco años de silencio sin intercambio de palabras, sin conversar de esa manera «franca» a la que se refiere Abel cuando celebra las misivas. Es casi necesario detenerse, pues está repleta de notas, agradecimientos, párrafos explicativos y otras consideraciones que se organizan y mantienen su progresión. Conforman media década, así que Abel contesta a una carta recibida en la Navidad de diciembre de 1949, y decide enviarla el día 15 de enero de 1950. Es un tiempo abisal, requiere ciertas pautas y casi pide dividir la epístola en tres etapas; la que describe al canónigo, la que vivió en la cárcel el maestro Abel, y la que se aferra a unos tiempos más amables. «Ilustre y muy querido Bruno: Complacidísimo como siempre, he leído tu magníficamente bien escrita carta —de 27-12-49—, repleta, como todas las tuyas, de cariño hacia mí, y de elogios que yo agradezco y correspondo. Veo que te has puesto en contacto con Eugenio Marín (Perellón), amigo mío exseminarista, y hoy estudiante aventajado de Derecho… Su madre, viuda, es una sencilla mujer que se gana la vida vendiendo pollos, gallinas, pavos, etc…». Está mediando, quizá porque este joven prometedor es oriundo de Javali Nuevo, y lo de «viuda» podría estar vinculado a las idas y venidas, o idas sin regreso, de la propia guerra. No se sabe.
Gran claridad nos transmite, en fechas más recientes, en 1979, una parte de lo que escribe Bruno Morey en la despedida a su maestro Abel: «…un día en Roma, mientras dedicaba mis afanes jóvenes al estudio de la teología y el Derecho canónigo, en las aulas universas de la Georgiana, me enteré por un compañero de infancia que nuestro querido don Abel estaba confinado en un campo de concentración en España…». Aquí el canónigo no anda con medias descripciones: ni campo de trabajo ni prisión ni cárcel, al referirse a Totana. «…Había cometido el delito imperdonable de haber sido alcalde de su ciudad murciana, Alcantarilla, durante la última etapa de la malhada República. Y esto no se le podía condonar. Acudí por escrito al ministro de Educación Nacional, Ibáñez Martín (lo conocí gracias a un amigo, Pascual Galindo, que Su Santidad había nombrado Prelado Doméstico… quien por su tozudez maña le llamaban el Prelado sin domesticar e indomesticable…). Escribí al señor Ministro quién era don Abel, cuáles fueron sus méritos… Guardo las cartas de don Abel de aquellos tiempos, que abrieron en mi rostro surcos de lágrimas de agradecimiento… Se llamaba Abel. Y era un hombre bueno, con su bigote siempre arreglado, con su régimen de arroz con leche… Y pudo impedir que los Caínes de todas las razas y de todos los colores incendiaran las iglesias, persiguieran a sacerdotes y religiosas, o cometieran otros desmanes…».
Dos versiones y visiones críticas dentro de una misma circunstancia vuelven a reunirse; la del canónigo confrontando al clero, y la de Abel enfrentando su espacio ideológico para atenuar y redirigir, que además fueron las que determinaron su lógica de entender (casi obligados), comprender, admirar y saber legar algo más que una confusión de elementos, tal vez —y con seguridad— muy humanos. Lo de que Abel Bravo fuera alcalde de Alcantarilla pudo ser un nombramiento veloz —o accidental—, pues no hay constancia, o fue una estrategia de Brunito; querer otorgarle alguna máxima distinción para sumarla a lo de Maestro y «buena persona».
Por su parte, Abel tuvo como docente la intuición natural de observar a ese niño, Brunito, su capacidad y su sentido interior, muy al contrario de lo que le sucedió a Gabriela Mistral, que por ser retraída, silenciosa y tímida, de la escuelita la devolvieron a su casa para que no la dedicaran al trabajo intelectual, como si fuera «defectuosa». Así se explica Abel: «…Bruno Morey Fiol, el ‘Brunito’ de entonces, llamado así con todo cariño, pero que ha descubierto su privilegiada inteligencia que le permite cobijar, ampliamente en ella, muchas especiales aptitudes. En ellas se albergan, holgadamente, la poesía, la oratoria, la jurisprudencia, la filosofía, la filología, la teología y mucha otras más. Y para colmo de vuestra bondad, aun me llenáis de elogios en particular, tú, que me subes tan alto que no sabes dónde ponerme. Y en justa correspondencia, quiero hacerte saber, por si no lo sabes, que erais la admiración de cuantos os conocían…». Morey era conocido por sus breves homilías, muy certeras, de no más de tres o cinco minutos, que conmovían profundamente a la congregación y con las que conseguía una especie de «poda» general, o de siega intempestiva. «…Te has encontrado como pez dentro del agua, y has hallado ocasión para desplegar tus alas, y moverte en todas direcciones. Has aprendido idiomas —para lo cual tienes sobresalientes aptitudes—, has podido entregarte y seguirás entregándote a hondas meditaciones. Y por si algo te faltaba, ahí están las ‘musas’ rondándote…».
Cuando Bruno Morey cumplió ciento un años, se le entrevistó para El Diario de Mallorca, dejando una semblanza que abordó José Jaume Palma, definiéndolo como «el último renancentista»: «… La finura intelectual del canónigo Morey no cabía en los apretados corsés imperantes en la Iglesia española y mallorquina. Desde entonces fue un cura incómodo, al que nadie se atrevía a fulminar, tal vez porque había puesto a disposición de la Iglesia una considerable fortuna… Aseguraba que había nacido sacerdote y que si mil veces renaciera, mil veces volvería a ser sacerdote. Era un cura que evolucionaba casi a la velocidad de la luz. Se había despojado por completo de los ropajes del nacionalcatolicismo… Se permitía decir lo que todavía nadie en la Iglesia de Mallorca osaba pronunciar en voz alta».
Si Morey fue un aval particular —y poderoso— para Abel, en este sentido, Abel pudo avanzar por los años complejos con su apoyo incondicional y gracias a este incómodo, versátil y rebelde canónigo. Aquello fue una primera gran suerte para Abel, a la que se unió otra, aunque resulte contradictorio admitirlo, y fue su libertad condicional en 1941. «…Y ahora voy a hablarte del MI actual. De salud, magníficamente, como hace ya muchos años que no estaba. En el año 49, ni un resfriado, ni purgas ni dolores. Así entro en 1950. Las cosas de la vida, todavía mal. Mi trabajo escolar es mucho, y de poco rendimiento económico. Por eso he pensado en reingresar, de lo cual ya tienes noticia. Para reingresar, se han hecho casi todos los trabajos. No falta más que uno, el Sacerdote de la Parroquia del pueblo…».
El primer contacto de Abel con Mallorca fue durante un viaje de la Escuela Normal de Educación, realizado durante una excursión pedagógica en 1908. Solían realizar viajes de observación y estudio, recorrieron toda Murcia, capital y alrededores, visitaban la Plaza del Mercado, tomaban notas, asistían a la hora de la comida en los Niños Desamparados; desde allí paseaban hacia el Gabinete Clínico, les informaban de los Rayos X, del trabajo en laboratorio, luego el Parque de Bomberos, el Asilo de Huérfanos de Mineros (para conocer tanto los cuidados y atenciones como la instrucción que recibían). Las autoridades solían dar, a estos maestros en ciernes, un banquete y más tarde visitaban las minas de la Sociedad Escombrera (en Cabezo Rajado), todo esto acompañados por el alcalde Jacinto Conesa García y el maestro José María Arnáez, representante de una generación de pedagogos «libres de los rutinarismos de la letra muerta».
Pero cómo se organizaba, cómo se consiguió en Valldemossa abordar clases, espacios, aulas, y avanzar ante cada contrariedad, parece ser la pregunta a la que Abel responde, una y otra vez, y ya en 1950:
«El hecho fue el siguiente: En las mañanas templadas de abril y mayo, estabais ya en la puerta de la Escuela —esperando que la abriera— desde antes de las 7 de la mañana. Y yo abría a las 8. Y ese hecho, repetido un día y otro día, me hizo pensar que no sería mucha extorsión para vosotros empezar las clases a las 7 y darlas por terminadas a las 10, con lo cual obtendríamos varias ventajas.
1ª.– Disminuiría, en esas horas, la afluencia de alumnos, porque los pequeños no concurrirían.
2ª.– La Enseñanza, para los mayores solos, sería más homogénea y sosegada. Y la de los pequeños, después, lo mismo.
3ª.– Si los mayores tenían que hacer cosas en sus casas, podrían hacerlas hasta las 3 de la tarde, en que volver-.Unos en España. Otros en el extranjero. Y casi todos, en todas partes… dios de San Matjo, San Veri, San Oleza, y otros, aunquíamos a reanudar las clases.
4ª.– A las 10, entrarían los pequeños, que permanecerían en clase hasta las 12, hora en que saldrían a comer, para volver a la 1, y salir a las 3.
Este era el plan que facilitaba, extraordinariamente, mi labor. Os lo propuse, lo comunicasteis a vuestros padres y a todos (y a las Autoridades también) les pareció de perlas. Desde la implantación de este plan, la Escuela funcionó mejor… Sin ese apoyo, hubiéramos seguido dando tumbos. A partir de ese momento la Escuela de Valldemosa fue, en algunos aspectos, Única en el mundo… No faltaron alumnos, ni aún aquellos que tenían que recorrer varios kilómetros de cuestas y malos caminos, para llegar a la Escuela, desde los predios de Son [Matjo], Son Veri, San Oleza, y otros, aunque lloviera, nevara, o soplara un viento fuerte… Valldemosa es, en este aspecto, una ecuación con muchas incógnitas despejadas, entre las cuales se encuentra la producción en serie de los Héroes de la Voluntad y de Inteligencias muy Claras… Y como tu, querido Bruno, habéis triunfado… Otros ha triunfado en el Magisterio y profesiones civiles y militares. Unos en España. Otros en el extranjero. Y casi todos, en todas partes…».
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(El artículo y narración del Canónigo Bruno en homenaje a Abel Bravo Rincón se publica el 18 de febrero, de 1979, en el diario Baleares: órgano de la Falange tradicionalista, bajo el título Se llamaba Abel. El sacerdote Pascual Galindo, especialista en toponimia, y pedagogo, fue conocido por sus traducciones y aportaciones a la política bibliotecaria. José Ibáñez Martín fue ministro de Educación Nacional entre 1939 y 1951, más conocido en la actualidad por fundar el Consejo Superior de Investigaciones Científicas —CSIC—, y por su vinculación con la etapa de las depuraciones. José María Arnáez y Pérez, activo docente desde 1895, es quien organizaba viajes y excursiones como preparación para los futuros maestros; escribió Nociones de Aritmética, fue director de la Escuela Normal Superior de Maestros en varias provincias, y director de la revista ilustrada Murcia, hacia 1908.)
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