“Sólo cuando vives un bombardeo en persona comprendes el verdadero poder psicológico y de destrucción de las armas”. El periodista Alberto Rojas lo ha vivido y lo cuenta en su nuevo libro, Vivir la guerra (Ediciones B). Su historia no es un sesudo análisis militar o geopolítico, sino la descripción de lo que se experimenta cuando la guerra se vive allí, en el frente, contando los segundos para que explote el siguiente misil o pisando la tierra quemada, y minada, que poco a poco va quedando atrás camino del frente.
Alberto Rojas (Puertollano, 1977) sigue la larga tradición de grandes reporteros de guerra de El Mundo: Alfonso Rojo, el pionero; Julio Fuentes y Julio Anguita Parrado, asesinados mientras trabajaban en Afganistán e Irak respectivamente; Javier Espinosa, con quien hoy día comparte las guerras; y, sobre todo, su maestro y padre periodístico, el ya fallecido Fernando Múgica.
El propio autor cuenta en el prólogo la historia del libro. “La base de estos textos que componen Vivir la guerra —escribe— se escribió en hoteles de ciudades a oscuras cerca del frente, casi siempre por las noches mientras los demás descansaban y pocas horas después de haber sucedido los hechos”.
Rojas ha publicado cientos de reportajes sobre la invasión rusa de Ucrania, que “hoy están fragmentados y perdidos en internet o que amarillean en el fugaz papel prensa, sin un hilo que los conecte”. Pero no todo tiene cabida en el fragor del día a día de un perioódico. “Por eso —explica—, aunque he respetado la frescura primigenia de esos recuerdos y conversaciones, porque la memoria juega malas pasadas (de ahí la importancia de escribir todas las noches), he añadido varias cuestiones más”.
Esas cuestiones —complemento de sus crónicas ya publicadas— explican “la experiencia de la guerra y son impublicables en la mirada fugaz de un periódico: la parte anecdótica y, sobre todo, la emocional. Con esa argamasa he podido componer una idea reposada, completa y unificadora. Ahora no voy a contar todas las historias de la invasión, sino una, la guerra misma”.
Son descripciones como la que sigue, que no se suelen encontrar en los textos enviados con urgencia para el día a día. “La guerra es espera y aburrimiento, las batallas se resuelven en pocos minutos —escribe Alberto Rojas—. Hay un ataque, se dispara todo lo que se tiene a mano y muere gente. Si hay suerte, se avanza, se cava cien metros más adelante, en un suelo congelado que parece de granito, y se espera a que el enemigo contraataque para tratar de recuperar esos cien metros. Así, ver a un periodista es una novedad en esa rutina y, para la mayoría, un entretenimiento pasajero o un estorbo”.
Los conflictos se valoran de forma muy diferente en las redacciones y sobre el terreno. Cuando se alargan, la demanda de noticias va decayendo. “La guerra genera enormes contradicciones —se puede leer en el libro—. En Ucrania, los combates escalaban mes a mes, pero el interés informativo decrecía; durante los primeros días de la invasión, uno podía disponer de tres páginas enteras para la edición en papel y un año después tenías que pelearte por colar una historia cada tres días”.
Pero se produce un fenómeno muy curioso que el lector desconoce. En paralelo al enfriamiento del interés, en el frente todo son facilidades para obtener información, porque los contendientes no pueden permitirse el lujo de desaparecer de las páginas de los periódicos o de las pantallas de televisión. ”Conforme la atención baja, mejora el acceso a la información (…). Uno sabe que la guerra ha dejado de interesar cuando puedes verla de cerca”.
Pese a que aquí se ha hecho hincapié en la experiencia del periodista, este no es un libro sobre cómo vive la guerra el enviado, sino que es un libro de testimonios. El periodista apenas habla. Escucha y deja hablar a los verdaderos protagonistas: a los soldados, a los prisioneros, a los heridos, a los que pasan hambre, a los que ven arruinadas sus vidas, a los que han perdido a sus seres queridos… Personas que Alberto Rojas se ha ido encontrando durante estos dos años y medio, tras once viajes a Ucrania, y después de recorrer unos 40.000 kilómetros por el interior del país en tren y en coche. El dentista alcohólico y sin dientes de Saltivka, Olexander Chukhil, el pediatra Olexander Martinsov, que convirtió su clínica de Mariúpol en un hospital de sangre, la joven Yarina Chornohuz, que se alistó porque para una mujer es más seguro el frente que la vida civil. Y tantos otros a los que el autor deja hablar para que nos cuenten y nos estremezcan con su relato de cómo es vivir la guerra.
Son historias ante las que no cabe la indiferencia, que traspasan la coraza del periodista, que marcan para siempre. “Uno va a cubrir una guerra —concreta Rojas—, pero la guerra lo acaba cubriendo a uno. Cuando vives algo como esto puedes contarte el rollo que quieras o engañar a los demás, pero lo que has visto ya no tiene vuelta atrás. Vas a tener que lidiar con ello de por vida”.
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Autor: Alberto Rojas. Título: Vivir la guerra. Editorial: Ediciones B. Venta: Todostuslibros
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