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Está de moda el verso triste

Está de moda el verso triste

No seré tan ingenuo como para tratar de descubrir, a estas alturas, la trayectoria y la personalidad de uno de los críticos —honesto y honrado donde los haya—, profesores e investigadores de más talento y mejor consideración de estos últimos treinta o cuarenta años en España. Santos Sanz Villanueva es un sencillo señor de Soria —su particular manera de hablar no le desmiente— que, amparado en su infinita fe y en su eterna misericordia, aún cree en la resurrección del Numa, es decir, del Club Deportivo Numancia que, desde hace un tiempo, habita, sin un Virgilio que le guíe, en lo más profundo de los infiernos futboleros, después de haber conocido días de esplendor y gloria en su fugaz paso por la Primera División.

Por lo demás, al margen de sus aficiones secretas, Sanz Villanueva es catedrático jubilado de la Complutense de Madrid, Premio Fastenrath de Ensayo de la Real Academia, por su libro Historia de la novela social española, y autor de verdaderas joyas, que todos los filólogos hemos leído y citado en abundancia, como Tendencias de la novela social española (1972) o La novela española durante el franquismo (2010), amén de sus archiconocidas y bien elaboradas ediciones críticas de obras de autores como Cervantes, Delibes, Josep Pla, Torrente Ballester o Francisco Umbral, entre otros.

Acoso y derribo es un volumen de más de medio millar de páginas que sólo podría llevar a cabo quien atesora una larga experiencia y el haber estado siempre al pie de las letras. Y, sobre todo, de poseer la suficiente habilidad y la suprema inteligencia para encauzar, darle forma y sentido, a ese torrente de información, a tantos títulos, a los interminables datos de que dispone, a los muchos autores, con su minuto de gloria, que desfilan por estas páginas. Están ahí no sólo los que tuvieron el privilegio de ocupar, en su día, una butaca de primera fila, el palco de los privilegiados, como Cela, Gil de Biedma, Delibes o Carmen Laforet. Sanz Villanueva, con buen criterio y especial sensibilidad, reserva un espacio, que también merecen, a esos otros —críticos, autores, editores, gente de la cultura— que, aun habiéndose asentado en un espacio mucho más modesto, menos relevante, se le antojan fundamentales para el devenir de España en algunas facetas todavía poco exploradas de la cultura.

Las intenciones del autor de estas páginas están bien claras. Y así lo manifiesta en unas “Palabras previas” que sirven de pórtico. Su objetivo principal es llevar a cabo un “recorrido en las letras españolas del fenómeno estético y político” que se ha venido etiquetando de diversas maneras, pero cuya denominación más conocida y utilizada es la de “realismo social”. Así pues, comienza por esos iniciales “vagos fenómenos” de la disidencia de la dictadura de las letras, y concluye con el descrédito de la escritura militante tras sufrir “furiosos ataques” que aceleraron el proceso. Y, entre medias, un efímero esplendor que se tradujo en obras de una calidad más que razonable, aunque sin llegar a la excelencia. Todo no se puede pedir en la vida.

En manos de gente menos experta y sin escrúpulos, que en la actualidad tanto abunda, un libro así se podría haber convertido en una verdadera corrala de vecinos, en una reunión de escalera, en un patio de monipodio. Lo vengo a decir porque el autor, dada su experiencia y su curiosidad extrema por meterse, en ocasiones, donde ni siquiera le llaman, dispone de muchas y graciosas anécdotas que afloraron en nuestro país, sobre todo a raíz de los muchos y variados congresos y encuentros, a veces incluso improvisados e informales, que tuvieron lugar durante esta etapa repleta de incertidumbre, pero, también, de ilusión por el supuesto poder social y de convocatoria de la literatura, que mantuvo la moral de los creadores bien alta y que invitó al optimismo.

Desde esa neutralidad que Sanz Villanueva persigue y que consigue a base de mantenerse firme, en su sitio, y utilizar los calificativos precisos con sumo cuidado, el autor trae a colación, porque resulta inevitable, ciertos pasajes que hacen mucho más entretenido este recorrido por una época que parecía completamente olvidada. Los nombres suelen ser siempre los mismos: Juan Goytisolo —el único escritor español, según Marsé, capaz de sacarse en procesión a sí mismo—, el otro Juan, Juan Benet, Pere Gimferrer o Salvador Clotas, que comenzó por apostar por un autor como Martín-Santos —no en vano fue el autor de un elogioso prólogo plasmado en uno de sus libros póstumos unos años antes— al que acusa de iniciar una moda literaria que rozaba la estupidez.

De Benet también se podía esperar cualquier cosa. Cualquier cosa que no sea buena ni edificante, claro. En este sentido, El autor de Volverás a Región califica la prosa de su tiempo, con especial atención al realismo social, de pura mediocridad, y aprovecha la ocasión para negar que la literatura pueda tener una función social, como algunos pregonan. En sus encendidos “enganches” con Isaac Montero, que tuvo que soportar y sufrir estoicamente sus palabras, Benet, en un alarde de soberbia, tan típica en él, llegó, incluso, a mostrarse a favor de la censura, puesto que no sólo hacía un buen servicio a la literatura, sino que, además, le ahorraría al público español las novelas del “señor” Montero.

Gimferrer, aunque más prudente y moderado que Benet, tampoco se quedó corto a la hora de hablar del papel de la lírica que se llevaba por aquel tiempo: “La mayoría de los poetas españoles —aseguraba— han hecho un arte de no decir absolutamente nada, ni respecto a la realidad ni respecto al lenguaje”. Nada nuevo bajo el sol, puesto que, ya en 1959, Gerardo Diego, en uno de sus poemas del libro Canciones a Violante, había dejado bien claro que “Está de moda el verso triste, / el verso rojo, el gris de plomo, el negro”.

A la fiesta se unen otros ilustres nombres, que Santos Sanz saca a la luz: Gil de Biedma o Carlos Barral. Este último no sale demasiado bien parado, y el autor de estas páginas, utilizando sus propias palabras —por la boca, una vez más, muere el pez—, lo deja en evidencia, cuando no en ridículo. Y es que el poeta-editor aseguraba, sin cortarse un pelo, emulando así al personaje de moda, que no era otro que Juan Benet, que Pío Baroja, al margen de ser un “escritor simpático”, sólo llevó a cabo dos o tres novelas buenas; si bien, en un alarde de concesión al tendido, a la sorprendida parroquia, Barral estaba dispuesto a reconocer que Galdós, ay, Galdós, fue, por su parte, autor de dos o tres novelas, “pero no más”.

Mención aparte merece el esfuerzo añadido de Santos Sanz Villanueva por colocar en el sitio que merece la literatura que, a partir de finales de la década de los cincuenta el siglo pasado, llegaba, con un insólito ímpetu, desde Ultramar: una literatura hispanoamericana que, con autores como Vargas Llosa, ganador del Biblioteca Breve a principios de los sesenta, y García Márquez, “amenazaba”, muy seriamente, a todo ese anquilosado, lánguido y ya algo aburrido panorama de la “derrengada” (el calificativo es de Juan Ramón Masoliver, otro de los rockeros  que nunca mueren de la crítica literaria) novela social que daba sus últimas boqueadas como un pez sacado del agua. Los autores hispanoamericanos comenzaron siendo vistos como una amenaza contra lo “nuestro” —eso, de entrada, permitió, al menos, unir a los dos extremos, con escritores como Gironella y Grosso haciendo causa común— y hubo quien, en las páginas de un conocido periódico, llegó a confesar que Cien años de soledad se le había caído de las manos… y no por puro accidente.

El boom hispanoamericano, en opinión de Santos Sanz, tuvo, sin embargo, un papel muy relevante en la trayectoria del realismo social y contribuyó, de manera decisiva, a la transformación de la prosa española, a la que le proporcionó un gran impulso. Pero, en cualquier caso, según el autor de la obra, no tuvo nada que ver en la quiebra del realismo, “sino que se benefició de ella”.

Acoso y derribo es una obra monumental que, por momentos, llega a ser, incluso, divertida. Es el genuino resultado de un largo y minucioso trabajo, como es fácil de comprobar si nos atenemos tanto a sus referencias literarias, en donde no faltan los de toda la vida, y que Santos Sanz cita con respeto (Baquero Goyanes, Bértolo, Castellet, García Viñó, Iglesias Laguna, etc.), como a su extenso índice onomástico que indica la larga nómina de autores tratados, algunos exhumados de sus propias cenizas, del pesado polvo del olvido. Y es, además, un libro bien escrito, marca de la casa, con una prosa sugerente, rica y variada, en la que emplea la terminología precisa, sin llegar al agobio de los que pretenden ser cursis. La prosa, en fin, a la que nos tiene acostumbrados el autor, que deja así, para las generaciones venideras, un bien documentado testamento, punto de partida de toda futura investigación que pretenda llegar a buen puerto.

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Autor: Santos Sanz Villanueva. Título: Acoso y derribo. Subtítulo: Pensamiento literario y disidencia política en la posguerra española. Editorial: Punto de Vista Editores. VentaTodostuslibros.

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