Ante la multitud de opiniones y posturas a favor y en contra del papel histórico de España en el mundo, siento la necesidad de hacer una reflexión y aportar mi modesta opinión, basada únicamente en lo que sé y conozco sobre la historia de mi nación. Mi opinión se fundamenta en mi afición y amor por la literatura histórica, en cualquiera de sus múltiples facetas. Después de ver la controversia que levanta en la sociedad nuestra historia, solo aspiro a que, algún día, se abra un debate reflexivo, sin enfrentamientos, alejado de los tópicos y convencionalismos. De esta reflexión sosegada que propongo debe surgir un análisis alejado de todo tipo de consignas.
El orgullo es, según su definición, un sentimiento de satisfacción por los logros, capacidades o méritos propios. Aunque no fuimos nosotros quienes atravesaron océanos, levantaron ciudades o se enfrentaron a invasores, esos logros nos pertenecen, como herederos de una tradición y una historia que moldearon no solo a España, sino al mundo. No obstante, este legítimo sentimiento no debe esconder ni negar las miserias y los comportamientos que menoscabaron la dignidad de los otros, pues hubo quienes, con actitudes canallas y deplorables, mancharon episodios de nuestra historia. Reconocerlo y ser críticos no nos resta orgullo, sino que lo dignifica, pues nos permite abordar el pasado con honestidad y justicia.
El presentismo, es decir, la tendencia de juzgar los hechos históricos con reglas y valores actuales, debe ser evitado al reflexionar sobre la historia. Solo de este modo se puede hacer un análisis justo que respete la verdad histórica. Las herramientas que nos ofrecen la historiografía, la arqueología y los avances técnicos permiten hacer un revisionismo en su versión crítica o también en la clásica, siempre que este no caiga en el negacionismo, que solo busca reescribir la historia según conveniencias políticas o ideológicas que se encuentran alejadas de la realidad. No quiero olvidar ni dejar sin crítica los comportamientos que menoscabaron la dignidad de los rivales, enemigos y pueblos con un comportamiento canalla y miserable, lleno de egoísmo, que menoscabó nuestro prestigio.
Desde los inicios, España ha sido una tierra de mezclas y migraciones, un mosaico enriquecido por íberos, griegos, fenicios, celtas, suevos, vándalos, alanos, visigodos, judíos, moros, latinoamericanos y otros pueblos. Esta diversidad es un pilar del acervo común que nos une, y a lo largo de la historia el pueblo español ha sido capaz de forjar una identidad que abarca múltiples raíces. A su vez, desde España se ha emigrado a América, Europa y, en menor medida, a Asia. Este fenómeno ha dado nacimiento a una amalgama que ningún otro pueblo posee.
Así, en el descubrimiento y la posterior conquista de América, se observa un proceso dual de logros y errores, de intercambios y enfrentamientos, de éxitos y fracasos estrepitosos. Durante esa etapa España fundó universidades, colegios, llevando avances culturales y, sí, también llevó una fe que, en contraste con las prácticas de canibalismo y sacrificios humanos de algunos pueblos precolombinos, propuso un nuevo sistema de creencias. Aunque es imposible ignorar que la conquista tuvo episodios oscuros, los nativos americanos también participaron en un proceso que, para bien o mal, transformó sus vidas y las nuestras.
Durante siglos España fue la frontera del mundo europeo, resistiendo y frenando las invasiones árabes. Los romanos nos dejaron un legado de idioma, de organización administrativa, leyes fundamentadas en el derecho, obras públicas, filosofía y cristianismo que cimentaron el desarrollo de la civilización europea, mientras España contenía la invasión musulmana.
El imperio español, como señaló el filósofo y catedrático Gustavo Bueno, tuvo un carácter “generador” que, sin negar su ambición y explotación, dejó estructuras políticas, sociales y culturales que impulsaron el mestizaje y la creación de nuevas identidades en el Nuevo Mundo. Este proceso contrastó con otros imperios llamados depredadores, aquellos que consumieron todo o parte de otros pueblos, y que, como dice la propia palabra, destruyeron lo que subyugaron. El ser un imperio generador permitió dejar un legado a la nueva etnia que surgió del mestizaje protagonizado por los españoles. Es obligatorio reconocer la preocupación de los reyes españoles del siglo XVI por dotar de un conjunto de novedosas leyes, como fueron las de Burgos y Salamanca, a los nuevos súbditos y a los virreinatos creados en la conquista de América.
España fue una nación adelantada a su tiempo. Creó la primera globalización, al establecer una línea de comercio y navegación que conectaba Manila con México y éste último con Sevilla, imponiendo a nivel mundial la primera moneda franca: el real de a ocho, aceptada por comerciantes y banqueros de todo el orbe. No se debe olvidar que España, junto con Portugal, logró durante décadas que el conocimiento del relieve de las costas del mundo contenido en los mapas cambiara continuamente gracias al descubrimiento de nuevas tierras y mares, impulsando una revolución tecnológica, astronómica y cartográfica que supuso el paso del arte de la navegación a la técnica naval y marítima.
En oposición a los logros conseguidos, los gobernantes españoles, cuando aparecieron noticias exageradas, falsas y tendenciosas sobre sus comportamientos, decidieron no combatir la injuriosa leyenda negra que se extendió, a modo de un reguero de pólvora, por la Europa que se encontraba enfrentada al poder papal y que propició el cisma. Felipe II llegó a afirmar que, si se dedicaba a desmentir los bulos que componían la leyenda negra, no se dedicaría a gobernar. Con esta postura permitió que se menoscabase el buen nombre y el prestigio de España. Considero, peor aún, que hoy en día, a pesar del profundo conocimiento que existe de la verdad y realidad histórica, ciertos sectores de la sociedad sean capaces de aceptar los bulos, mentiras y falsedades vertidas contra nuestros antepasados y no sean capaces de analizar la verosimilitud de la historia y la falsedad de las leyendas inventadas por enemigos interesados en atacar a España.
La historia de España ha sido capaz de dejar testimonio de sus momentos de gloria y de sus fracasos, de promover las artes y la cultura, y de enfrentarse a los mitos que buscaron oscurecer sus logros. Recordemos que, como afirmó Jorge Ruiz de Santayana, “quien no conoce su historia está condenado a repetirla”; por lo tanto, es necesario estudiar y conocer la historia para no repetir los mismos errores. En base a la experiencia de siglos solo leyendo, estudiando, aprendiendo y debatiendo con honestidad, podremos ser mejores en el futuro. En este punto es preciso que no nos olvidemos de lo que dijo sor Juana Inés de la Cruz: “No leo para ser inteligente y saber más, leo para ignorar menos”.
Considero muy importante destacar que, a pesar de que a lo largo de nuestra historia estuvimos regidos por una inmensa mayoría de gobernantes incapaces, inútiles, egoístas y corruptos, a pesar de esta rémora, los grandes comportamientos de dignidad y heroísmo fueron protagonizados por congéneres como nosotros, gente común y corriente.
Al final del camino, debemos reconocer que, con todas sus luces y sombras, debemos sentirnos orgullosos de nuestra historia y defender lo que lograron nuestros antepasados. Al fin y al cabo, fueron ellos quienes, bien o mal, escribieron nuestra historia. Aunque no podemos sentirnos responsables de sus actos, sí podemos, y debemos, sentirnos orgullosos de quienes somos hoy, gracias a ellos.
Por lo expuesto, la respuesta a la pregunta del título es un “sí” rotundo. Considero que, en consonancia con lo expuesto, debemos empezar a reivindicar ya el sentirnos orgullosos de lo que llegamos a ser como nación, respaldar el papel histórico de nuestros antepasados y asumir aceptando la herencia que nos han dejado.
Simplemente MAGNIFICO!
Gracias, Olga
Absolutamente de acuerdo, amigo Ramón. Mi “sí” ya lo tenía claro antes de leer tu reflexión. Debemos sentirnos orgullosos de nuestros logros, nuestros antepasados, nuestra historia y nuestro legado, aunque sin dejar de reconocer los errores (grandes y pequeños, graves y leves) que se cometieron, pero sin perder de vista que muchos de ellos fueron necesarios para avanzar hasta la España plural, democrática y avanzada que es hoy y que no sería de no haber hecho lo que hizo en los últimos 2000 años. Que cada uno se sienta orgulloso con lo que le plazca, yo lo estoy de nuestra historia, sin duda. Ojalá nuestros dirigentes supieran quién fue el insigne filósofo madrileño y la importancia de su categórica afirmación. Desgraciadamente estamos condenados a repetir nuestros errores del pasado, de ahí que los escritores sobre la historia nos empeñemos en recordarlos, con el deseo de que quizás alguno de nuestros libros caiga en las manos de los que se pronuncian en nuestro nombre.
Enhorabuena por tu excelente artículo, Ramón, no era fácil…
Gracias, Juan.
Gracias Ramón, como siempre, aprendiendo y estando de acuerdo contigo.