“Para las fotografías tenía el look gitano de clase alta que Marisa Berenson y Penelope Tree habían popularizado: con ojos como estrellas de mar”, recuerda Anjelica Huston en sus memorias —Mírame bien (Lumen, 2015)—. Particularmente, ella “miraba el objetivo de la cámara con recelo, como un perro a punto de morder”. El objetivo en cuestión no era otro que el de David Bailey, uno de los más celebrados fotógrafos del Swinging London: el que inspiró a Michelangelo Antonioni el Thomas (David Hemmings) de Blow Up (1966).
En los meses siguientes, adolescente aún, habría de posar para otro de los grandes del Vogue inglés: Norman Parkinson. Hija también de la modelo y bailarina Enrica Soma —cuarta esposa del cineasta—, Anjelica Huston —cuyo trabajo en El honor de los Prizzi (John Huston, 1985) habría de valerle el Oscar a la Mejor Actriz—, en sus comienzos, con sus ojos de estrella de mar y su look de gitana upper class, quiso seguir los pasos de su madre.
Fue su padre quien se empeñó en que protagonizase Paseo por el amor y la muerte (John Huston, 1969), su primer filme. Estaba ambientado en la Francia de la Guerra de los Cien Años, durante la Jacquerie (1358), el cruel y sangriento levantamiento campesino contra la nobleza, que los caballeros acabaron reprimiendo con idéntica crueldad. Su protagonista, Heron de Foix —recreado por Assi Dayán, el hijo de Moshé Dayán, el general israelí— era un joven estudiante parisino que abandona La Sorbona para ir a conocer el mar. En ello está cuando a quien conoce es a Claudia —la joven Huston— y surge el amor entre ellos, viéndose obligados a huir de las matanzas de unos y otros.
De no haber estado rodado antes de los acontecimientos de mayo del 68, perfectamente hubiéramos podido pensar que Paseo por el amor y la muerte era una alegoría, o algo así, de los levantamientos estudiantiles parisinos. Pero la sedición de Anjelica fue el hedonismo del Swinging London: aquellas chicas con los ojos como estrellas de mar.
Su padre, cuando estaba con ella, la educaba como si fuera un chico, exhortándola a volver a subirse al caballo aunque aún se recuperase de las heridas de la última vez que la tiró el animal. Al veterano cineasta no le gustaron aquellas fotos promocionales de Paseo por el amor y la muerte que hizo Parkinson a su hija y ordenó que fuese retratada por Eve Arnold, la misma fotógrafa de Magnum que hizo los legendarios reportajes del rodaje de Vidas rebeldes (John Huston, 1961). Puede que Huston quisiera hacer de su hija su mejor filme. Se enfadaba tanto con ella en los primeros rodajes que es difícil creer cómo una muchacha —a la que sus padres, por otro lado, habían educado en la exaltación de la libertad y el libre albedrío— acabó por ser actriz. Bien es cierto que aún habrían de pasar 11 años antes de que la futura intérprete acabase por tomarse en serio su actividad actoral.
Una buena parte de la vida de la mayoría de las personas consiste en demostrar a los demás cuánto se vale. De hecho, esto es algo tan frecuente que contarlo no reviste interés alguno. A no ser que se sea alguien notable. Si además también se es hijo de padres sobresalientes, amén de la propia valía hay que dejar constancia de que se brilla con luz propia y no por el nombre de los progenitores. Ése fue el caso de Anjelica Huston.
Sin embargo, no fue consciente de que debía dejar constancia de su valor hasta que otro gran cineasta, Tony Richardson, le auguró, durante una cena en 1980, que no obstante su talento, nunca sería capaz de hacer nada con su vida. «Mírame bien», se dijo entonces. Contaba a la sazón 29 años, veía acabar su carrera como modelo y, pese a haber protagonizado Paseo por el amor y la muerte para su padre y colaborado con Elia Kazan en El último magnate (1976), en el cine seguía siendo una diletante.
Aquel desdén de Richardson fue el acicate para que esa gran actriz que es actualmente se pusiera en marcha. Oscarizada como su padre y su abuelo, Walter Huston, todos la recordamos en sus interpretaciones de Dublineses (John Huston, 1987), Los timadores (Stephen Frears, 1990) y tantas otras películas. Así pues, nada mejor que aquella frase —¡Mírame bien!— para titular sus memorias.
No hay duda de que fue su propio padre la primera persona a la que Anjelica reclamó esa mirada. Mientras su hija nacía en Los Ángeles en 1951, el realizador rodaba en el último rincón del entonces Congo belga La reina de África. El cineasta solo dio noticia del nacimiento de su primera hija cuando, dos días después, Katharine Hepburn —protagonista de la cinta— le preguntó por la nueva que traía el telegrama que un mensajero acababa de entregarle.
Por la infancia de Anjelica pasaron escritoras como Carson McCullers, de quien su padre llevó a la pantalla Reflejos en un ojo dorado (1967), y actores como Marlon Brando, que la protagonizó. Pero, a diferencia del resto de los hijos del Hollywood clásico, la pequeña se crió en una mansión irlandesa del condado de Kildare. Fue allí donde se instalaron sus padres cuando el cineasta, sabiéndose en las listas negras de la inquisición desatada contra Hollywood por el senador McCarthy, se nacionalizó irlandés. Ese habría de ser el paraíso perdido de la futura actriz, donde su padre la exhortaba a volver a montar a caballo pese a estar aún convaleciente de la última caída y ella soñaba con «ser católica para poder hacer la comunión».
Acusado John Huston de haber hecho Paseo por el amor y la muerte con el único fin de dar a conocer a su hija, el cineasta admitió que, en efecto, ésa fue la razón.
La joven Huston volvió a ser modelo de alta costura tras el varapalo que dispensó la crítica a sus primeras apariciones cinematográficas, y Richard Avedon la retrató para Vogue en el Londres de los primeros 70. Y fotógrafo de moda era Bob Richardson, su primer compañero sentimental, al que se unió cuando sólo tenía 17 años sin reparar en que él le llevaba 20. Todo apunta a que buscaba en él el padre que nunca tuvo del todo. Sorprende que ahora nos recuerde tanto, en todo, al realizador.
El otro gran hombre de su vida fue Jack Nicholson, a quien conoció en 1973. El actor le regaló una casa en California y un Mercedes, que ella estrelló. Anjelica incluso llegó a casarse con un artista plástico, Robert Graham, pero Nicholson y ella, intermitentemente, permanecieron unidos durante 17 años. En una de las rupturas, ella mantuvo un romance con Ryan O’Neal, que fuera uno de los mayores mujeriegos de Hollywood, y de los de mano más larga. Ya sabíamos de las palizas que propinaba a Farraw Fawcett cuando eran pareja. Anjelica también fue objeto de uno de esos maltratos. Bastó para la ruptura.
Consagrada como actriz por sus propios méritos desde finales de los años 80, yo la recuerdo especialmente en las cintas de Wes Anderson: Los Tenenbaums: Una familia de genios (2001), Life Acuatic (2004) y Viaje a Darjeeling (2007). Ahora, como todo aquel que escribe sus memorias, es ella la que mira hacia atrás. Seguramente satisfecha de no tener que demostrarle nada a nadie y de ser una excelente actriz.
Qué interesante relato Sr Memba!
Me gusta el cine y leer curiosidades sobre la vida de los actores y actrices que, pareciendo disfrutar de una vida glamorosa, en realidad tenían problemas bastante graves, como el caso de Anjélica a la que su padre machacaba con los caballos o la pareja le daba una tunda.
John Houston era un hombre feísimo y parecía antipático, lo que no impide que fuese un magnífico director. A Anjélica la vi y me gustó su actuación, no en vano le dieron un Óscar, en El honor de los Przzi.
Parece que el cineasta le pidió a Jack Nicholson que se casara con su hija, este le dijo que sí pero no cumplió. Este actor solo me gustó en Mejor imposible en la que borda el papel, sin embargo me desagrada y creo que personalmente debe de ser muy raro. Decían que Anjélica estaba muy enamorada de él.
Siempre que leo aspectos de la biografía de gente famosa, suelo compararlas con la mía, y siempre compruebo que, a pesar de sus lujos, teatros y glamour, la normalidad es mucho más satisfactoria.
Me ha gustado mucho su artículo. Enhorabuena.