Con Mariajo (María José Solano, con la que comparto nombre e intercambio diminutivo y con quien planeo escribir un tratado sobre La importancia de llamarse María José, aunque cada persona te llame de una manera) no puedo separar a la amiga de la escritora, y eso es muy poco profesional para una presentación de un libro. Ya, pero es humano y espero que entiendan que sobre todo es honesto, aunque esta honestidad mía no tenga mérito. Es solo una advertencia. La misma que les hago con este libro. Verán que, como lector, yo no puedo separar a la narradora de la autora. Porque su voz, su escritura es humana, es honesta. Y por eso perdura. Y qué otra cosa son los clásicos, ¿no? Lo suyo, lo de Mariajo aquí, en esta Mujer que besó a Virgilio sí que tiene mérito. Mérito y talento.
Solano titula y nos empieza hablando de Virgilio, a quien ella mira como un héroe. ¡Ay, la mirada! Sabe mucho de eso de mirar al héroe esta escritora, tanto, pero tanto, que se olvida de mirarse más a sí misma como lo que es, una heroína. Lo explico: ella aquí, en este libro, es nuestra gran heroína literaria. Viene al rescate, ya lo hemos dicho, con Virgilio…
Pero, pero, pero… Quedarse ahí por decirlo bonito, muy bonito, no tiene mérito por sí mismo. Eso sería como mérito por tiempo interpuesto, y esta escritora lo que tiene es el mérito de no quedarse en el pasado. No es una arqueóloga didáctica. No nos hace un repaso cronológico entretenido. No. Ella nos construye una metamitología a base de micromitologías extraídas de otro tiempo. Pero también de este tiempo.
Nos habla del pasado, pero también del presente. En los dos tiempos la vemos. Búsquenla, porque está ahí. Léanse su “Invierno en Nueva York” y sabrán el porqué del bolso negro de piloto que siempre la acompaña… Ahí lo dejo…
Otra cosa importante en estos viajes de Solano es el tiempo del verbo. Activo, no pasivo. Y lo destaco precisamente ahora, que andamos todos con el debate del consentimiento y del deseo. No; Solano no se deja besar por las ciudades: es ella quien besa, quien da el primer paso, y ahí es donde te conquista. El libro está lleno de ejemplos, pero quiero destacar algunos, como el viaje a la romana Via Margutta a través de sus historias de amor (es emocionante la de la modelo y el pintor ciego); o el viaje por el Madrid viejo, que me enloquece, donde conocemos la historia apasionada de una pareja que siempre se encuentra en un restaurante llamado El Schotis. O el viaje al Miami de Ian Fleming, aunque no sea yo precisamente muy partidaria de los tipos como James Bond. Pero es que la literatura de Solano es una seducción que convence; es un género literario inventado por ella, entre el viaje y el beso.
Nunca se pierde en el anacronismo ni la arqueología. Y eso es porque domina el pasado y sabe escucharlo, y uno, cuando la lee, tiene la sensación de que ese pasado le habla a ella directamente de manera distinta que a los demás. Esta palabra no me gusta, pero me van a entender: es como una médium. Y eso es Mariajo en este libro y también es Mariajo como amiga. Honestidad y talento puro.
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