Lo de Uber no es una forma de transporte, es una manera de vida en este México de la FIL. Alrededor de la feria hay una ciudad, que es Guadalajara. Una urbe que más que para andarla está hecha para transitarla en coche, por las distancias, que ya tienen algo de continentales al lado de las más reducidas y pequeñas que existen en esa península geográfica que es Europa; y también, porque en estos lares, al perderse el sol por el horizonte, ya no resulta conveniente deambularla.
Eso del flâneur de Robert Walser, de Baudelaire, que más que una contemporaneidad, es un modernismo, queda muy bien para ejercitarlo en Milán, Ámsterdam, Edimburgo o Kiev, si se pudiera ir, claro, pero es algo que no es factible en la Guadalajara de Jalisco, sobre todo cuando la luz decae, porque más que una filosofía delataría cierta actitud inconsciente. Andar aquí es un ejercicio de riesgo.
Aquí el camino más corto entre dos puntos no es una recta, es un Uber, porque es la forma más segura de evitar asaltos y de que la policía no te venga con una mordida y la amenaza de arrestarte con la excusa de que se lleva medio diazepán en el bolsillo, el diazepán, por supuesto, que es necesario para atajar esto del desfase horario.
La posibilidad de coger un taxi, pues puede salir bien, vale, pero también mal, así que más que un servicio público es una ruleta rusa. Ganas de entrar en juegos de azar. Tenemos así una ciudad que más que para vivirla está desarrollada para circularla. Una ciudad que tiene los arcenes, no a medida del hombre, sino de los pickups. Las cuadras, las manzanas, son grandes porque el camino a pie es el que va del carro a la puerta.
El paisaje urbano es una suma de casas protegidas por concertinas, muros con vallas de remates alanceados y paredes con alambradas espinosas, porque la noche es oscura, como el alma a la que cantaba San Juan de la Cruz, y nunca se sabe qué suerte de bandido puede sorprenderte. Esto da el perfil de una realidad que al europeo, que más que un ciudadano es, sobre todo, un viandante, un peatón, alguien que patea el lugar donde reside, le choca, porque en sus principios, la ciudad está para vivirla, no para tomar un taxi. Pero aquí es lo contrario y se vive en el Uber, que es lo que te lleva a los lugares. Hay algo extraño, para los tipos que venimos del otro lado del charco, ver aceras que no están hechas para transitar, sino para separar las casas de las calzadas. Está bien venir, verlo, conocerlo, porque así nos damos cuenta del ensimismamiento de nuestra Europa, que cree que todo es un parque de atracciones y que no se entera de que existen lugares en la Tierra donde andar por la calle está visto como un privilegio.
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