Cuando te escucha atentamente en silencio y frunciendo mucho el ceño, significa que, en cuanto te calles, te vas a cagar. Que, cuando termines de decir lo que andabas diciendo, te va a caer Antonio Lucas encima sin querer con una reflexión que apuntarías en una libreta, con una cuestión en la que no habías reparado tú, con una anécdota exquisita y generosa.
Antonio Lucas es uno y trino, que de santidades hablamos. Uno: el poeta sin concesiones. Dos: el novelista de primoroso debut (Buena mar). Tres: el periodista que sigue queriendo serlo.
Ahora regresa con Vidas de santos (Círculo de Tiza). Aquel corolario de existencias extraordinarias y rotas aparecidas en el diario El Mundo y publicado en 2015 se reedita estos días con ilustraciones de la dibujante Belén García-Mendoza y dos textos inéditos que forman parte del misal de Lucas: la galerista Soledad Lorenzo y el escritor Javier Marías.
Rimbaud, Félix Francisco Casanova, Agota Kristof, Anne Sexton, Valcárcel Medina, Ferlosio… Muchos fueron pájaros que saltaron muy pronto del nido, pero de vuelto altísimo. Otras, mujeres alucinantes que bracearon como los salmones, a contracorriente de la historia. Otros, gigantes que tuvo delante Antonio y de los que hizo molino.
Los que conocemos a Lucas (y gozamos de su credo) hablamos de él en el mismo tamaño de letra. Y decimos que tiene mucho de indio y nada de John Wayne. Que no pierde el tiempo con medianías. Que cuando quiere a alguien, lo quiere muchísimo. Y que hace bandera de algunos benditos pecados: los versos en la boca, la amistad hasta altas horas, la disidencia, el fumeque, la barbaridad de decir lo que se piensa, esa lealtad de clan palermitano.
Una cosa rara en este mundo de posibilistas y pintamonas.
Así que para santo, él.
******
—Dice Raúl del Pozo, en el prólogo, que «en las jaulas de Antonio están todos los monstruos de un parque temático, en el que hay de todo, en distintos grados de evolución»… ¿Qué se va encontrar quien se acerque a tus santos laicos?
—Una tribu, creo que fascinante, de mujeres y hombres que a pesar de sus vidas breves, o malogradas, o atrabiliarias (en tantos casos) dejaron en pie algunas piezas formidables, artefactos de cultura (películas, cuadros, esculturas, libros, música…) sin los que el siglo XIX y el XX (también el XXI) habrían sido más pobres. Estos «santos» son, mayormente, el envés de un mundo que es en sí mitad miseria y mitad maravilla. Y qué bien los ha ilustrado, con qué mano bien liberada, la dibujante Belén García-Mendoza. Ha hecho una lectura gráfica vibrante y delicada de estos personajes desalmados, o difíciles, o tremendos.
—¿Qué tienen en común todos ellos?
—El ser seres excepcionales. Humanos fuera de norma. Gente dañada, averiada, a quienes la vida les dolió pero a su modo la enriquecieron.
—¿Son mejores los cadáveres si son jóvenes?
—Más llamativos sí son. Y provocan más zozobra. En la primera de las tres partes en que se divide el libro, titulada «Promesas quebradas», reúno 20 perfiles o semblanzas de artistas que murieron antes de la mítica edad de los difuntos del rock, los 27 años. A quienes junto en este primer arreón de santos es gente que falleció antes de esa edad o que hizo su obra antes de esos 27, de ahí que algunos sean casi niños. Pienso en Arthur Rimbaud, en Félix Francisco Casanova, en John Keats, en Jean Vigo, en Marga Gil-Roësset… Casi niños.
—Cuéntanos tu vida de santo favorito. Por excesiva, por única, por inquietante…
—Resulta difícil escoger sólo una, así que al menos concédeme tres. El poeta Arthur Rimbaud, porque de los 15 a los 20 años escribe de una manera insólita, imprevista, sin par, y con lo que hizo en ese puñado de años partió en dos las aguas de la poesía europea del siglo XX (cuando se le descubrió). Me parece fascinante la aventura de Elsa von Freytag, una pionera de la performance, del capricho artístico y de hacernos entender que ella sólo podría vivir desde una libertad sin vigía, apostando por lo infausto, por el disparate, por el exceso. Y por último, el cantaor Manuel Agujetas, el último neandertal del flamenco, es un espectáculo sin igual.
—¿Son las mujeres las malditas entre los malditos?
—La segunda parte del libro, titulada «Heterodoxas», reúne 26 semblanzas de mujeres fascinantes, unas conocidas y otras furtivas. Y claro, sin duda que muchas de ellas experimentaron un malditismo doble: el de no adoptar norma y el de ser mujer. El malditismo, generalmente, es algo que imponen los demás a quien escapa de los moldes y cauces. Nadie con un sentido razonable de su vida quiere ser maldito, y menos aún pagar los altísimos peajes del malditismo. Pero si quien está en ese margen es mujer todos lo sabemos. Las mujeres de Vidas de santos son formidables, también, por la manera de bracear contra la corriente. Pienso en la actriz Françoise Dorleac (hermana de Catherine Deneuve), la escultora Camille Claudel, la pintora Maruja Mallo, la editora Sylvia Beach, la filósofa Simone Weil, Anaïs Nin, Tina Modotti o Susan Sontag.
—¿Hay ejemplaridad en el destrozo?
—Hay verdad. Hay asombro. Hay riesgo. Hay una manera de existir que exhibe códigos difíciles, como los de quienes decidieron asumir todas las consecuencias con tal de hacer lo que realmente quisieron. Muchos de estos santos y santas vivieron en una soledad extrema.
—Manuel Agujetas, Leopoldo María Panero, Escohotado, la Sontag, Billie Holliday, Anna Ajmátova… Te propongo un juego. ¿A quién te gustaría parecerte y a quién no?
—Pues algunas de sus aventuras, de las aventuras de las seis personas que citas, sí que me gustaría experimentar. Pero en casi todos los casos resolvieron la vida con una valentía para aceptar el daño de vivir como uno quiere, radicalmente como uno quiere, que no creo que tenga. Me conformo con que mis poemas sean más valientes que yo.
—¿Qué tiene Antonio Lucas de santo y de demonio?
—Algo de las dos y poco de ambas. A mí me gusta más combinar que apostar por una sola opción. Es la mejor manera de disfrutar de los excesos que uno no quiere perderse.
—Son aguafuertes periodísticos y culturales. ¿De qué salud goza el periodismo cultural en España y qué relevancia tiene en los medios?
—Creo que en los diarios (en papel o en pantalla) se mantiene fuerte la tradición de la literatura en prensa. Eso quiere decir que aún existe un interés en los periódicos por que además de las noticias, que es lo que importa, existan distintos ángulos desde los que descifrar la realidad, lo inmediato. El periodismo cultural sólo es periodismo, pero que un periódico aloje crónicas certeras y bien escritas, reportajes intensos, artículos de opinión bien trabajados o entrevistas sagaces convierte a todo ese medio en un artefacto intelectual, cultural, de diálogo y debate. Eso es periodismo. A mí el periodismo cultural me importa menos que el periodismo, como me importa menos la marca del horno que el asado.
—Has tenido una infancia privilegiada en lo cultural. ¿A quién viste de crío por tu casa? ¿En qué rodillas ilustres te sentaste? ¿Cómo te modeló aquello?
—Crecí en una casa llena de gente, así es. Y eso es una fortuna, aunque uno se empieza a dar cuenta del privilegio más tarde. De niño recuerdo bien las tardes / noches / madrugadas en casa con Ángel González o Caballero Bonald, con Umbral, con Raúl del Pozo, Francisco Brines, Buero Vallejo, Manuel Alcántara… Sólo eran para mí señores mayores, divertidos, fumadores y bebedores casi todos, conversadores la mayoría… Y sin hora para irse. También recuerdo pasar algunas tardes previas a la cena de Nochebuena en casa de Dámaso Alonso, que se hacía unos combinados loquísimos sacando botellas escondidas detrás de libros viejos. Mezclaba pipermint, ginebra, ron, whisky, lo que pillase. Su mujer, Eulalia, le tenía prohibido el alcohol… Imagino que todo aquello predispuso, claro, a una cierta curiosidad por las letras. Sin excederme en la nostalgia, me gusta pensar en aquellos días, en aquella gente, en los años de infancia haciendo los deberes o correteando por las mesas del Café Gijón, con aquella pálida tropa alrededor.
—¿Cuánto tiene de entomólogo un periodista?
—Hay que ser cuidadoso y preciso, sí, pero también conviene ser un poco brasas, tenaz, insistente. Y aprender a moverse entre la gente, que no es un ejercicio fácil. Y hacerse invisible cuando llega el momento. Y saber escribir o contar lo que ves cuidando que lo que cuentas se parezca a lo que has visto.
—¿Y qué piensas cuando ves un telediario o entras a una web de noticias?
—En sentarme a leer un libro o ver una película o salir a dar una vuelta con los de siempre. El presente nuestro no es mejor ni peor (de momento) que otros tiempos: tenemos más alarmas, pero también más posibilidad de antídoto. Prefiero vivir en esta España que en la de los años 50.
—Una última confesión: la columna de opinión que más problemas te ha traído es…
—Hace poco, uno de los «Retratos contemporáneos» que publico los domingos en El Mundo, dedicado a un profesional de los ovnis y las psicofonías que ha ampliado el negocio a los bulos (Iker Jiménez). Y hace algunos años una columna en la que me refería a los tantísimos casos de pederastia en la Iglesia española. Problemas suelen dar muchas columnas, y aceptar la reacción de algunos lectores es parte del ejercicio de publicarlas.
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: