Foto: Iria Torres.
Matías Candeira es un guionista, escritor, y crítico literario especializado en la escritura de cuentos, nacido en Madrid en 1984. Profesor de creación literaria en la Escuela de Escritores de Madrid, y colaborador en diferentes medios impresos y electrónicos como Quimera, La tormenta en un vaso, Culturamas o Ribera del Duero: The Fine Wine Magazine. Ha disfrutado de becas de creación, entre otras, de la Fundación Antonio Gala para jóvenes creadores, la Fundación BBVA o la Academia de España en Roma. Es autor de la novela Fiebre, y de los libros de cuentos Antes de las jirafas, Todo irá bien,Ya no estaremos aquí y Moebius. Presentamos una muestra con un cuento de los doce cuentos que forman Un dios con el estómago vacío, su último libro publicado por la editorial Almadía, una tragicomedia agresiva en la que la realidad se desgarra y deja un rastro de sangre con unas gotas de humor y sordidez en el pasillo. En cada uno de estos cuentos, las voces narrativas miran a los personajes protagonista de la forma más cruel: observados a través de un microscopio que exalta lo ridículo y lo sublime de sus historias, sometidos a fuerzas que escapan de su control, que los abofetean y abrazan por igual. Este libro ayudará al lector a reconciliarse con sus peores sentimientos o, al menos, a ser capaz de afrontarlos y reírse de sí mismo cuando se mire en el espejo.
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BREVE APARICIÓN DE UN AGENTE INMOBILIARIO
Y SUS PROFECÍAS MÁS IMPOPULARES
La casa tiene un agujero del tamaño de una persona crecidita en una de las paredes del segundo piso, de acuerdo, sí, sería más preciso decir un agujero hacia lo infinitamente desconocido en esa pared sin pintar, pero el caso es que un día de bastante calor la visita una pareja encantadora, porque a pesar del agujero, que no parece solo un agujero, francamente, sino una pregunta muy difícil de responder, a los dos les encanta que esté bien conectada con el centro de la ciudad, los aleteos pálidos de las plantas en la terraza, estas calateas las dejaron los anteriores inquilinos, se marcharon corriendo, les explica el de la inmobiliaria, y se dispone a añadir otra frase en voz más baja cuando les enseña el dormitorio, justo aquí ocurrió una tragedia espantosa, verán ustedes, no sé si debería hablar de ello, pero no dice nada porque quiere vender la casa de una vez, qué remedio le queda, es que a veces su jefe le llama de madrugada con esa voz de teleoperador que le atribuimos al demonio, pide resultados, tus comisiones dependen de esto, ¿me oyes?, tu vida en cierto modo, y le importa menos que cero que haya desaparecido gente de bien en el piso de arriba, o que el matrimonio de su mejor empleado haya comenzado a acusar una falla tectónica por este tipo de llamadas y su mujer, dormida todavía, lo zarandee con alambradas en la voz, no deberías permitírselo, ¿me oyes?, está mal que te llame a estas horas, íbamos a querernos mucho bajo las sábanas, y así, en medio de la oscuridad, desvelado, todavía con el corazón removiéndose bajo el esternón, el vendedor promete al teléfono que la venderá, un día de estos le vamos a dar puerta a este asunto, se lo juro, señor Arribas, ella está a punto de rendirse, como si así fuera capaz de librarse de una profecía de piernas larguísimas que él mismo ha creado, obligado, cada tarde que la enseña, a arrancarse esa casa del cuerpo, a decirle ¿vas a dejarme en paz?, tengo que acostar a mi hija pequeña y contarle el cuento de la familia de conejos, Papá Pocho y Mamá Fluchi y sus asquerosos retoños muertos de hambre, todas las noches me lo pide; decírselo todo esto no a su jefe, el ilustre señor Arribas, qué va, no se atreve a levantarle la voz, sino a la casa, amplia, de enormes posibilidades, solo necesita una reforma leve; decírselo dulcemente a las plantas de la terraza, que cuando les da el sol, esto es seguro, planean cómo acabar con los humanos de una forma letal, sin paliativos, por nosotras pueden irse todos al carajo y echar la llave, y bueno, está bien, está bien, el vendedor podría enfadarse con el agujero del piso de arriba, pero el agujero no tiene la culpa, aún no ha abierto la boca, así que se enfada con la casa y trata de no soñar mucho con ella, es difícil, lo es y mucho, esa casa de mierda se le aparece a veces debajo de las uñas, y lo peor es que se despierta gritando, bien por ese mismo sueño resbaladizo, pues teme que trepe hasta su mujer y cubra la cabeza de su hija, bien por las llamadas a horas absolutamente intolerables de su jefe, el ilustre, ilustrísimo señor Arribas, mírenlo ahí, un hombre con la furia negociadora de un enano de circo, un tipo que aún sigue insistiendo como un gorrión con la boca llena de saliva y de gusanos para que la venda, véndela, ¿me oyes?, cierra ofertas ya, tienes una niña pequeña, no querrás perder este trabajo y, Dios no lo quiera, dormir con toda tu familia en ese puente de ahí; y todo esto tampoco se lo confiesa a estos futuros propietarios cuando pasan a los dos cuartos de baño de la planta baja, bueno, si su amor no se termina demasiado pronto, se dice, a veces acierta; el caso es que estos dos están encantados, cada vez más, no parece que vayan a romperse, sonríen muchísimo, cómo acarician los picaportes, los grifos, tocan mucho los grifos, hasta es probable que tensen en exceso los músculos laterales de la cara y den un poco de miedo al mirarlos más de cerca, qué narices, el amor les ha anegado los ojos igual que una enfermedad de sangre caliente y almíbar, menos mal que eso no mancha la tarima flotante, pues de otro modo la casa sería difícil de vender, y entretanto, él hace lo mismo que lleva haciendo en estos felices diez años de enseñar casas invendibles en tardes de lluvia y bronce, golpea la pared del salón, dos toquecitos para mostrar su robustez imaginaria, ese inmenso vientre preparado para la felicidad, y en el piso de arriba, lentamente, el agujero responde al saludo con un silbido, un gorgoteo frío y delicado que atraviesa las paredes, así es su manera mundana de sonreír, a ver, no ha tenido nunca muchos amigos, y es una pena que la parejita no lo vea, están demasiado ocupados recorriendo toda la planta baja, seguro que ya se imaginan trotando desnudos en ese salón sin muebles cubierto por la luz abrasadora del verano próximo, poniendo vinilos viejos, acabándose una botella de vino, y luego otra, está bien, otra más no hará ningún daño, es que aquí se hace de día fuera y dentro de ella, piensa él, como si hubiera inventado una nueva forma de mirar a su mujer, una casa de dos pisos en la urbanización, ese fresno del jardín con muchos nudos nuevos, de verdad, tantas cosas buenas se empiezan cortando un pensamiento o una cinta de seda roja; y ella también piensa algo parecido, más secreto: ¿me tumbaré ahí fuera con la hierba tan crecida que me oculte el cuerpo?, ¿cómo será aprender a esconderse aquí cuando pasen las horas, se haga de noche y ellos me llamen porque no me encuentran?; en este preciso instante, ella ha empezado a fantasear con la familia y sus enredaderas, dos niños llenos de pecas que aprenden a decir su nombre y a dar la voltereta bajo el fresno, columpios recién pintados, rasguños en la rodilla que se curan con palabras más antiguas que la humanidad, aunque todavía no existan como tal, ella ha empezado a pensar en todas las ramas de la vida, bien, ¿cómo les gustaría que fuera su vida en los próximos años?, ¿una vida feliz o una vida triste?, ¿es esta la casa que se merecen?, eso es lo que tienen que preguntarse, escuchan los dos a la vez, y se giran; el de la inmobiliaria sigue hablando frente al ventanal de la cocina, por supuesto, es su trabajo, de pronto parece un hermoso vendedor de profecías, va enumerando todas las virtudes de la vivienda, algunas ciertas y otras que rozan lo imaginario, tengo lista de espera para dos meses, aunque con ustedes puedo hacer una excepción, ¿se han fijado en lo amplia que es la cocina?, aquí podrán enseñarle alta gastronomía internacional a sus hijos, subirlos a un taburete, con cuidado, hablarles de la esferificación, del escalfado perfecto, del misterio de las vitaminas, claro, no le cuenta a la pareja que la casa y él se odian con las uñas y los dientes, ¿cómo va a hacer eso?, y al rato los dos están convencidos, les parece una ganga, solo les inquieta un poco esa interrogación en el piso de arriba, no lo sé, cariño, un agujero del que no se ve el fondo, un paréntesis de color muy oscuro, piel o algo que parece piel, ¿la de una nube?, sí, por llamarla de alguna manera, bueno, si te quedas más tranquilo ponemos un cuadro encima y listo, tendría que ser un cuadro muy grande, y qué, el precio es ridículo, ¿has visto la luz del patio?, podemos invitar a toda tu familia, asarles un cordero y que dejen de criticarnos de una vez, y si tu tío Miguel se pone pesado con los licores, le sentamos en el piso de arriba en la tumbona de playa para que se entretenga charlando con esa cosa, él habla con cualquiera, hasta con los toxicómanos del parque; y los dos siguen sonriendo, de verdad que ya es demasiado, así se lo dicen al vendedor al regresar a la puerta y estrecharle la mano con ímpetu, nos la quedamos, ¿seguro?, segurísimo, aquí vamos a ser felices, a lo que el vendedor quiere responder ojalá no tenga que verlo, pero no responde nada, porque tiene que enseñar otras dos casas esta tarde.
No, claro que no.
En los meses siguientes están ocupados follando en cada una de las habitaciones, esos cuartos vacíos se lo imploran, aquí, aquí, por favor, enseguida compran los primeros muebles, un presupuesto ajustadísimo que ella ha diseñado por las noches con un bolígrafo azul entre los labios, y puede que a veces lleguen muy cansados de trabajar, pero eso no importa, se frotan de mil maneras distintas, a diferencia de los niños de tres años, ya saben hacer la voltereta, y es verdad, todo esto contribuye a la catedral de su deseo y de su dicha y por eso pierden la noción del tiempo, de hecho, algunas mañanas la niebla roza los cristales como un enorme mastín que sale a cazar y los saluda antes de seguir su camino hacia el final de la calle, es maravilloso, han pasado la noche despiertos, tantas noches despiertos desde que pusieron el dinero para la entrada, bañándose juntos, frotándose la espalda en la bañera de la casa real y la casa que han edificado en sus fantasías, queda mucho por hacer, cariño, sí, mucho, frótame un poco más arriba y de repente un día ya es verano, ha llegado sin anunciarse y los dos sacan la escalera para pintar la habitación del piso de arriba, esa habitación que parece latir muy despacio por las noches, de la que brota la luz podrida de un jardín muerto, pero que no los molesta nada al dormir porque la casa es magnífica, amor, se convencen, menos mal que nos dimos prisa con la señal, de otro modo se nos habrían adelantado esas alimañas, escúchame bien, las casas así, con o sin pregunta en el piso de arriba, las casas cubiertas por la pintura de una pesadilla dócil, un agujero en la pared que trata de ser amigo nuestro, esas se venden en un pestañeo, cariño, te lo prometo, la gente es capaz de asesinar por ellas, y ocurre que al entrar juntos de la mano en esa habitación para pintarla toda de gris perla, al acercarse más al agujero y comprobar que va hacia la nada (efectivamente, parece un camino muy largo, habrá que llevarse víveres de sobra), ahí de pronto les da un poco de pena y golpean la pared de alrededor para auscultarlo, dos toquecitos, igual que hizo el vendedor con sus maneras de cirujano forense, se ríen, enseguida lo tratan como a un anciano viudo que vive solo, oye, de verdad, ¿necesitas algo?, ¿sal?, cuidado, no le metas pintura en el ojo, suponiendo que eso de ahí sea un ojo y no un constructo para el que no existe lenguaje que lo designe, dice él, y tiene ganas de abrir la ventana, alzar los brazos y gritar ¡es mi mujer!, ¡es nuestra casa!, ¡jamás vamos a estar tan vivos!, qué más da que pueda verle todo el vecindario, y ella se apoya en la pared de la misma forma que lo hizo a la salida lluviosa del cine, justo ese día se cruzaron por casualidad, hace ya algunos años; ¿un constructo sin lenguaje?, me encanta cuando te pones a hablar culto sin tener ni idea de lo que dices, ¿crees que sabrá nuestro idioma?, bueno, yo he soñado que me hablaba, ¿así que sueñas con él en lugar de conmigo?, y ella sonríe así, de esa manera, como lo hacen las casas a oscuras cuando alguien enciende una vela en su interior, a continuación se quita muy despacio la camiseta manchada de pintura, oye, pero nos va a ver, no importa, así aprende algo, y follan una vez más, es lo que se hace en las casas recién compradas, tienen toda una vida y un agujero y sus preguntas por delante, aunque es cierto, de acuerdo, es verdad, ¿por qué no va a serlo?, el tiempo ya se enrosca en las ventanas igual que una caracola muy vieja, cansada de que la soplen, ha llegado el otoño sin anunciarse, es más, la niebla les saluda con menos frecuencia y avanza rápido hasta el final de la calle porque tiene cosas que hacer, y es verdad esto también: otras noches sin latido solo se dan un beso en la mejilla o incluso beben del vaso de las horas en cuartos separados, y él desde su despacho en el piso de arriba, o por desgracia, al pasar la noche en el sofá encogido en sus propios pensamientos, lo ve ahí fuera, en la acera de enfrente, es el vendedor, quieto y atravesado por un animal oscuro dentro de los ojos, el abrigo empapado, cómo les señala, qué querrá decirles, les apunta con el dedo, vaya, de algún modo está claro, el vendedor sigue sintiendo la casa debajo de las uñas, no es fácil deshacerse de ella, como no es fácil librarse de aquello que ha girado su gran ojo en nuestros sueños tantos años, y por eso sus métodos, señalarlos con el dedo desde la acera de enfrente, no funcionan, aunque a ellos qué más les da, no hay tiempo que perder, están a punto de acabar las obras de la terraza, allí, detrás de las plantas, descubren de nuevo el deseo y siguen follando, todos los cuartos tienen que estar bendecidos, cariño, túmbate, quiero mirarte temblar en la oscuridad, esas noches en que el sexo brota con más ímpetu que otras, algunas, claro, después de pelearse a gritos, amor, déjalo ya, por favor, me asfixias, de rozar por un pelo las predicciones del vendedor a solas con su mujer, a la que le habla siempre demasiado cerca de la oreja, verás, Amanda, así funciona, el amor se ensancha y se comprime como las tuberías de cobre, a veces se rompe, a veces canta, creemos que la tubería está bien, pero no está bien; en fin, desde luego es normal que el vendedor saque profecías de su bolsa de trucos, es un hombre con muchísima experiencia en parejas que compran casas con hipoteca a tipo variable, como también lo es, las semanas siguientes, llamarlos a medianoche con un temblor de tierra en la voz y advertirles, deben marcharse enseguida, háganme caso, qué quiere de nosotros, ¿no habrá estado bebiendo?, sí, y mi mujer me ha dejado, se ha marchado a casa de su hermana, pero eso no tiene nada que ver, deben marcharse cuanto antes; porque así es como la profecía se cuela en sus cuerpos, desciende despacio a través de las venas, y parece que hoy por fin ha llegado el invierno y ha matado algunas plantas en la terraza, es evidente que no pueden discutir la aniquilación de los humanos, son unos ingratos con nosotras, unos auténticos desgraciados, se los hemos dado todo, ¿y así nos pagan?, están todas en duelo, tienen sus tiempos y hay que respetarlos, y nada hay ya que pueda hacerse por esas plantas de psicología delicada, ni por los vaticinios anunciados por el vendedor, ni tampoco por lo que ella sospecha últimamente, ah, sí, esa es otra profecía, hay muchas para sacar de la caja, así que se pinta los ojos con ese augurio y la respiración, claro, es lo más fácil, todas las noches que no puede dormir se baña el cuerpo con un temor más viejo que el mundo, eso es, él trabaja muchas horas y está siempre cansado y pasa mucho tiempo fuera de casa, tiene que haber algo más, está teniendo un lío, ¿cómo será la otra?, ¿nos pareceremos?, y qué tristeza, no puedo invitarla a tomar un café, el salón le gustaría, con ese papel pintado que me costó tanto encontrar, y el piso de arriba le gustaría, le enseñaría lo que tenemos ahí, con suerte volvería yo sola al piso de abajo y seguiría tomándome el café tranquilamente, ah, y levantaría el meñique cuando todo hubiera pasado, como hacen las mujeres ricas que no tienen nada que esconder; pero la verdad es que no le dice nada a él, calla todo eso así y parpadea así, con el sonido de lo que se guarda en el interior de un sobre, pinta un cuarto otra vez aunque el pobre no lo haya pedido, compra más muebles, se rasguña la mano al montarlos, mierda, hoy ha vuelto a pensar en esa mujer que no quiere conocer, maldito sea él y los secretos que empiezan a comernos, silenciosamente revisa su móvil, busca un pelo pelirrojo caído con descuido bajo la mesa del despacho, una señal, pide, algo que haga por fin cumplir lo anunciado por el dedo del vendedor y ya todo su cuerpo comienza a ensancharse para que la profecía se le extienda por las venas, y una mañana, justo una mañana, cuando él está fuera, ella sube a escondidas hasta ese cuarto del segundo piso, camina de algún modo hacia la profecía, necesita estar sola, a oscuras, y allí dentro practica una nana y se la canta al extraño paréntesis de la pared, sana, sanita, culito de rana, si no sana hoy, y parece que la canción revolotea por las paredes del agujero y lo doma, así se hace con los caballos percherones o los ríos más valientes, con la piel resoplante de las nubes de tormenta, con los dioses, por supuesto que sí, la canción le da una infancia de la que acordarse, a los dos, en realidad, a la mujer y al agujero, cada uno con su paraíso perdido, y sucede que quizá, como las personas, los agujeros hacia la inmensa nada en el fondo son débiles, entienden que la tentación es transparente y precisa, que no se le puede llevar la contraria, fiuuuu, demonios, ella canta con los ojos cerrados y hasta cerrados son bonitos, habrá que hacer algo, así que uno de sus filamentos se desgaja del anillo central, retuerce su punta y crece, crece, crece más buscando el centro iluminado de la canción, y entonces ella se siente estúpida, como si braceara y cogiera aire dentro de una película de los años cincuenta, justo esa, una película filmada en un blanco y negro arenoso donde las mujeres se llevan su mano de cristal a la boca, y cuando el filamento lleno de nudos le levanta la camiseta, suavemente, así, ella dice lo que se dice en estos casos, ¡descarado!, ¡cómo te atreves!, pero media hora más tarde tiene que encerrarse en el baño con la cara enrojecida, como si tuviera una tormenta de caballos entre las piernas, Dios, menos mal que está tomando la píldora y que no va a contarle a él nada de todo esto, mejor callar de nuevo, mejor guardárselo, él no tiene por qué enterarse si yo…, pero ahora su secreto es tan hermoso, tan difícil de contar; y él tiene los suyos, ¿cómo no va a tenerlos?, pues tampoco le cuenta a ella que a veces, después de pelearse a gritos de madrugada, cuando ya no aguanta dormir en el sofá y necesita estar solo, también sube al piso de arriba, echa dos vueltas de llave, se apoya en la pared y fuma junto al agujero, la última pregunta que gobernará su vida, vamos a ver, ¿tú no serás la presencia de Dios?, y se sincera, es eso, no me entiendas mal, algunas noches me despierto acurrucado en la oscuridad como un bebé, y tengo mucho miedo de ser padre, y del futuro, un bicho con muchas patas, y es posible que el agujero deje caer algunas palabras en su cabeza, vamos, no seas tímido, métete dentro de mí y todo acabará, como también es posible que quiera estar solo y no haya pedido compañía, y que la profecía no tenga las piernas tan largas como todo el mundo supone; porque es cierto, esto pasa, una noche ella se olvida de la píldora, qué descuido más tonto; porque, de hecho, está ahí tumbada con los ojos cerrados, vueltos hacia un paisaje de hielo que él no puede tocar, es bonito ese papel pintado que hemos puesto, cariño, esto ya es una casa de verdad; porque otro día idéntico al primero nace su primer hijo, tres kilos y medio, un mocetón, según la matrona, y como los dos ya tienen bastante en su plato, cegar la dichosa habitación con tablones les parece la mejor idea que han tenido, ya están seguros de que será un niño listo y querrá meterse a explorar debajo del fregadero, en cualquier otro sitio, mejor así, amor, una casa con su propia leyenda en el piso de arriba, ¿sabes lo que va a pasar?, el niño preguntará por ella y le diremos que ahí no hay nada, que nunca ha habido nada. El agujero se queda solo en la oscuridad, pensando, quizá, si es que piensa; o cantando. Le gusta mucho cantar. Con el tiempo, acaba por hacerlo muy bien.
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Autor: Matías Candeira. Título: Un dios con el estómago vacío. Editorial: Almadía. Venta: Todos tus libros.
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