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Nieve negra: El regreso de Roberto Esteban

Nieve negra: El regreso de Roberto Esteban

«Dicen que Dios ve todas las cosas, sobre la tierra y bajo la tierra, por eso lo representan destilado en un ojo volador, una pupila triangular que observa a todo bicho viviente, el pasado, el presente y el futuro, lo que somos, lo que seremos, lo que fuimos. Pero maldita sea si aquella noche no había más ojo sobre mi cabeza que la jodida cámara conectada a los cables del monitor de seguridad que grababa nuestros bostezos, coloquios y broncas. Me habían repetido muchas veces que ya no tenía edad para trabajar de portero de discoteca, pero yo fingía que era sordo, algo que no me costaba mucho».

Así comienza Nieve negra, la última novela de David Torres y tercera de la saga de su personaje Roberto Esteban. Un comienzo contundente con una abstracción muy chandleriana que nos introduce al presente del protagonista, que ejerce de portero de discoteca, un trabajo que debido a la edad le empieza a venir grande. Roberto aparece por primera vez en El gran silencio, novela de 2003 que queda finalista del Premio Nadal de ese mismo año. En ella, Esteban se nos presentaba como un púgil retirado que hace pequeños trabajos como matón a sueldo.

Roberto Esteban vuelve a aparecer en Niños de tiza, en 2008, que gana el Premio Tigre Juan y el Premio Dashiell Hammett de la Semana Negra de Gijón. En ella el exboxeador vuelve a su barrio, San Blas, un distrito periférico en el este que engloba también a Canillejas. Como complemento a la trama, David nos hace un retrato certero del tardofranquismo y la Transición, con niños jugando en las calles entre bandas juveniles, madres con las bolsas de la compra, pequeños camellos, politoxicómanos y borrachos. También nos dibuja escenas cotidianas como la jaula con el canario en casi cada terraza o el compañero o compañera de pupitre con una pierna envuelta en hierros como consecuencia de las secuelas de la poliomielitis. La novela toma el título de un verso del difunto David González. El poema se titula El reproche:

No se molestaron en oír
los zumbidos de la mar
en mil orejas de puntillas,

en comprender que la regla astillada
castigaba sus propias manos, 

en contemplar en las pizarras
niños de tiza 

borrándose.

Si tuviéramos que escribir una historia protagonizada por David González nos saldría una novela de realismo sucio o una novela negra. Ambos géneros comparten el arquetipo literario del perdedor como personaje protagonista. El poeta se pasó toda la vida luchando contra la vida, contra el sistema y contra sí mismo, practicando la autodestrucción y la revolución, como un personaje de David Goodis (tercer David en este artículo). Roberto Esteban emana como personaje de este arquetipo del perdedor, del antihéroe, tan propio de la novela negra americana.

"Roberto Esteban se parece al Toni Romano de Juan Madrid y tiene aires del Bellón de Julián Ibáñez"

Por eso, sin ser exactamente iguales, Roberto Esteban se parece al Toni Romano de Juan Madrid y tiene aires del Bellón de Julián Ibáñez. Son tipos que van por libre, desencantados con la vida y consigo mismos, con los que los rodean y hasta con el tiempo que hace. Perdedores de libro. Pero ¿qué es un perdedor? ¿Es acaso alguien que no consigue sus objetivos? ¿Es alguien que siempre pierde y por tanto acepta la derrota? ¿Alguien que al no lograr llevar un proyecto a buen puerto se va a su casa? No, ni mucho menos. Con el tiempo la figura del perdedor que encarna Esteban en esta novela se ha convertido en un paradigma del que emanan personajes muy reales que son producto de la historia de su tiempo, generalmente el resultado de una coyuntura trágica. Los perdedores en novela negra no se dan por vencidos. Toman la decisión de actuar, de levantarse una vez más después de caer una y otra vez, bien sea por voluntad propia o por un detonante externo.

El perdedor funciona como una figura simbólica a través de la cual los relatos cuentan versiones muy distintas a las de la historia oficial. Por tanto, es un revolucionario que revisa y planea derrumbar los cimientos del statu quo que trata de imponerse a todos y a todo. Es un modelo imprescindible para barrenar el discurso oficial. La pérdida le hace actuar como si fuera un guerrero en lucha contra el pensamiento único.

En consecuencia, la pérdida ni es una actitud vocacional ni una aceptación del fracaso. El perdedor lo es porque le fuerzan a ello otras personas o circunstancias muy poderosas. Roberto Esteban ha perdido su juventud y con ella su ímpetu, sus expectativas y sus ilusiones, justo cuando todo esto le hace más falta, cuando los astros vuelven a alinearse para que le caiga encima otro de esos marrones a los que se enfrenta de vez en cuando.

"Torres nos presenta a un Roberto Esteban crepuscular, un tipo a punto de cumplir los sesenta que apenas tiene dónde caerse muerto"

El hecho de perder en novela negra no es total y definitivo, sino parcial y temporal, y generalmente preludio de una victoria que puede tardar en venir, victoria que será total o parcial, pero que será, que acontecerá en un futuro moldeado por el perdedor aun sin proponérselo.

En Nieve negra, David Torres nos presenta a un Roberto Esteban crepuscular, un tipo a punto de cumplir los sesenta que apenas tiene dónde caerse muerto, medio cojo y viejo, y que nos cuenta desde la perspectiva de la pérdida una historia que gira alrededor de una adolescente que es nieta de una mafiosa a la que todos temen. Él ha renunciado ya a esos trabajos de matón a sueldo y se resigna a ser portero de discoteca. La muerte de la adolescente provoca una guerra entre bandas con Esteban en medio de un huracán del que huye en coche con una joven hondureña que a su edad ha visto ya más asesinatos de los que cualquiera de nosotros podría tolerar.

Me contaba David el otro día en Carabanchel Negro su encuentro con Fernando Marías en el Ritz de Barcelona en la gala del Premio Nadal a cuenta de El gran silencio, la génesis de Roberto Esteban. Sin conocerlo, Fernando se acercó a él, le puso la mano en el hombro y le dijo «Hola, David, soy Fernando Marías. No te asustes y, sobre todo, no te preocupes». Me llamó la atención porque Fernando hizo lo mismo conmigo en una fiesta de Culturamas cuando publiqué mi primera novela. Se acercó y me dijo «Sé quién eres —me sonrió—. Tú lo que tienes que hacer es ir a la Semana Negra». Y me dio un teléfono que nunca utilicé porque, lo admito, me dio bastante corte hacerlo. Ambos, David y yo, hemos conocido a muchos Robertos, pero a un solo Fernando.

Nieve negra se publica con Reino de Cordelia mientras que El gran silencio y Niños de tiza se publicaron respectivamente con Destino y Algaida. La saga está muy espaciada en el tiempo: cinco años entre las dos primeras entregas y dieciséis entre la segunda y la tercera. Esto y el cambio de editorial, hace que la saga no sea extensa y quizás sea poco conocida por algunos lectores. La publicación de esta última entrega es una buena ocasión para adquirir los dos anteriores y tener una perspectiva completa sobre el personaje y su padre literario. Porque no es que David haya estado parado durante todos estos años. Lo que pasa es que ha escrito otras cosas, otras novelas que abarcan todo un espectro literario bastante versátil que abarca muchos registros, casi veinte novelas con las que ha conseguido premios importantes como el Premio Logroño (2010) por Punto de fisión o el Premio Ateneo de Valladolid (2019) por Cartas a las novias perdidas (inicialmente titulada Dos hermanos), entre otros.

David Torres también es conocido y respetado por su faceta de columnista en la prensa. Ha escrito artículos para ABC y El Mundo, habiéndose consolidado en los últimos años como columnista de opinión en el periódico Público, tribuna desde la que es especialmente crítico (y brillante, añadiría) con los asuntos turbios y las injusticias sociales.

Nieve negra compone hasta ahora una trilogía de un personaje ya hoy convertido en clásico como prototipo literario de antihéroe madrileño. Esperemos que no sea la última. Hasta entonces, léanla. Me temo que, si lo hacen, volverán hacia atrás para leer el resto.

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