“A mí me resultaba muy difícil guadañar (…). Como en el baile, hay que llevar y dejarse llevar a un tiempo. Llega un momento en que la resistencia del herbal es lo que impulsa. Justo lo que estaba haciendo Mya. Cada vez más ligera (…). Como Maimai. «Es el cuerpo quien sabe», decía ella. Avanza con el caer de la hierba. No lastima al cortar. El sonido de dallar un círculo.
La hierba sabe caer”.
Una partida de caza en una zona boscosa de Galicia. Conversaciones masculinas, tipos curtidos que andan al rececho. Persiguen al Solitario, el gran jabalí albino que mató a varios cazadores, el Moby Dick de la montaña. Se cruzan con el Divagante, otro solitario, un lobo joven que dejó atrás la manada. Se cruzan con historias pasadas y presentes, son hombres con humor de hombres, pero en este libro son las mujeres quienes sujetan el cielo. Un libro que es todo campo, bosque, sierra agreste. Un libro donde la hierba sabe caer.
Detrás, detrás. Es una novela que indaga qué hay detrás. Detrás de esta historia hay un fabulador, un escritor-periodista-poeta, y ahora Premio Nacional de las Letras Españolas 2024, cuyos personajes se mecen en los vaivenes de un ritmo pretérito. Parece un tiempo mítico, aunque no tanto, porque está la gasolinera y el puticlub y está el Chisme. El Chisme es el móvil. Dice Manuel Rivas que se niega a que aparezcan móviles en sus novelas. ¿Qué es eso de que en las películas la gente se pase el tiempo hablando por el móvil? El móvil parece el protagonista. Así que se han inventado un personaje, Dombodán, que frota el Chisme como si fuera una bola mágica, y compara la caída del valle con la del Imperio Romano. Ahí llegamos al humor negro.
Detrás de esta historia brota el humor negro como una mancha de petróleo en el río. El puticlub infernal, prisión de mujeres, al que llaman el Edén. Bromas entre hombres curtidos, grandes frases para tallarlas en el cielo de las grandes frases literarias.
“—Mira, Meco. El monstruo que todos llevamos dentro, tú lo llevas por fuera.
—¡Ya empezamos con las indirectas!”
Detrás de esta historia hay un hombre de fe, de fe en la naturaleza, en preservarla, fe en lo sagrado de los no humanos, en el caballo Ben-Hur, en la libertad del Solitario y del Divagante, en los cuervos que sobrevuelan las escenas. Para Dombodán, o quizá para Rivas, todos los animales tienen nombre porque son personajes en ese coro que llena la España despoblada, que no vacía.
Detrás de esta historia hay alguien que sabe escuchar. Que escucha al ganadero que le habla de aquel gran jabalí mítico y al amigo que le habla del lobo divagante de su aldea y escucha las historias de las abuelas al amor de la lumbre y las de mujeres que sufren, que tiene oído, oído fino, para las palabras soltadas al albur de la acción. Palabras que se quedan rondando alrededor: los cuervos aboyan, la boira se espesa, los jabalíes se afilan los colmillos en las amoladeras. La negrura se cierne.
Porque detrás de esta historia hay violencia. Un Winchester, una Magnum, un traficante de mujeres, un estafador de tierras, hombres que cierran bocas con tiros. Mujeres apresadas en zulos. Pero también belleza.
Porque detrás de esta historia hay un poeta. Un poeta radical. Un poeta que dice:
“Con su presagio batiendo en las sienes. Como cuando liberas un pájaro, tratas de que vaya hacia la ventana y él va hacia el fuego”.
Y dice:
“A mí la lluvia me tranquiliza mucho. No me gusta empaparme, pero sí sentirla en la cara. Es el gran animal salvaje”.
Detrás de esta historia está la esperanza de que llegue otra, porque queremos saber más de Dombodán, de la Niña Abril, de Chelo, de Tras do Ceo. De cómo el valle escapa a la negrura, de cómo el hombre ya no caza al hombre. O sí.
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Autor: Manuel Rivas. Título: Detrás del cielo. Editorial: Alfaguara. Venta: Todos tus libros.
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