Todo empieza con una amalgama de ideas en mi mente. Al principio son abstractas e inconexas, van fluyendo imprecisas y desordenadas, pero las persigo y no las dejo escapar. Me pongo una música que me guste y me inspire. Y entonces esas ideas van transformándose en imágenes y poco a poco van adquiriendo sentido. Esto es solo el modesto punto de partida de la larga y azarosa travesía que es la escritura de una novela. Sin embargo, en la última, Fugitiva, por primera vez he utilizado algunos sucesos reales como fuente en la que ha bebido mi inspiración.
María del Carmen, la madre, ni siquiera había sido avisada de que el violador de su hija había salido de prisión. La mujer enloqueció tras escuchar aquellas palabras y vio cómo “El Pincelito” entraba tranquilamente en un bar. Fue a una gasolinera cercana, llenó un pequeño bidón, se acercó al bar, roció al hombre con el combustible y le prendió fuego. El violador murió días después a causa de las graves quemaduras.
Cuando me enteré por la prensa de este suceso, pensé en ese momento extremo, en esa situación límite en la que una madre se encuentra de frente y de modo inesperado con el agresor de su hija, quien además le provoca con una pregunta cruel. Pensé también que, en ese momento de enajenación, con la razón apagada y las emociones encendidas, podría haber sucedido que aquella madre, al entrar en el bar, se confundiera y atacara al individuo equivocado. Le di vueltas a esta idea, a la fatalidad, a un error que habría costado inútilmente una vida. Y entonces empecé a crear a Rosaura Castán, la protagonista de mi cuarta novela, Fugitiva (Espasa), publicada el pasado mes de marzo.
Nadie sabe de qué seríamos capaces en circunstancias extremas, y aún más si la víctima es un hijo. Rosaura pierde al suyo, Adrián, veinte años, el amor de su vida. Lo asaltan en un parque y muere de una puñalada en el corazón. Y Rosaura, enajenada, arrolla con su coche al que cree que es el asesino. Pero se equivoca. Ese hombre en realidad no mató a su hijo. Quien lo hizo sigue viviendo en las sombras.
No perdí de vista esta idea del error fatal durante la escritura de Fugitiva. Rosaura es condenada a prisión, sin que ella pueda perdonarse nunca haber matado a un inocente. Además, sufrirá la venganza de la familia de la víctima, entre otras vicisitudes. Mientras escribía el borrador de Fugitiva, me motivó y me interesó explorar la venganza, un sentimiento tan potente y arrollador como el odio. Ambos van de la mano, se retroalimentan, son insaciables. Siempre he pensado que la venganza no consigue otra cosa que hacer desgraciado a quien se empeña de modo obsesivo en buscar reparación al agravio, pero en Fugitiva quise llevar ese sentimiento al extremo, a una delgada línea que separa la vida de la muerte.
Otra de las ideas con las que he trabajado, o que me ha inspirado, es el asesinato de Asunta Basterra por parte de sus padres. La drogaban con ansiolíticos. Me estremece esa sumisión química de la niña y el modo en que pudieron aprovecharla durante largos días antes de asesinarla. La madre, Charo Porto, se ahorcó y quizá se llevara consigo a la tumba secretos inconfesables. El padre, Alfonso Basterra, sigue en prisión y continúa negando la autoría del crimen, sin muestra alguna de arrepentimiento. Este caso abre muchas preguntas que nunca serán respondidas. Fabulé sobre él, lo reinterpreté a mi modo y me inventé unos personajes cuya maldad quise que fuera infinita.
Y así, con estos sucesos y otros tantos, fruto ya de la inventiva, fui armando el andamiaje de Fugitiva. Por cierto: Rosaura no regresa a prisión tras su primer permiso penitenciario. Tiene una pista sobre el crimen de su hijo, así que decide seguirla y se convierte entonces en una prófuga de la ley en busca y captura, en una fugitiva.
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Autor: Inés Plana. Título: Fugitiva. Editorial: Espasa. Venta: Todostuslibros
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