Huir es un acto de transformación, el silencio oscuro del que nacen la usurpación del espacio y el crucial apoderamiento de la virtud. Huir es una elegía contra el temblor y la distancia, contra el verbo que niega la carne cuando múltiples batallas desdicen la verdad y la derrota se absuelve de albergar el regreso de la sangre derramada. Huir es el triunfo de la raíz, cuando solo ella puede reapropiarse de la vida y nada, salvo la memoria enfrentada a los peores recuerdos, sirve de asidero contra el descenso.
Creo que me quedaré
sobre esta falla sísmica cerca de
este volcán activo en esta
fortaleza armada frente
un océano moribundo y
cubierto de suciedad.
Océano que bajea a quienes se purgan en la incertidumbre más afín, en sus timados desniveles solo cabe desaprender la obviedad, curtirse en las anémicas contradicciones del verbo y despejar los símbolos de nuestra anatomía. Será lejos de celosa la vigilancia donde avivaremos el poder del deseo.
La obra de la poeta Patricia Crespo siempre ha dialogado con las múltiples variaciones de la incertidumbre, con las dudas que se aprehenden al dolor y lo hacen divagar en la furiosa letanía de lo absoluto, en la discutible resonancia de aquellos finales que nada saben de la continuidad. Fue su anterior poemario, manifiesto de incertidumbre, un recorrido por los eriales oceánicos tan nutridos de ceniza y larvadas expropiaciones, de auxilios que no consuman la fabricación de la luz. En la angulosa pulcritud de sus versos asomaban ya las teorías de la reconquista.
“Tú eres mana o sublime que me pulsa como una lira envejecida y rota, arrancándome aún alguna nota en que tiembla un sonido de emoción”, decía Elizabeth Mulder refiriéndose al misterio, pero en un solo árbol, Patricia Crespo le arrebata a este su fatigada concreción, grita en una carrera enraizada y libre su regreso al paraíso, a los vergeles imprecisos y sublimes que alberga la foresta, a las voces siempre suyas que reajustan la orgánica geografía de la piel.
Bosque enjaulado de tímidas ramas
urdiendo un dosel de luz
que aleteaSobre mi cuerpo:
se distancian a la contemplación
y deshojan mí que tus trémula.Se demoran las sombras
en la palabra transparencia
que guardo.
Pero el bosque, poco a poco, deja de ser jaula para convertirse en aulario, en bóveda que aúna los sugerentes silbidos del barro y las trenzas oscilantes de la raíz. Bosque de alargados augurios cuya ocupante descifra embelleciendo el silencio, imponiendo una necesaria clausura a las voces que gimen más allá de la penumbra.
Fortificaré un muro
y ya no seré bosque.
O quizás cerca de tu voz
para salvarme yo.
La poesía de Patricia Crespo ha sido siempre, y es ahora, un ejercicio de minuciosa exactitud, de búsqueda de la palabra irrebatible, de incuestionable ardor simbólico donde la eternidad sobrevive en los febriles espacios que cerca el sonido. Sin duda, un solo árbol no es solo una elegía de la conquista, de la revocación cuanto fue renuncia e insondable apostasía. Es este un poemario enverdecido por quien, asumiendo sin pudor su maestría poética, nos enseña con brillantes dentelladas el camino de regreso a la vida. Es este, sí, un poemario cuyo tronco asciende con pulido grosor hacia las planicies azules de lo magistral.
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Autora: Patricia Crespo. Título: un solo árbol (Thimmamma Marrimanu). Editorial: Milenio. Venta: Todos tus libros.
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