Cuando Jorge Carrión publicó Los huérfanos (2014), hace exactamente diez años, tras haber publicado Los muertos (2010), era evidente que andaba pensando y construyendo un ciclo unitario, que es lo que ahora publica Galaxia Gutenberg bajo el rótulo de Las huellas para el gozo y disfrute de todos aquellos que nos interesamos por su obra. Por lo tanto, quizá vaya siendo la hora de empezar a trazar un balance, ya no un diagnóstico, y aún no un cierre, porque el autor ha publicado dos (o tres, según se mire) artefactos narrativos fuera de la constelación Las huellas.
¿No es sorprendente que lleguen en tan poco lapso de tiempo obras largas y reflexionadas como el novelaberinto La pasión de Rafael Alconétar (KRK, 2021), de Mario Martín Gijón, La señora Potter no es exactamente Santa Claus (Random House Mondadori, 2021), de Laura Fernández, o Circular 22 (Galaxia Gutenberg, 2022), de Vicente Luis Mora? Afloran los sistemas, crecen las estéticas. Ahora estos escritores flotan sobre la hueste de oportunistas ideológicos, simples populistas narrativos que envejecen pronto y mal.
Jorge Carrión es un escritor abarrocado. No porque exhiba un estilo conceptista o complicado (al revés, siempre intenta llegar a imprenta bien planchado y con un lenguaje claramente cinematográfico), sino porque ha elevado un hipertexto que es a la vez un engranaje de galaxias con vasos comunicantes entre sí. Entre las páginas 537 y 563 encontramos una especie de poema épico sobre el nomadismo, parecido a las Soledades de Góngora, a la Odisea y a Derek Walcott, y que precisamente se titula Teoría general de la huella. ¿Se trata del meollo del conjunto, el quid de la cuestión?
En Los turistas (2015) leemos: “En su rincón, a menudo piensa que la multitud es el cadáver de un dinosaurio abierto en canal” (pág. 470). Las huellas es una enorme sinfonía literaria que se ha desprendido del avance lineal. A la vez es un friso de nuestro tiempo desconcertado y anónimo. En Los huérfanos los personajes hablan de Los muertos en los siguientes términos: “Después de casi una hora de conversación trivial, Mario me ha preguntado qué me pareció Los muertos. Recuerdo vagamente esa serie, de la que vi algunos capítulos aislados, pero que nunca me acabó de llamar la atención: demasiado confusa, demasiados personajes, si te despistabas veinte minutos ya era imposible recuperar el hilo” (pág. 305). Lo que pensábamos que era una novela era una serie. Lo que pensábamos que era un guión de película era un espejo de nuestro mundo.
En el siglo XX algunos filósofos nos decían que nuestras vidas eran novelas. Hoy Jorge Carrión viene a decirnos que en realidad son series de plataformas. Tiempos dislocados, o truncados, metaficción, neuromancias, espirales de acontecimientos que se niegan o se compensan los unos a los otros. Gibsonismo moderado. Las intersecciones locutivas abundan: nuestro mundo sin agarraderos está magníficamente representado en esta nebulosa humana (otra Nube) que ya no es la comedia social del mundo romántico-realista, sino la dimensión paralela del metamundo otro que ha convertido el nuestro cotidiano en una especie de antigualla desconcertante: el dinosaurio de la multitud desorientada.
Cierra el volumen Los difuntos, la magnífica nouvelle que publicó en 2015 Aristas Martínez en una edición de lujo, extraordinariamente mimada. Esta última entrega del ciclo tiene mucho de neo western y es un colofón o bonus track totalmente adecuado para Las huellas, uno de los mundos narrativos más coherentes de la narrativa hispánica reciente.
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Autor: Jorge Carrión. Título: Las huellas. Editorial: Galaxia Gutenberg. Venta: Todostuslibros.
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