Inicio > Blogs > El mirador del dandy > Se acerca el invierno

Se acerca el invierno

Se acerca el invierno

Siento fascinación por lo sublime y por lo miserable. Lo único que no me interesa es lo banal. Quiere esto decir que puedo hablar con vosotros de El amor en los tiempos del cólera o de Sálvame, pero no me pidáis que mantenga una conversación de ascensor porque no tengo ni puñetera idea de cómo se hace.

Mi vecino del cuarto, en cambio, es un maestro en este tipo de conversaciones intranscendentes donde no hay un debate posible, sino tan solo una constatación de la realidad. Su terreno de juego es la frase hecha, el lugar común y el topicazo. Ahí se siente como pez en el agua, más feliz que una perdiz llamando al pan pan y al vino vino, porque el que avisa no es traidor y no te digo más, que en boca cerrada no entran moscas. Mi vecino echa por tierra el principio de la creatividad lingüística, que, tal como lo formuló Noam Chomsky, es la capacidad para decir frases que nunca hemos oído antes. De su boca jamás ha salido una frase que no haya sido pronunciada con anterioridad.

Por eso, a mi vecino lo que más le gusta es hablar del tiempo. Ahí puede sentar cátedra diciendo verdades como puños sin que nadie le discuta. “Esta mañana hacía frío”. “Menudos días de calor que llevamos”. “La que está cayendo”. Tendríais que ver la satisfacción con la que suelta estas trivialidades.

"El dandy escruta el cielo en permanencia porque en ello le va su forma de vida"

Como pienso que la palabra debe usarse para aportar una información desconocida o para exponer un punto de vista diferente sobre un asunto, jamás fui capaz de participar en estas conversaciones y siempre me limitaba a dar los buenos días, a asentir y a despedirme. Esto fue así hasta que empecé a cultivar el arte del buen vestir, porque desde entonces el tiempo se ha convertido en mi obsesión y no hay ahora para mí asunto de mayor relevancia que la previsión meteorológica.

Al igual que el agricultor, el dandy escruta el cielo en permanencia porque en ello le va su forma de vida. Necesito saber qué tiempo va a hacer como otros necesitan la filosofía: para saber a qué atenerme. Y no me refiero tan solo a si va a hacer frío o calor, o si va a caer un chaparrón que me pueda enfangar los zapatos, sino que preciso conocer el grado de humedad para calcular el gramaje de las camisas, y la evolución de las temperaturas a lo largo del día para prever la hora exacta a la que empezará a sobrarme el chaleco. Es fundamental además saberlo con varios días de antelación para organizar los distintos atuendos de la semana y no repetir dos veces seguidas la americana o el pantalón.

Para adquirir todo este conocimiento, no me basta con consultar la aplicación del móvil porque falla más que una escopeta de feria (que diría mi vecino del cuarto). Tengo que comparar distintas fuentes y triangular los datos para llegar a una conclusión con un reducidísimo margen de error. Me he hecho tan experto en la materia que estoy a un paso de predecir el próximo huracán.

"Dicen que a la hora de vestir no hay cuatro estaciones, sino tan solo tres: el verano, el invierno y el entretiempo"

Ahora, cuando coincido con mi vecino del cuarto, ya no me contento con asentir a lo que dice, sino que le doy una clase magistral sobre climatología acompañada de bibliografía específica. Le lleno la cabeza de datos y no le dejo meter baza. Desde que me dandifiqué, lo tengo apabullado. De hecho, últimamente no me lo encuentro en el ascensor. Tengo la impresión de que me está evitando.

Este acompasarse al tiempo que hace deriva también en una forma más intensa de vivir el paso de las estaciones, pues con ellas va mudando la ropa que vestimos, y es en esta variedad donde encontramos uno de los mayores placeres de la existencia.

Dicen que a la hora de vestir no hay cuatro estaciones, sino tan solo tres: el verano, el invierno y el entretiempo. Aunque en último término para mí se reducen a dos: la época en la que puedo llevar corbata y la época en la que no puedo hacerlo.

La segunda, la del verano inclemente, no es un periodo en el que el dandy pueda brillar, sino que debe limitarse a sobrevivir, tratando de conservar la dignidad, hasta que lleguen tiempos mejores. Al contrario que el oso, el dandy hiberna en verano.

Paso, por tanto, el periodo estival como puedo, con pantalones de lino y algodón, calcetines de hilo de Escocia (que, por muy verano que sea, llevo hasta la rodilla) y camisas 100% de lino de una conocida marca japonesa. Las tengo de numerosos colores y siempre me complace su hermosa apariencia jaspeada.

"Cuando van avanzando las semanas, llega el turno de la lana"

Tarda uno en cogerle cariño al lino por su aspereza y por su tendencia a arrugarse con solo mirarlo, pero una vez lo aceptas, comprendes que esos pliegues forman parte de su encanto y que adquieren todo su sentido en una tela veraniega, pues evocan la tierra bajo un sol ardiente que, a falta de agua, se agrieta. La camisa de lino tiene además dos virtudes sorprendentes. La primera es que se siente menos calor con ella que con el torso desnudo, por lo que al ponérmela noto un frescor instantáneo. La segunda es que, cuanto más se lava, más agradable resulta su textura.

Cuando las temperaturas nos dan un respiro y podemos ya lucir corbata, es el momento de explorar otros tejidos. Para esos días en los que el verano ya se ha ido pero el otoño no acaba de llegar, siento debilidad por el algodón seersucker, que en persa significa leche y azúcar, por su tacto suave a la par que granulado. Al ser tan fresco, fue muy usado en el sur de Estados Unidos, especialmente en trajes de rayas, como el que portaba con tanta clase Gregory Peck en Matar a un ruiseñor.

Cuando van avanzando las semanas, llega el turno de la lana, que puede presentarse por sí sola o mezclada en un porcentaje variable con otros materiales. Privilegiaremos uno u otro elemento según las cualidades que queramos potenciar: la excelente caída de la propia lana, la rigidez del lino y el brillo de la seda.

"Una amenaza se cierne sobre los 17 reinos de esta España nuestra y hay que estar convenientemente vestido para afrontarla"

Finalmente, cuando aprieta el frío, entran en escena tres tejidos maravillosos: la franela, el tweed y el cachemir. Es el momento también de reencontrarme con mi querido abrigo, mi polo coat, con vueltas en las mangas y amplias solapas cruzadas. Es un modelo que otorga prestancia cuando la gente te ve llegar, pero más aún cuando te ve marchar, porque lo que de verdad cautiva en este abrigo es su parte de atrás, con su ranura de fuelle en la espalda, su fila de botones por abajo y su martingala central (si ya me gustaba la martingala, cuando supe cómo se llamaba me gustó todavía más).

Para cubrirme la cabeza, he dejado de usar sombrero por encontrarlo un tanto aparatoso y ahora prefiero la gorra de paño, que me da un toque más desenfadado. Uso siempre la que tiene ocho gajos y un botón en el centro. Los franceses la llaman gavroche (por el personaje de Los miserables, de Victor Hugo), los anglos newsboy cap (porque, al igual que tantos trabajadores, la usaban los vendedores de periódicos) y en la tienda donde me compro las mías (la sombrerería Yoqs de Madrid) la denominan gorra irlandesa.

Completo el conjunto con guantes, bufanda y camiseta térmica, que a mí a friolero no me gana nadie y no quiero que me pille desprevenido la bajada de temperaturas o, como diría mi vecino, “la que se nos viene encima”.

Sí, chavales, mucho cuidado con la que se nos viene encima, que ya estamos a 18 de diciembre. Una amenaza se cierne sobre los 17 reinos de esta España nuestra y hay que estar convenientemente vestido para afrontarla. Se acerca el invierno.

4.6/5 (15 Puntuaciones. Valora este artículo, por favor)
Notificar por email
Notificar de
guest

0 Comentarios
Feedbacks en línea
Ver todos los comentarios