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Landman (o la vida con colorantes y conservantes)

Landman (o la vida con colorantes y conservantes)

A principios del año 2009 me encontraba sumido en una especie de crisis existencial. Mi padre acababa de caer enfermo después de la jubilación y me dio por pensar más de la cuenta. Sin saberlo estaba buscando ayuda y ésta se me apareció en forma de cura locuaz del Aleti en la iglesia de Conde Orgaz. El tipo era un gran comunicador y sus sermones estaban llenos de ideas, no de lugares comunes, que suele ser lo habitual. Así que un domingo a la salida de misa de ocho me fui a su encuentro en la sacristía. Me acogió dispuesto y curioso. Me ofreció confesión y ese montón de reuniones grupales que las parroquias suelen tener en catálogo como las agencias de viajes, pero yo sólo quería conversar. Y eso hicimos. Después de dejarme balbucear algunos pensamientos deshilachados me dio un consejo: “Enfréntate a la vida como un espectador sin desear que las cosas pasen. Simplemente observa. Mantén distancia. Es lo que hacen los sabios”. Agradecí el consejo y, como el niño rico al encuentro de Jesús (el del camello, la aguja y tal) me fui a mi casa cabizbajo y sin esperanza. Porque hay algo en la vida que uno es de manera irremediable: partidario.

"El partidario es incapaz de dejar de alinearse en una eliminatoria de curling, en un play-off de la conferencia oeste de la NBA o en una OPA hostil del BBVA sobre el Sabadell"

El partidario es incapaz de dejar de alinearse en una eliminatoria de curling, en un play-off de la conferencia oeste de la NBA, en una final de la Libertadores en el Bernabéu o en una OPA hostil del BBVA sobre el Sabadell. Siempre hay un bando al que apoyar. Siempre hay un resultado deseado. Y una frustración incomprensible que nunca está compensada por la alegría correspondiente. Uno es de Joselito y después de Morante. De Martín Vázquez, de Guti, de Benzema y ahora de Güler. De Scorsese, de Pacino contra De Niro, de McEnroe contra Lendl, de Joe Walsh o de Harrison contra el sobrevalorado Clapton. El partidario todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo tolera. Y cuando parece que no habrá otro partido que tomar, que nunca habrá nada mejor que Nora Ephron, aparece Sorkin. Y después Nolan. El último es Taylor Sheridan.

Aquí, en Zenda, ya cantamos las alabanzas al director-productor en la inconmensurable saga Yellowstone (queda sólo un capítulo para acabar la esperada segunda parte de la quinta temporada y, a diferencia de Luis Herrero y a pesar de que no cuentan con Kevin Costner, sigo babeando) así que no es cuestión de repetirlo todo. Pero es que, insatisfecho con haber exprimido el rancho de Montana hasta la última gota, ha decidido explorar la otra cara de la misma moneda en lo más profundo y auténtico de las llanuras tejanas y sus pozos de extracción (desconozco si es Trumpista pero adora a sus votantes).

"En Landman, Sheridan baraja los mismos elementos que han hecho de Yellowstone una referencia contemporánea y los vuelve a repartir"

En Landman, Sheridan baraja los mismos elementos que han hecho de Yellowstone una referencia contemporánea y los vuelve a repartir. Y así tenemos al protagonista, Tommy Norris (Billy Bob Thornton), que, como John Dutton (Kevin Costner) nos recuerda que hay vida aprovechable a los 69. Tommy es, como él mismo le dice a su hijo Cooper (Jacob Lofland) cuando éste quiere seguir sus pasos como operario de los pozos de petróleo, “un alcohólico divorciado, con una deuda de quinientos mil dórales…y soy uno de los afortunados”. Y lo más desconcertante es que a uno, viendo la serie en su salón, le suena como un proyecto de vida. Tommy, como John Dutton, es experto, viene de vuelta porque lo ha vivido todo, no pierde tiempo y jamás se arredra. Conduce una pickup monstruosa, de esas de concurso de aplastar coches, viste pantalón vaquero, cinturón con hebilla del tamaño de un puño y sombrero tejano (¿les suena?). Trabaja para el implacable multimillonario Monty Miller (Jon Hamm) que se pasa la Agenda 2030 por donde la esponja y que confía en su capataz porque tiene buen ojo para las personas que le aportan valor.

Mención especial merece un capítulo que podríamos llamar “Sheridan y las mujeres”. Empezando por la ex mujer de Tommy, la imperial Angela (Ali Larter). Vale la pena la serie sólo por esta diosa. Angela dejó a un Tommy arruinado por una de tantas crisis del precio del barril y, nacida para la vida fácil, se volvió a casar con un multimillonario aburrido. Pero, lejos de ser una simple mujer objeto, es dueña de su destino, consciente de sus fortalezas, y vaya si saca ventaja de ellas. Una conversación con Tommy da todas las pistas:

—Pero, Angela, querida, tuvimos un matrimonio terrible interrumpido por breves momentos de felicidad. Apenas risas y un sexo increíble.

—Créeme, Tommy, estoy viviendo la alternativa y me quedaría con risas y sexo increíble cualquier día de la semana.

Y a uno le suena como un proyecto de vida.

Como todas las mujeres del universo Sheridan, Angela es inteligente, decidida, aplastante y desmesuradamente sexi. O lo que es lo mismo: todo a la vez en todas partes.

"Quiero creer que Sheridan se ha propuesto inspirar a todos los que, de un modo u otro, cambiaríamos nuestra dedicación por la de capataz de rancho o supervisor de pozos de petróleo"

Después está su hija Aynsley (Michelle Randolph) que aspira a convertirse en su madre pero que adora a su padre (como Elsa en 1883; como Beth en Yellowstone). Por último está la joven abogada Rebecca Falcone (Kayla Wallace) que tiene treinta y tantos, que se le caen la elegancia y la sensualidad cuando anda con tacones por los eriales tejanos y que está acostumbrada a ser subestimada por su edad y apariencia pero que disfruta haciéndose llaveros con abogados presuntuosos de despachos con cuatro apellidos. En definitiva, las mujeres de Sheridan, que se bastan y se sobran para estar solas y no depender de nadie pero que, simplemente, no quieren.

El pasado lunes, en la tertulia de En casa de Herrero, comenté la nostalgia que me producía el recuerdo de los años 80 en comparación con estos 2020 que no tienen olor ni color ni sabor. Creo que dije “década 0,0%”, como la cerveza “sin”, como la ginebra “sin”, como la vida “sin”. Quiero creer que Sheridan se ha propuesto inspirar a todos los que, de un modo u otro, cambiaríamos nuestra dedicación por la de capataz de rancho o supervisor de pozos de petróleo incluso con la condición de tener que cumplir 69 de golpe.

¡Ah! Y también sale Demi Moore, pero es que uno no es partidario.

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