Entre las obras maestras de Crockett Johnson (la serie de Harold, Barnaby, los álbumes en los que colaboró con su esposa, Ruth Krauss…), figura con todos los honores Ellen y el león (Ellen’s Lion), editado recientemente por primera vez en España. Es muy buena noticia, porque Johnson es una de las figuras imprescindibles de la ilustración del siglo XX y sus trabajos evidencian siempre una lucidez poco habitual.
Johnson parte de la premisa de un falso diálogo, evidenciado desde el comienzo como un monólogo imaginario entre la niña Ellen y su muñeco. A partir de esa premisa sencilla, exprimiendo las posibilidades de la confusión (“La confusión crece” se titula precisamente una de las historias), por medio del absurdo, del juego de disfraces, de la apelación a otros personajes imaginarios y de una mirada distanciada y atenta a los mecanismos de la mente infantil, Johnson consigue construir un diálogo entrañable (la entusiasta Ellen, el paciente y resignado león), digno de la mejor tradición de parejas de amigos de la historia de la literatura infantil.
En Crockett Johnson es habitual la convivencia del humor más ingenuo (la difícil representación no sentimentalizada del candor) con la reflexión sobre los límites entre el mundo real y el imaginario, sobre el poder creador de la imaginación. En uno de los cuentos, Ellen teme ir a la cocina en medio de la noche por miedo a “las cosas invisibles que dan miedo”. Tras conversar con su león a propósito de esto, a Ellen se le ocurre salir de la habitación como un Jano bifronte, con el peluche colgado del hombro, para poder mirar a la vez hacia atrás y hacia delante. De repente el león le advierte que sus ojos son botones, por lo que su estrategia es inútil ya que él “no ve muy bien”. Ellen le dice que no se preocupe, pues “las cosas invisibles no lo saben”. La conversación continúa del siguiente modo:
—¿Cómo sabes que no lo saben? —dijo el león.
—Porque lo sé todo sobre ellas —dijo Ellen—. Al fin y al cabo, soy yo la que me las he inventado en mi cabeza, ¿no?
—Ah –dijo el león. Ya lo decía yo, que esas cosas no existen.
—Pues claro que existen —insistió Ellen—. Ya te he dicho que las inventé yo misma.
—Sí —dijo el león—, pero…
—¿Lo sabré yo o no? —dijo Ellen, colocándose al león en el hombro de manera que miraba hacia atrás—. Deja de discutir y mantén los ojos bien abiertos.
El arte que juega con los espacio de umbral entre reinos diferentes (el real y el creado) requiere de un artista muy consciente y muy dotado, alguien con agudo sentido de la realidad y con fe en las potencias de lo imaginario. Sólo de esa forma consigue evitar lo artificioso o lo pueril. El juego y risa colaboran particularmente en ello, por su poder simbólico y por su capacidad para permitir una distancia de la mirada al tiempo que una unión afectiva.
En otro de los cuentos, Ellen y su león están escalando una gran montaña, que en realidad es el sofá de casa. Ello les dará la gloria como montañeros. Están unidos por la misma cuerda. En un momento de la escalada, el león se despeña por los acantilados hasta caer al suelo del salón. “¿Estás muy muerto?”, le pregunta Ellen. “No”, responde el león”. A lo que la niña sentencia: “Bien. Entonces eres famoso”.
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Autor: Crockett Johnson. Traducción: Ellen Duthie. Título: Ellen y el león. Editorial: Wonder Ponder. Venta: Todos tus libros.
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