El folio y medio hace una extraña justicia a los libros. Es folio y medio lo que se necesita para dar cuenta de la lectura de un libro cualquiera, y para dejar muy concretados su valor y su impacto. Da tiempo incluso a citar trozos del texto, poner algunas cursivas y convencer a la parroquia. Luego los de las editoriales, si hay suerte, sacan una frase de la reseña y la ponen en una faja.
Reseñé para El Confidencial Un corazón furtivo (Destino), la biografía de Josep Pla elaborada por Xavier Pla. Por los plazos que uno mismo se impone, vi que era imposible leerlo entero antes de reseñarlo (imposible para mí, digo; mucha gente experta es capaz de reseñar un libro sin leerlo entero, de hecho), y me propuse llegar a la Guerra Civil y hacer el comentario de esa primera mitad. El dato, que conocía, de que Pla regresó a Cataluña junto a las tropas franquistas me pareció un buen lugar para hacer balance. El mejor escritor en lengua catalana de la historia espió para Franco y volvió a su tierra subido a un vehículo militar.
Después de escribir la reseña y verla publicada, las setecientas páginas que me quedaban por leer se vieron muy cuestionadas. De pronto, daban menos ganas de leerlas porque ya había dicho que el libro era muy bueno. Además, había que leer más libros para seguir diciendo lo buenos que eran o lo malos que eran. Es curioso que un libro del que ya has opinado en público, si no lo has acabado de leer, se lea peor, se siga leyendo mucho peor, como quien va de noche por las calles que conoce, y le son ajenas.
Así que, con gran esfuerzo, fui acabando de leer Un corazón furtivo. La idea de escribir una segunda reseña sobre las páginas no reseñadas me ayudó no poco a subir la montaña.
Ganador del I premio Zenda a mejor Ensayo del curso 2023-24, Un corazón furtivo, en esta segunda reseña, detalla la vida de Josep Pla después de la Guerra Civil. Hay muchas cosas interesantes. Con todo, nunca serán tan movidas, locas y juveniles como cuando el autor vivía en libertad. Vivir en dictadura no puede dar a ninguna biografía (salvo a la del dictador) sensación de plenitud. Franco no podría aspirar a nada más en la vida que a ser dictador; la gente cuyas vidas controló durante casi cuarenta años, entendemos que sí. El techo aspiracional se ponía bastante bajo, salvo para los propios secuaces del régimen.
Así, Pla se encierra, como vimos en las páginas anteriores, reconcentra su imagen artificial de tipo de campo que sólo necesita un poco de viento y algo de vino, charlar con la gente común y hacer un par de viajes en transporte público para levantar una obra literaria. Este cromo literario lo mantiene Pla, según el otro Pla, durante toda la vida.
Sobre un fondo bajoampurdanés, podemos observar el lento desarrollo del panorama editorial español. Esto me ha gustado mucho. Sumando pequeños detalles, pequeños progresos, llegamos de aquellas editoriales casi artesanales a estos días nuestros de grandes grupos. Por ejemplo, es gracioso ver cómo un librero inventa la librería moderna —siempre copiando a Francia, claro—, al disponer en una que abre los libros en mesas centrales, de modo que la portada quede a la vista, lo cual hace que se venda más. Antes, una librería era todo lomos de libros, en estanterías pegadas a la pared. También “inventan” en esos años 50 y 60 el crowdfunding, haciendo que la gente se “suscriba” a un libro de Pla antes incluso de imprimirlo. Se siguen haciendo homenajes, cenas, a autores, siempre promovidas por el propio autor, que luego se hace el sorprendido por el homenaje y da a entender que no lo merece. Fue él mismo el que sugirió a sus amigos que se lo hicieran. Algunos premios se fallan antes de debatir quién va a ganar, y Pla gana algunos, y los que no gana generan polémica, porque habíamos quedado que los iba a ganar. Como ven, todo estaba inventado hace mucho, antes incluso de que llegara Carlos Barral.
Lo más bonito (porque lo anterior bonito yo no lo veo) es ver cómo lucha la literatura en lengua catalana por sobreponerse al franquismo. El editor Josep Maria Cruzet, editor de Pla en el sello Selecta, alcanza perfiles casi heroicos, al proponer las primeras colecciones (si no las primeras, no lo voy a mirar) de literatura catalana después de la Guerra Civil. Aquí Pla también aporta su coraje particular, pues él quiere ser escritor en catalán, y publicar en catalán le es absolutamente fundamental. Esta aventura por salvar un idioma es de las cosas más hermosas de leer, en esta segunda parte del volumen.
Curiosamente (o no), lo que hace Pla en el amor me interesa poquísimo, esas novias, esas amantes, esas mujeres epistolares y confusas. Aunque el libro dedica decenas de páginas a relaciones amorosas, pues están muy documentadas, no me aportan nada a la firma Josep Pla. Me parece más interesante con quién cena el autor que con quién se acuesta. Sólo saca uno la conclusión de que Pla era, como decía Jardiel Poncela de sí mismo, “un sensual”, o sea, un hombre muy permeable a la belleza del cuerpo de la mujer. El escándalo llega, en estos menesteres, cuando Pla parece manifestar excesiva permeabilidad ante la belleza del cuerpo de una adolescente, a la que cartea con gran ridículo. Él tiene aquí como cincuenta años, y la chica unos 16.
Todo en Pla, como vemos en la primerísima frase de la biografía, es falso o calculado o no sincero o no directo. Así, me interesa mucho, por lo que me toca, cómo el gran autor hace libros estupendos con sus artículos ya publicados. Fue el caso de Viaje en autobús (1943). Cuando uno, mil años después, lee este libro, piensa que lo hizo Pla de la primera a la última página, inéditamente y para sí mismo, antes de sacarlo a la luz. No. Son columnas, artículos conconmitantes, que, modulados y moldeados, y quizá cortados o alargados, y, desde luego, entreverados con otros textos esta vez sí inéditos, dan en un libro como todos los demás, de esos que uno ha escrito del tirón en su casa. Lo mismo sucede con El cuaderno gris (1966). Lo leí en los años 90, en la edición del diario El Mundo, una colección de grandes novelas de la literatura en español que regalaron con el periódico. Y, sin mirarlo, aún recuerdo que en su prólogo Carmen Rigalt decía algo como: “Si escribes una obra maestra a los 20 años, ¿qué puedes hacer luego?”. Fíate tú de los prólogos.
Al cabo, Pla no escribió su obra maestra con 20 años, sino que, de nuevo, tomó un diario de notas no geniales escrito en 1918 y le dio mil vueltas, lo empedró con textos posteriores, textos de todo tipo y condición, haciendo con los papeles olvidados en sus cajones y con sus papeles publicados un gran collage, muy feliz.
Al mismo tiempo, Pla vive para sus obras completas, lo que no deja de ser impresionante. Los autores que uno conoce, cuya vida ha leído por ahí, viven para su obra, no para sus “obras completas”. Pero Pla, desde el medio siglo, está obsesionado con ver todo lo que ha escrito reunido en tomos gordísimos que alcanzarán (de nuevo, no lo miro, lo recuerdo) las sesenta entregas. Es como una ambición al peso, como una halterofilia del ego. Quiero verme en medio metro de altura de libros apilados. Nadie lee obras completas, querido Pla. Nadie lee ni siquiera un tomo de unas Obras completas. Son puro almacenaje literario.
Se leen libros sueltos y bonitos.
Pla sigue haciéndose entrevistas a sí mismo, donde el entrevistador es él, pero nadie lo sabe (se inventa un nombre); y sigue moviendo actos en su honor que luego le sorprenden mucho. Por ejemplo, un ciclo de conferencias sobre su obra: la idea se le ocurrió a él mismo.
Pero, llegado el tramo final de la vida, el pasado le putea, el franquismo. Muerto Franco, en Cataluña mucha gente recuerda quién llegó a Cataluña en vehículo militar, y quién espió para el bando sublevado, y eso evita, sin ir más lejos, que Pla reciba el Premio de Honor de las Letras Catalanas. ¿Se puede ser buen catalán y facha (facha de Franco)?, es la pregunta que se desarrolla en varios capítulos de Un corazón furtivo.
Parece que al final se pudo, porque Josep Pla figura hoy como lo que siempre quiso ser: el mejor catalán del mundo.
Su muerte, en el libro, en esta biografía, yo la esperaba muy detallada, pues las 1423 páginas (1523 con notas), si algo no eluden, es hasta el más mínimo detalle. Pero Pla muere y no sé de qué, ni dónde, ni cuánto tiempo se estuvo muriendo. El final no es sórdido, como suele serlo (pienso en las entradas finales del Diario de González-Ruano, por ejemplo, absolutamente espantosas), pero me sorprende su escasez, lo poco que vemos morir a Pla.
De hecho, el final de Pla es televisivo, televisado. Donde uno esperaba encontrar detalles médicos y clínicos, Xavier Pla nos planta la famosa entrevista (todas lo son) que le hizo Joaquín Soler Serrano en TVE para su programa A fondo, en 1979, y la va comentando y analizando con primor. Antes, hemos leído una de esas frase de Josep Pla que me encantan (del tipo: “Los políticos, como tienen que ser, listos y mediocres”), que dice: “La gente no se calla nunca”.
También ha habido ocasión de encontrar su poética, en páginas perdidas. La poética de Pla es realmente revolucionaria e impensable. La enuncia con precisión: “Sujeto, verbo y predicado”.
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