Manuel Alberca ha ampliado, corregido y revisado el ensayo sobre autoficción que publicó en 2007. Lo ha hecho con la intención de ofrecer un instrumento de ayuda para todos los investigadores y lectores que quieran comprender, de manera amena y accesible, qué es y cómo funciona esa controvertida forma narrativa que tiene ya casi cincuenta años de vida.
En este making of Manuel Alberca recuerda qué le llevó a escribir El pacto ambiguo (El Toro Celeste).
***
Entre los estertores del franquismo y los primeros años de la Transición se produjo en España una eclosión editorial de libros biográficos como nunca antes se había conocido. El llamado boom autobiográfico hizo que me aficionase a la lectura de esta clase de textos, que irían apareciendo en número creciente en los años venideros. Al mismo tiempo, como profesor que iniciaba entonces su currículo docente, comencé también a estudiar esta parcela literaria y sus territorios limítrofes.
El pacto ambiguo: De la novela autobiográfica a la autoficción trata de dar respuesta a esta pregunta, y es el resultado de diferentes y progresivos acercamientos a la cuestión planteada. En la explicación de este fenómeno ha tenido una influencia decisiva el concepto y el neologismo de «autoficción», con el que bautizó Serge Doubrovsky su «novela» Fils (1977), que, en realidad, era un relato de su propia vida en el que el autor aparecía bajo su propio nombre. Fils era, como él lo definió, un relato autobiográfico, basado en «hechos estrictamente reales», pero lo había vestido con el traje de la novela más innovadora del siglo XX, de Joyce y de Proust sobre todo. Esto es, contaba su vida, o algunos episodios de esta, pero en el molde de una novela. Era, por así decirlo, un producto de laboratorio, fruto de una reproducción asistida, para la que se habían tomado genes de los dos grandes géneros narrativos, novela y autobiografía, y se habían mezclado en la probeta literaria. Pero, a decir verdad, aunque el escritor francés «inventó» el término «autoficción», ya existían obras que respondían a esta misma idea.
De acuerdo con la teoría esbozada por Doubrovsky, la mayoría de las novelas que reclamaban mi atención eran autoficciones, sin que sus creadores fuesen conscientes tal vez de que lo eran. O sea, habían escrito novelas, cuyos narradores y protagonistas, como si fuesen autobiografías, tenían la misma identidad del autor. Es el caso de La tía Julia y el escribidor, la novela de Mario Vargas Llosa, que se publicó también en 1977, sin tener ninguna relación con Fils. En ella un narrador protagonista, que responde al nombre de Marito o Varguitas, cuenta, en paralelo a los delirantes argumentos de los seriales que escucha en la radio, la relación amorosa y posterior matrimonio con su tía política, Julia Urquidi, de casi treinta años, cuando él era un adolescente de dieciocho.
La mezcla de elementos ficticios y autobiográficos da resultados contradictorios, y tiene efectos paradójicos. En principio, la indicación genérica es muy importante en la primera aproximación a un texto nuevo, porque orienta al lector o lo sitúa en la posición más correcta para interpretar con acierto el relato. En este sentido, la primera paradoja de la autoficción sería de orden interpretativo: por un lado, aparentaría cumplir, al menos formalmente, el principio autobiográfico de la identidad entre autor, narrador y protagonista, pero gozaría de la libertad expresiva y creativa, que le faculta la rúbrica novela, exhibida en la portada o en la contraportada.
Entonces, ¿cómo leerla? ¿Cómo novela o cómo autobiografía? Según Doubrovsky, «novela no quiere decir que uno se despega de lo real para volar a lo imaginario. Quiere decir que confía en la creatividad de la escritura, en su poesía, que incorpora lo real sobrepasándolo […]» (Un homme de passage). Es decir, la vida igual que la memoria no está archivada en ningún sitio, sino que es la escritura la que se reapropia de lo vivido y lo construye, creando su propia verdad y dándole coherencia. Frente a las memorias y autobiografías tradicionales, la autoficción venía a reconocer la primacía de la escritura a la hora de contar la vida y su poder modelador de la identidad. Por tanto, tampoco la susodicha identidad es menos ambigua. El yo es idéntico, en apariencia, al de otros textos autobiográficos, pero la identidad individual en las autoficciones resulta por fuerza más ambigua y el yo personal más complejo, prismático e incierto. Para ejemplificarlo sería algo así como la teoría de los cuatro yos de Unamuno. Según este, en el yo «habitan» (al menos) cuatro yos: el yo que soy, el yo que tú crees que soy, el yo que creo ser y el yo que quisiera ser. En fin, un yo que, al mismo tiempo, es y no es yo.
El neologismo autoficción, como todos cuando se ponen de moda, parecía condenado a desaparecer rápidamente. Ni el mismo Doubrovsky pensó que su «invento», nacido del azar, fuese a durar tanto. Pero se quedó en los estudios literarios, en el arte y de ahí está pasando, incluso, al uso común de la lengua. Entre los estudiosos del fenómeno el término ha concitado rechazos y adhesiones a partes iguales. Los detractores lo han atacado, porque lo encuentran irregular, asimétrico o imperfecto, en fin, una mala decisión que produce confusión y que da problemas.
En cambio, para los defensores —entre los que se encontraría el que suscribe—, aunque reconocen que la «ficción» del neologismo puede producir anfibología, el resultado es ágil y rotundo, sintético y plástico, expresivo y sugerente como un buen logo comercial. Y también porque en su contradicción semántica da cuenta precisamente de lo que es propio de la autoficción: esa mezcla sutil de lo ficticio y lo real que se encuentra a veces en la vida. No conviene olvidar tampoco que nuestros fantasmas personales constituyen también nuestra identidad, porque cualquier persona tiene necesidad de un suplemento de ficción para enfrentar la realidad. El celebrado aforismo de Jacques Lacan —«la verdad tiene estructura de ficción»— vendría a ratificar, por encima de todas las posibles objeciones, el acierto de la formulación de Doubrovsky. Esto es, el imaginario de cada uno no es menos importante que lo real a la hora de relatar la propia vida.
Aquella indagación inicial sobre el enigma y la razón de estos relatos tuvo continuación en diferentes publicaciones, pero el resultado, final y definitivo para mí al menos, de aquella pesquisa lo recojo en El pacto ambiguo: De la novela autobiográfica a la autoficción, reeditado por El Toro Celeste en su colección «La Zambrana», en el que reviso, completo y amplío notablemente la primera edición de 2007. Está feo que yo lo diga, pero la mayor virtud de El pacto ambiguo fue tal vez hacer visible y llamar la atención de este extenso y desconocido territorio entre la autobiografía y la novela, al que apenas se le había prestado atención.
Este libro, la verdad sea dicha, me ha dado muchas alegrías, y casi ningún pesar. A juzgar por la cantidad de reseñas, citas y referencias que acumula en estos años, ha debido ser útil a estudiantes y doctorandos para sus estudios literarios, tesinas y tesis doctorales. A un profesor creo que no le cabe mayor satisfacción que estimular y facilitar el aprendizaje de los alumnos, en otras palabras, ayudarlos a aprender por sí mismos.
Además, el libro ha tenido alguna repercusión entre los novelistas que se acercaron a este libro interesados o recelosos ante este nuevo registro narrativo. El primero que lo leyó y se interesó fue Justo Navarro, que tuvo, además, la generosidad de hacer un hermoso y preciso prólogo que puso a los primeros lectores de libro en la senda correcta. Después vendrían Ricard Garzón, que llamó la atención de otros escritores sobre la estimulante utilidad creativa que la teoría de la autoficción encerraba, y Alberto Olmos, con su cáustica, pero siempre enriquecedora, opinión. Ya más recientemente, fue Juan Pablo Villalobos, en No voy a pedir a nadie que me crea (2016), Premio de Novela Herralde de ese año, el que me deparó una gran satisfacción, la máxima a que puede aspirar un profesor de literatura, al convertirme en personaje literario, aunque fuese en el papel mínimo de una aparición menor, que, sinceramente, me engordó el ego… Y eso que todo era radicalmente falso porque, entre otras razones —y tú, Juan Pablo, lo sabes—, nunca di una conferencia en la Universidad Pompeu Fabra. Tampoco —y debo añadirlo para los que gustan de la comprobación veraz de los hechos— tengo el gusto de conocer al escritor mexicano, y claro que me gustaría. Desde aquí lo proclamo, escucha Juan Pablo, autor de mi vida novelesca, ¡muchas gracias! En fin, fue un gran honor hacer de secundario en tu novela, y recibí un chute de vanidad que desconocía. Sé que no tengo derecho a pedirte nada, pero ¿no habría un papelito para mí en alguna próxima novela? Aunque sea como un profesor viejo y unamuniano en su neblina existencial…
Esta segunda edición dignifica el libro, mejora la presentación y maquetación de la primera y, por supuesto, lo hace más legible en el sentido más visual del término. También se corrigen errores, se eliminan repeticiones y se añade alguna precisión nueva. Pero, sobre todo, al libro se incorpora un capítulo nuevo, «Cuarenta años más», y una apostilla, «De la autoficción a la antificción», que cierra y concluye mi reflexión sobre la siempre lábil y controvertida autoficción, en la que hago balance de los primeros cuarenta años de historia de la autoficción con sus logros, rémoras y perspectivas. Me atrevo a hacer, incluso, algún pronóstico de la dirección que podría tomar la autoficción en los próximos cuarenta, basándome no en mis inéditas dotes proféticas, sino en mis preferencias literarias… Concluyo que el futuro de la autoficción, esos cuarenta años más de vida que me gustaría desearle al invento de Doubrovsky, debería encontrarse en la búsqueda de la verdad de uno mismo y de los otros, o del conocimiento de uno mismo en los otros como la forma más acertada, fructífera y empática de convivencia, por mediación del lenguaje y del arte del relato.
Desearía que esta nueva edición de El pacto ambiguo pudiera seguir siendo útil a los estudiosos de la autoficción y de la autobiografía y estimulante para la creatividad literaria de los escritores que se puedan asomar por primera vez al libro. Pero también creo que su lectura puede ser provechosa para cualquier lector interesado en el fenómeno de la autoficción, porque en esta ocasión el texto se ha descargado de citas a pie de página y aliviado de tecnicismos, cuando ha sido posible. En definitiva —y dicho sea con una pizca de humor—, este libro deberían leerlo también aquellos que siempre quisieron saber todo sobre la autoficción y nunca se atrevieron a preguntar.
—————————————
Autor: Manuel Alberca. Título: El pacto ambiguo. Editorial: El Toro Celeste. Venta: Todos tus libros.
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: