Mientras Londres se prepara para recibir la Navidad, los periódicos vespertinos reportan la desaparición de la suite del hotel de la condesa de Morcarde de la piedra preciosa conocida como el carbunclo azul. Un hombre llamado Peterson se planta en el 221B de Baker Street, y les cuenta a Holmes y Watson cómo acabó en su poder un ganso que en su interior tenía la famosa joya. Intrigados, Holmes y Watson se lanzan a buscar al dueño del ganso perdido para así poder desentrañar el misterio del robo del carbunclo azul.
A continuación, reproducimos la introducción de Eduardo Torres-Dulce a la nueva edición de La aventura del carbunclo azul, publicada por la editorial Hatari! Books.
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Para Luis Alberto de Cuenca, holmesiano de pro
Todo en La aventura del carbunclo azul respira la Navidad. Por cierto que es el único caso de Holmes que se desarrolla en Navidad. Hay otros, por ejemplo, La aventura de la diadema de berilos, en los que el frío del invierno, la nieve y el hielo dominan el escenario del relato, pero no se desarrollan en Navidad. Este relato tan holmesiano como navideño se publicó en la revista The Strand Magazine en el número correspondiente al mes de enero de 1892, el séptimo de una serie deslumbrante de doce relatos, luego agrupados en forma de libro bajo el título de Las aventuras de Sherlock Holmes. Cada relato iba acompañado de unas fascinantes ilustraciones de Sidney Paget, que hicieron tanto por la imagen del detective como las propias palabras de Conan Doyle. Fue tal el éxito que Doyle abandonó la práctica de la medicina para dedicarse profesionalmente a escribir, una pulsión que hasta ese momento había dominado tanto su vida como la práctica de la medicina.
Watson no desaprovecha la oportunidad de que es navidad para acercarse al 221b de Baker Street para felicitar a su amigo. Conan Doyle nos muestra al gran detective en su más estricta intimidad, envuelto en una bata de color púrpura, rodeado de sus pipas, con los periódicos del día por el suelo, arrugados tras su lectura, y con un desastrado bombín colgado de una silla. Todo adquiere un tono de tranquila cotidianeidad con Watson calentándose las manos ante el fuego crepitante de la chimenea, porque afuera está helando de verdad. Ese momento de intimidad nos muestra, asimismo, que Holmes no tiene ningún caso a la vista y se entretiene y entrena sus facultades de inducción reflexionando sobre el propietario de ese sombrero, perdido en una trifulca callejera de madrugada. Holmes, como tantas otras veces, pone a prueba las facultades de observación e inducción de Watson, que, como tantas otras veces fracasa para que Holmes las ejerza con su brillantez habitual. Puede tratarse, como confiesa Holmes, de un caso trivial, producto de esas cosas que suceden en una urbe como Londres en la que conviven apretujados unos millones de personas, pero el detective no deja de verle un cierto atractivo por lo que de instructivo pueda resultarle. Tras esa actitud de Holmes radica una cualidad de los seres humanos de tamaño especial; la impenitente curiosidad, de la que solía hablar el maestro Julián Marías, que les impele a saber más, a explorar las zonas de conocimiento que desconocen. Se trata de un enigma, un desafío a su capacidad para razonar a partir de indicios, un método esencial en su trabajo de detective consultor. La cadena de razonamientos de Holmes tras examinar ese sombrero, algunos muy arriesgados en pura lógica, resultan tan deslumbrantes como la radiografía del ser humano propietario del bombín y que se refugia bajo las iniciales H.B. presentes en el interior del aquél. Es esa una cualidad especial y esencial en los relatos de Holmes; tras cada caso hay un ser humano, una perspectiva, que como revelará el desenlace de El carbunclo azul, nunca le es ajeno al detective El relato, esa es una de las habilidades de Conan Doyle, hasta ese momento entre costumbrista y de laboratorio detectivesco, gira dramáticamente de manera tan brusca como imprevista. La irrupción en la habitación de Peterson, el recadero que intervino casualmente en la nocturna trifulca callejera, muestra excitado en la palma de la mano lo que han encontrado en el buche del ganso abandonado tras la batalla junto con el sombrero. Una joya refulgente, un carbunclo azul, y famosa, que conecta el hallazgo con un hecho criminal acaecido unos días antes, el robo de esa gema, perteneciente a la condesa de Morcar, en sus habitaciones del Hotel Cosmopolitan. La policía ya tiene a su sospechoso, James Horner, un fontanero con antecedentes criminales, que estuvo arreglando una avería en la habitación de la condesa. De la cotidianeidad al crimen más sensacional. Nadie va a requerir la participación de Holmes para resolverlo pero el detective se ve impelido por el desafío de aclararlo y para eso no desdeña la colaboración de Watson; éste cumple con su ronda de visitas médicas pero al atardecer ya está de regreso en el 221 b de Baker Street. Los dos amigos de nuevo juntos, el juego, la caza, la aventura comienza.
Conan Doyle domina magistralmente el tempo del relato, una aventura que apenas dura un día, combinando las conversaciones en el cuarto de estar de Baker Street con la acción, porque Holmes y Watson, bien abrigados, se lanzan en la fría atardecida de ese 27 de diciembre a trazar el recorrido del ganso perdido en la trifulca callejera. Un recorrido que se inicia en la taberna Alpha, no lejos del Museo Británico y se prolonga hasta los puestos del mercado del Covent Garden. Doyle, en ese fascinante itinerario que Holmes y Watson, con el apoyo de los indicios, siguen a través de las calles londinenses y de los testimonios de los personajes a los que entrevistan, mezcla costumbrismo de primer rango con el dramatismo inherente a la investigación de un hecho criminal.
Hay en toda La Aventura del Carbunclo Azul un perfume inevitablemente dickensiano y no sólo porque su trama comience y se resuelva en Navidad, en un solo día, el segundo día después de Navidad, un tiempo, una época que lo asocia con las novelas y relatos de Charles Dickens; la presencia magnética de A Carol Christmas ( Un cuento de navidad ) parece cita inevitable. Porque una de las características de las novelas y relatos de Holmes es que aunque se centren en la investigación de un misterio, en la resolución de un problema criminal, nunca pierden la perspectiva de la humanidad de los personajes y de la insondable marea de la condición humana. No son, como algunos de sus sucesores, pienso sobre todo en S.S. Van Dine y su detective Philo Vance, que por otras parte me gusta mucho, maquinarias perfectas de la ciencia detectivesca de la deducción racional, sino que junto con ello, quizás menos perfectas, más deshilachadas, poseen una mirada extraordinariamente humana sobre los personajes y las situaciones que conforman sus tramas.
El carbunclo azul, con ese telón de fondo navideño, respira situaciones y personajes que habría acogido gozosamente Dickens. El primero el escenario londinense que Conan Doyle retrata tan física como emocionalmente. Las calles alrededor de Tottenham Court Road, los pubs cercanos al British Museum, como el Alpha, los suburbios como Brixton Road el dédalo de callejuelas que llevan desde las inmediaciones de Bloomsbury al mercado del Covent Garden con sus puestos de carnes, pescados, verduras, frutas, flores… No muy lejos de ese paraje, por cierto, deben andar, a la salida de una función de teatro, el profesor y filólogo Henry Higgins, el Coronel Pickering y Eliza Doolitle, una florista con pretensiones y sueños sociales, creaturas salidas de la pluma de George Bernard Shaw para su comedia Pygmalion, creaturas con notable y cercano parentesco con Holmes y Watson, como Shaw no tenía inconveniente en reconocer.
El carbunclo azul se construye sobre un hecho criminal, el robo de una valiosa joya, un hermoso carbunclo azul, en las habitaciones de la Condesa de Morcar, en el Hotel Cosmopolitan. Scotland Yard tiene a buen recaudo a un sospechoso. Pero en el otro extremo de Londres Mr. Sherlock Holmes y el Dr. Watson desenredan la roja madera del crimen merced a un bombín desastrado perdido en una trifulca callejera. Nuestro detective se erige, no en el largo brazo de una ley implacable sino en el tribunal que comprende las oscuras razones de los corazones humanos y no olvida que estamos en Navidad.
“Supongo que con esto cometo un delito, pero es muy posible también que salve un alma. Este individuo no volverá a delinquir: está demasiado asustado para ello. Envíelo ahora al presidio, y lo convertirá en un criminal de profesión. Por otra parte, estamos en la estación del perdón. La casualidad ha puesto en nuestro camino uno de los problemas más singulares, y su solución es bastante premio para nosotros. Si tiene usted la bondad, doctor, de tocar el timbre, empezaremos otra investigación, en la que también un ave será el principal motivo.”
Un alma caritativa y liberal o un reformador social avanzado, o también un hombre que se enfrenta a menudo con los detritus de la naturaleza humana y que en Navidad no olvida el mandato evangélico, ese de “no juzguéis y no seréis juzgado “
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Autor: Arthur Conan Doyle. Título: La aventura del carbunclo azul. Ilustraciones: Sidney Paget. Editorial: Hatari! Books. Venta: Todostuslibros.
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