La pasión de Lorenzo Luengo por Byron proviene de una herencia, la de su madre. Le dejó una mirada sobre el poeta inglés que trasciende lo que de él hasta el momento se había leído, una mirada que camina hacia adelante, que persigue el descubrimiento.
De Byron sabemos que fue el gran poeta maldito, el precursor del romanticismo en Inglaterra. Luengo deja esa imagen atrás, rompe con este título el mito del escritor y nos descubre un Byron que destacó entre sus coetáneos por una prosa arrojadiza. Byron se despoja aquí de esa manoseada imagen de bala perdida para vestirse de escritor alejado de la convención, de un experimentador de la prosa y la palabra, un brillante e ingenioso autor que deslumbró una época opacando a otros que, sin dudarlo, se deshicieron de su legado.
Luengo, de la mano de Renacimiento, en Obras en prosa ha tratado de recuperar este legado. Y lo que hasta ahora nos parecían ecos ciertamente fantasiosos, hoy día son una realidad gracias a este título que reúne su creación prosística.
Después de ahondar en los diarios de Byron, y antes de embarcarse en nuevos retos editoriales, Luengo consigue con esta compilación un hito literario: mostrarnos —por primera vez en castellano— a un Byron al margen del verso, un Byron mordaz y picante, un intelectual crítico con su tiempo al que ahora, doscientos años después de su nacimiento, no podemos dejar de celebrar.
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—¿De dónde nace este interés por la figura de Lord Byron?
—Es un interés personal y familiar. Le encantaba a mi madre. Empecé a verlo en las traducciones en prosa de su obra poética. La capacidad que tenía Byron de recrear ambientes, de inspirar… Me familiaricé con esa figura que era muy diferente de lo que luego es. Fue esa transformación de la visión de esa especie de corsario del siglo XIX que tenía, creo, influida por la pintura de Thomas Phillips, a la de un hombre que podría ser mi propio contemporáneo, no sólo por la forma en que vivía sino por la forma en que respondía al mundo en que vivía. Esa relación cuajó en una amistad a largo plazo que afortunadamente todavía no ha terminado y que me ha permitido indagar en bibliotecas, muchos libros desconocidos en España que permiten ver a un Byron diferente de esa figura un poco estereotipada por la Academia. Creo que necesitaba una reivindicación. Una reivindicación a nivel literario, porque a nivel personal… ¡la leyenda de Byron es tan grande! No hacía falta reivindicar porque cualquier reivindicación seguramente caiga en su propia trampa. Hablar de Byron es hablar de una figura que trasciende la literatura.
—Trabajar sobre la figura de Byron, ¿es el propósito de su vida?
—Se ha convertido en una compañía. Más que un propósito es una compañía. Nunca empezó ni siquiera como un proyecto. Para mí hacer un libro sobre Byron, traducir sus diarios o sus obras en prosa (como en este caso) es algo que fue sucediendo. Ya de joven traducía cosas, publicaba en revistas… pero nunca cristalizó una idea en la que Byron fuera un compañero ideal de una vida literaria. Pero se fue convirtiendo en algo así. Me interesaba su figura, me interesaba su obra, me interesaba la época en que vivió y sobre todo la influencia que tuvo. Se desconoce mucho sobre la influencia de Byron, posiblemente Víctor Hugo no hubiese escrito Las orientales sin su influencia. Eso hubiera supuesto un vacío entre dos generaciones muy diferentes de poetas, la generación romántica y la de los simbolistas. Byron actuó como un puente gracias, sobre todo, al color que tenía su obra. Ese color hizo que Víctor Hugo comenzase a ahondar en nuevos territorios de la forma y del sonido y creó una poética novísima para la época en la que escribía, sobre todo el romanticismo francés, llevándolo a ser un precursor del simbolismo. Lo cual parece extraño, pero es la realidad. Él fue el precursor, pero hubo otro precursor, Byron.
—Dice de él que su humor viene de otro siglo. ¿Y su mala leche?
—Es una de las cosas sobre las que más fama tiene, pero en realidad era un hombre bastante paciente. El problema que tuvo sobre todo fue en los años que vivió con su esposa. Era la época en la que la fama y los problemas derivados de una juventud muy disipada hicieron que las deudas, las presiones familiares, las tensiones… le convirtieran en un ser enormemente contradictorio. Parece que la convivencia no fue pacífica con su mujer, pero era cuestión de desavenencia de caracteres. Esa furia que demostró, y que empezó a calmarse, estaba incardinada en sus años de adolescente. Se calmó en su época final, entre los 30 y los 36 años.
—Después de haber leído sus textos críticos, ¿cree usted que Byron es el Carlos Boyero del Romanticismo?
—(Risas) Podría ser. A la hora de escribir Byron era enormemente ácido y realmente lo que él dice aquí [señala el libro] y también en sus cartas es que le pillaban siempre en un momento muy malo, porque él estaba deprimido, y cuando alguien, en un momento como ese, le venía con una pelea, en seguida se enfundaba los guantes. A Keats le llamaba “el renacuajo de los pantanos”, a poetas de su tiempo como Woodsworth también los criticó. Esa clase de crítica tan feroz viene del hecho de que él mismo detestaba ser escritor. No tenía interés en ser escritor, pero como no podía ser otra cosa, es lo que terminó siendo.
—¿Por qué se ha popularizado tanto su poesía frente a su trabajo prosístico, crítico…?
—Como prosista no se le conoce, ni siquiera en Inglaterra. Lo que más se le conoce de prosa es su correspondencia, las cartas que se empezaron a recopilar en los años 50 y 60. Se le ha reconocido más como autor de cartas que como prosista. Cuando empezaron a surgir las prosas de Byron es cuando la crítica se dio cuenta de que había sido muy descuidada a la hora de valorarle como algo más que un poeta, porque como poeta se le había colocado en una posición muy difícil: no era un poeta imaginativo de la fantasía ni tampoco un poeta de la emoción como Keats. Byron era un poeta de la experiencia vital, sobre todo coloreada de mucha fantasía oriental. ¿Cómo se ubica todo esto con un hombre que escribía prosas tan directas, tan cercanas y tan contemporáneas a cualquier autor? Muy mal. Con lo cual, al final la crítica tuvo que valorar de nuevo la posición de Byron desde el momento en que la prosa comienza a aflorar. Es ahora cuando tenemos la oportunidad de disfrutar de esas obras en prosa. No ha habido nunca en español una edición (salvo un cuento de Byron) que hayamos tenido para poder evaluar todo lo que él puede dar como prosista. Posiblemente sea incluso mejor prosista que poeta. Como prosista no tiene los problemas que tienen otros autores de su época (el lastre de una forma deudora del siglo XVIII, ni tampoco una elegancia que pretenda trascender la cortesía civil). Es, por tanto, mucho más fresco, mucho más libre. Eso se ve en las reseñas que escribe, que no son reseñas al uso.
—Está pegando en este título un buen repaso a Moore, Murray… que se deshicieron de parte de la obra de Byron. ¿Cree que este libro puede ser un ajuste de cuentas?
—Puede ser, aunque más que un ajuste de cuentas es una reivindicación de lo que Byron no pudo hacer. En su día intentó que sus obras en prosa fueran publicadas. Renunció a la posibilidad de publicar dos tomitos en prosa, lo que él llamaba sus misceláneas y, peor aún, dejó en manos equivocadas un libro tan memorable como sus Memorias, que desaparecieron por haber sido quemadas tanto por un autor amigo, Moore, como por un editor que se suponía leal, Murray.
—En este libro destaca su figura como novelista, como crítico. ¿Con qué Byron se queda usted? ¿Por qué?
—Esa pregunta es complicada. Me quedo con el prosista porque se encuentra en su voz una cordialidad y un color sensorial, un color que trasciende el color local que, por ejemplo, lleva a las obras poéticas (sobre todo a las que están más ambientadas en Grecia, Turquía y en Oriente). Es un color emocional, un color en el que uno parece que está notando las gradaciones del camaleón emocional que pasa de colores templados a cálidos y luego a fríos. Lo hace muy bien en la poesía pero en la prosa tiene la libertad de hacerlo sin pensar en el molde. La traducción en el lector es inmediata. El lector renuncia a su propia emotividad para asumir esos colores cambiantes de un poeta que ha pasado a la prosa con toda la capacidad de transmitir algo que otros poetas de su tiempo no tenían. Su falta de rigidez es lo que más me atrae de él.
—Hace también Byron crítica política. ¿Qué cree que pensaría de los políticos de hoy?
—Dijo una cosa que recogí en los diarios: por qué les poníamos a los reyes en las narices palitos para que jugaran a sostener platillos, cuando lo que tenemos que hacer es rompérselas. La incompetencia es tan alta, la sensación de que estamos en un tren sin nadie al volante… serían suficiente acicate para que Byron hubiera lanzado sus peores dardos contra esa clase de gente que gobierna y desgobierna no sólo aquí sino en todo el mundo. Byron hubiera sido el más feroz de los críticos. No sabríamos exactamente a favor de quién se habría posicionado, pero teniendo en cuenta —y esto es algo arriesgado por mi parte decirlo— que en su día defendió a Napoleón frente a la comunidad inglesa, es posible que se hubiera alineado, al menos formalmente, y quizá de forma provocadora, con aquellos que son los enemigos de casi todos los países. Posiblemente hubiera hecho alguna oda a Trump y quién sabe si también a Putin.
—¿Por qué es necesario descubrir hoy día la prosa de Byron?
—Es uno de los autores clásicos más importantes de la literatura inglesa y universal, al que hay que recurrir de vez en cuando para darnos cuenta de cuánto nos perdemos por dejar a los clásicos en una especie de ataúd del que los sacamos de cuando en cuando para quitarles el polvo. Pero en el caso de Byron, además es que le hemos conocido por muchas cosas pero nunca por lo que nos es más cercano, que es su prosa. En la poesía tenemos la desventaja del molde métrico, muy difícil de adaptar al español, tenemos además la dificultad de muchos de sus versos (muy cargados de color, de sentido, de forma…). En la prosa, la sensación que podemos tener como lectores, al leer al Byron auténtico (sin ese filtro que al final termina por imponer el traductor) se encuentra en sus obras en prosa.
—En este título se desvela el origen de la figura de Don Juan. ¿Puede contárnoslo?
—Aparece en Doña Josefa, ese pequeño pasaje que es el único que se ha salvado de una pequeña novela de doscientas páginas (que era precursora o precuela de Don Juan). Byron había pretendido recrear su matrimonio, la ruptura con su mujer, en un espacio absolutamente irreal para los ingleses porque era España. la historia de un hombre que había sido abandonado por su mujer y había tenido que emigrar para hacer una nueva vida. Es uno de los mejores hallazgos que puedes tener ahora acerca de Byron porque esa necesidad de contarse desde fuera, en vez de llevarlo al lugar que para él era habitual, lo llevó a un lugar exótico que para nosotros es tan cercano que el exotismo desaparece. Sin embargo, la simpatía que nos produce el hecho de que se haya apoderado de personajes españoles para contar su propia historia nos hace sonreír pero también lamentarnos de lo que perdemos por la incuria de Moore, que fue quien perdió ese manuscrito.
—¿Por qué cree que se involucró tanto, de manera tan pasional, en la política?
—Byron era como un niño en muchas cosas, sobre todo en esta clase de pasiones. Sentía un arrebato por alguna causa que pensaba que debía apoyar (como pueden ser los movimientos que destruían los telares en el sur de Inglaterra o las luchas a favor de la independencia italiana y de Grecia). En estos dos últimos casos llama la atención que Byron emplease todos sus recursos económicos en algo así. En el caso de la guerra de Grecia estaba claro que si Byron salía vivo de allí habría salido en la ruina. La recuperación de su fortuna habría sido complicada. Algunas investigaciones hechas en los años 30 y 40 determinaron que Byron podía haber sido declarado rey de Grecia, solamente por la ayuda que aportó a los griegos y la simpatía que tuvo allí, aunque en realidad él no tenía adhesiones como tal. No se sentía demasiado cercano a los griegos en detrimento de los turcos, al contrario, los turcos le caían mejor por una cuestión de principios. Tenía que apoyar a Grecia porque eran los más débiles.
—Cuéntenos cómo ha sido el proceso de documentarse para esta obra.
—Es difícil, he dedicado casi media vida, o al menos estoy cerca. Empecé con los diarios cuando tenía 20 años y aparecieron otros textos que me fueron llevando a otros, hasta que me di cuenta de que había dos libros separados: diarios y prosa. El proceso ha sido lento porque al principio tuve la intención de anotar las obras en prosa. Pero me di cuenta de que era un error hacer eso en unos textos que pretendían ser ligeros, livianos. Recontextualizarlo dentro de un espacio académico habría sido desplazarlo de lo que tiene que sentir el lector, de esa simpatía que produce el hecho de que Byron se convierta en un momento dado en un hombre feroz y al momento en un hombre tierno. Las obras en prosa no dejan de ser el retrato más cercano que tenemos de lo que hubieran sido las memorias de Byron. Es coetáneo. Muchas de las cosas que estaban escritas en las memorias se filtraron a las obras en prosa y al revés. Es un trabajo largo y arduo de recuperación de textos sin anotaciones que nos alejen de ese Byron directo y hasta que tengamos la suerte (si es que alguna vez ocurre) de recuperar las memorias de Byron, al menos tenemos el único paliativo de la pérdida de esas memorias.
—Si tuviera que definirlo con una palabra…
—Intemporal.
—Ha trabajado también en la edición de sus Diarios. Una de sus novelas se inspiró en un poema de Byron.
—Sí. La primera novela que publiqué con Pretextos, El quinto peregrino, está basada en una leyenda, un mito sobre un libro de encuentros con Byron. Partí de la idea de otro manuscrito perdido de Byron. Algo parecido le pasó a Nabokov cuando tradujo a Pushkin. La forma en que estaba traduciendo acabó filtrándose en los que él escribía (Pálido fuego). Puede que me pasase algo parecido.
—¿Diría que sus trayectorias caminan de alguna manera entrelazadas?
—Espero que nuestras trayectorias no caminen entrelazadas porque Byron vivió una vida… Fue amado, tuvo un gran talento, pero también mala suerte. Él habría querido ser feliz sin que nadie le conociera.
—¿Qué próximos proyectos tiene entre manos?
—Terminar una novela con la que llevo tiempo lidiando. Me estoy planteando también trabajar en un libro con la correspondencia de Byron, una correspondencia selecta de algunos de los momentos más interesantes de su vida.
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