Esta novela es una oda a la resiliencia de la naturaleza y del ser humano, un viaje poético a través de las estaciones del alma y de la tierra, recordándonos que, al igual que los árboles, siempre podemos encontrar la fuerza para volver a florecer.
En este making of, Alejandra Arévalo recuerda qué la llevó a escribir Cuando los árboles pierden las hojas (Carola Mía).
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Esta historia comenzó, como tantas otras, en una mañana aparentemente común, entre una taza de café con leche y un té negro. No fue un día de grandes eventos, pero sí de un encuentro especialmente significativo, de esos que tocan el alma. Aquella mañana, el murmullo de la cafetería y la calidez de una conversación sincera crearon el ambiente perfecto para que naciera una conexión profunda. Hablamos de la vida, de las pequeñas batallas cotidianas, de las personas que entran y salen de nuestros días. Fue un encuentro entre dos almas viejas.
La chispa creativa: cuando la naturaleza se convierte en poesía
A partir de ese momento, la idea de Cuando los árboles pierden las hojas comenzó a tomar forma en mi mente. No quería solo hablar del ciclo de las estaciones, sino conectar el paso de la naturaleza con las emociones humanas. En aquella frase que mi amiga me regaló, encontré la metáfora perfecta para representar el dolor, la vulnerabilidad, y también la resiliencia de las personas que atraviesan inviernos emocionales. Sentí que la historia debía ser un reflejo de la relación íntima entre el ser humano y el mundo natural, una oda a la capacidad de ambos para renovarse y renacer. Quería que los lectores no solo entendieran la conexión entre la naturaleza y el alma humana, sino que la sintieran de manera visceral.
Decidí entonces que este libro debía estar escrito en prosa poética, un estilo que permite una exploración más profunda de las emociones, que deja que las palabras fluyan como las estaciones, con una cadencia que respeta la belleza y el silencio de la naturaleza. Cada párrafo debía contener una semilla de verdad, una pausa, un susurro. Quería que el lenguaje fuera tan evocador y musical como la caída de una hoja en pleno otoño, y que los lectores se sintieran parte de esa transformación. Así, con paciencia y cuidado, las palabras fueron surgiendo, casi como si cada hoja y cada árbol en la historia se presentaran para contarme su propia versión de la vida, del cambio y de la renovación.
El bosque y los árboles: dando voz a la naturaleza
Para transmitir la esencia de esta conexión, sentí que debía dar vida a los árboles, dejarlos hablar y expresar sus propias emociones, como si fueran personajes que también sienten el paso de las estaciones. El bosque se convirtió en un coro de voces naturales: el majestuoso arce, con su fortaleza y quietud; el sauce llorón, siempre melancólico y poético; el roble, firme y sabio. Cada uno tenía algo que contar, algo que enseñar sobre la resiliencia, la paciencia y la belleza de aceptar los ciclos de la vida. Sus palabras, aunque ficticias, están llenas de la verdad que la naturaleza nos susurra cada día, si tan solo la escuchamos.
A medida que iba creando las voces de los árboles, de los meses y los sentimientos, la historia se transformaba en una sinfonía en la que cada “personaje” tenía su tono, su ritmo, su manera de experimentar el cambio de estación y la renovación. Quiero que el lector sienta el crujir de las hojas, el susurro del viento entre las ramas, el silencio pacífico del invierno y la euforia sutil de la primavera. Deseo que al leer el libro, las personas sientan que la naturaleza también sufre, también se recupera, también aprende a renacer, y que, al igual que Celia, la protagonista, nosotros también tenemos el poder de florecer después de los momentos más oscuros.
Celia: la voz humana de la conexión entre estaciones
Celia es el reflejo humano de esta conexión. Su historia es un espejo de las estaciones y de los ciclos de los árboles. Con su trastorno afectivo estacional, Celia vive un invierno emocional que parece no tener fin, y la llegada de la primavera le brinda un renacer que se siente como un verdadero alivio, como un abrazo de luz. Para mí, ella representa a todas aquellas personas que sienten intensamente el peso de los cambios, aquellas que encuentran en la naturaleza una suerte de espejo que les recuerda que el sufrimiento es temporal y que el invierno siempre da paso a la primavera.
Celia no fue un personaje sencillo de crear. Quise reflejar en ella la vulnerabilidad de quienes atraviesan sus propios inviernos emocionales, pero también su fortaleza y capacidad de adaptación. Es a través de su lucha que los lectores pueden ver reflejadas sus propias batallas, anhelos y angustias y sus propias esperanzas de un renacimiento. Nos muestra que la naturaleza y los seres humanos compartimos una conexión que va más allá de las palabras: sentimos el mismo llamado a renacer, a florecer cuando parece que todo se ha perdido.
Un mensaje final: una mano invisible que nos ayuda a levantarnos
Al terminar este libro, comprendí que su propósito va más allá de contar una historia. Es una oda a la capacidad humana de superar la adversidad, de encontrar fuerza en los momentos de vulnerabilidad. Las palabras finales del libro encapsulan este sentimiento: “Cuando la vida te haga tropezar, no temas, pues una mano invisible se extenderá para levantarte”. Es un recordatorio de que, incluso en los momentos más oscuros, cuando todo parece perdido, siempre hay una fuerza, un apoyo, una red invisible que nos sostiene, ya sea en forma de amigos, de la familia, o de la propia naturaleza o, incluso, de nuestra propia fuerza interior, que nos levantará y nos ayudará a seguir, en definitiva, viviendo, resistiendo y aprendiendo.
Este libro es, en última instancia, un homenaje a esa resiliencia que compartimos con los árboles y, en general, con la propia naturaleza. Nos enseña que, al igual que ellos, podemos desprendernos de lo que ya no nos sirve, de las emociones que nos pesan, de lo que no nos hace bien y que siempre podemos encontrar la fuerza para volver a florecer. Y es un recordatorio de que, aunque los días oscuros lleguen, el ciclo siempre continúa, y la primavera, con su luz y su promesa de renovación, siempre vuelve.
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Autora: Alejandra Arévalo. Título: Cuando los árboles pierden las hojas. Editorial: Carola mía. Venta: Todos tus libros.
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