Todo empezó hace poco más de un año, a punto de iniciar el curso. Al rectorado de la universidad llegó un oficio del consistorio preguntando cuántas personas podía haber en nuestro municipio familiarizadas con la obra del filósofo de Estagira. “Pero ¿qué tripa se le ha roto a estos gilipollas?”, chilló Benson tras abrir el sobre. “El primer ayudante del rectorado”, pensé, “siempre haciendo amigos”. Él se volvió como si me hubiera oído. “Coño, Bowman, ¿usted por aquí?”. Se sorprendió, porque voy raramente por el rectorado; aquella mañana lo había hecho para otro asunto y me tendió el oficio. “Fíjese. ¡Parece mentira!”. No era que mi opinión le importase; lo que le importaba era que me pusiese a clamar como él, que hace treinta años participó en la Operación Tormenta del Desierto al frente de una compañía de carros y le ha quedado cierta intemperancia como secuela. “En el City Council parecen querer saber”, lo decepcioné, “cuántas personas hay en Cahill capaces de leer con soltura griego clásico”. Él me contempló con los ojos a cuadros. “Y cuántas de ellas”, proseguí, “estimamos que conocerán mínimamente la Nicomaquea, la Metafísica y la Lógica”.
Por fortuna un grupo de estudiantes, estruendoso como una compañía de carros Abrams, exigió nuestra atención. “Caballeros, señoritas, por favor…”. Cuando la alegre muchachada se serenó me dirigí de nuevo a Benson. “Un especialista en Aristóteles es como un seguro de vida: siempre conviene tenerlo, sin por ello tener que usarlo”, mascullé. Y añadí en voz bien alta, para estar seguro de que me oía, “ya era hora de que la administración pública se decidiese a incluir lectores de Aristóteles en sus plantillas”.
Al cabo de unos meses, justo después de Navidad, el puesto apareció por primera vez en el organigrama del ayuntamiento, y en marzo, que es cuando empezó a mejorar el asfaltado en la ciudad, ya aparecía cubierto: para mí que habría que incorporar lector de Aristóteles no sólo a los organigramas de los ayuntamientos del Reino Unido, sino del mundo entero.
En la sala de profesores de la universidad se nos pasó el curso dilucidando si no habría sido mejor empezar con lectores de Hegel. “El filósofo de Estagira ha envejecido mal”, argumentó alguien durante una tertulia informal. “Hegel es mejor”. Después de Pascua, durante un desayuno y cuando la solución Hegel se abría paso con fuerza, se propuso a Wittgenstein. “Siendo alemán, supo ser más británico que el viejo Hegel”. Una observación irrebatible. “Y que Aristóteles no digamos”, puntualizó uno de química inorgánica con un punto de mala baba: hay mucho cabrón en el claustro.
A De Morhius, el célebre existencialista cristiano (más británico, por cierto, que la Westminster Abbey), le dio un ataque de risa cuando le resumí los acontecimientos. Había echado el curso en Francia dictando unos seminarios sobre existencialismo pan-cristiano. “A De Morhius sólo le falta una Simona”, ha escrito Walter Montana al respecto (**). En resumen, que acababa de reincorporarse ajeno a la polémica. “Es sorprendente”, me comentó ante unas pintas en el viejo The Gardner And The Umbrella, “que en este pueblo pueda encontrarse más lógica entre bomberos, funcionarios y concejales que entre catedráticos de lógica”. E hizo una pausa. “Carece de lógica”. En la calle quedaba nieve, pero ya olía a primavera, lo cual también carecía de lógica. “Cheers”. En fin, que conviene leer a Aristóteles. Por lógica: en Cahill, al menos, puede suponer un puesto de trabajo.
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(*) Del arquitecto toscano Alphonso Di Tartaglia (1911-1994), miembro destacado del movimiento nouvelle déco, que entre 1969 y 1977 revolucionó la distribución de interiores en un contexto futurista. Sin moverse de su estudio en Siena, Di Tartaglia redefinió con ambición y acierto el radical aprovechamiento conceptual de los espacios desarrollado por Höchlander y otros en la segunda mitad de los cincuenta.
(**) De Morhius, Simone: Jean-Paul And the Meaning of Life. Walter Montana in American Philosophy Journal, no. 1296. April 2024. Minnesota University Editors, Minneapolis. Anoka St, Box-mail 89009. Hennepin-Sur-Mer County.
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