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Jorge Carrión: «Ni siquiera Shakespeare es imprescindible»

Jorge Carrión: «Ni siquiera Shakespeare es imprescindible»

Desde la publicación del ensayo Teleshakespeare en 2011, Jorge Carrión ha realizado diversos proyectos, como emitir los ensayos sonoros de Solaris, diseñar el catálogo de un museo en forma de cómic, convertir un centro de arte en una novela de ciencia ficción o coescribir un libro con GPT-2 y GPT-3. Todas estos trabajos han sido reconocidos con el Premio Zenda Innovación 2023-2024, según el jurado «por su voluntad de sintetizar y tipologizar la cultura del siglo XXI en artículos canónicos que se van renovando; por su divulgación de las repercusiones estéticas de la ciencia contemporánea; y por aproximar la escritura literaria a formatos como el pódcast, la museología o el cómic».

Este jueves, Jorge Carrión responde al cuestionario de Zenda.

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—¿Qué libro, película, serie, disco y obra de arte salvaría en un diluvio o un incendio?

—Hace quince años los bomberos golpearon la puerta de nuestra casa de madrugada. Mi mujer y yo bajamos por las escaleras llenas de humo en pijama, cada uno con su ordenador portátil a cuestas. Fuimos los únicos vecinos que no estaban, en la calle, mirando la finca con llamas en el cuarto piso, con las manos vacías.

—Puestos a salvar, elija una actriz, un actor, un personaje histórico y un político actual.

—No me veo salvando ni condenando a nadie, pero me ha gustado la actuación de Anna Sawai en Shogun: Mariko es una mujer compleja, traductora, amante, mal casada, deprimida, fanática, luchadora, increíble, que la actriz asiático-americana interpreta en toda su gama de matices; una vez me crucé con el gran John Malkovich en Chicago y, por supuesto, no le dije nada; siempre he admirado, también, a Enrique el Navegante, el noble portugués que inició el derribo de fronteras mentales que llevó a los portugueses a Japón (como se ve en Shogun) y, en fin, también al proyecto SpaceX de Elon Musk; y comparto con Gabriel Boric el gusto por las librerías.

—¿Qué aventura, real o literaria, le gustaría haber vivido?

—Pues, sin ir más lejos, esa búsqueda de mapas, artefactos, desafíos y pilotos de acometerlos que condujo a la exploración, primero, de la costa africana; y, después, de todas las costas del planeta.

—¿Y qué recuerdo personal le gustaría que jamás se perdiera en el tiempo, como lágrimas en la lluvia?

—El parto de mis dos hijos.

—¿Cuál es su primer recuerdo lector?

—No lo tengo claro. En el escritorio de mi habitación, tal vez, a los seis o siete años; en la biblioteca pública de Mataró, un poco después. Más el contexto que el texto. Es raro. Pero mi madre me leía en voz alta desde mucho antes; los audiolibros, como la oralidad, también son lectura.

—¿Cuál es el último libro que ha leído?

—El clamor de los bosques, de Richard Powers, una gran novela sobre la inteligencia vegetal y sobre las escalas del tiempo.

—¿Puede recomendar un libro clásico? 

—Muchos. Por ejemplo, La Regenta, de Clarín, una obra maestra, el propio autor era consciente de ello mientras la escribía, como se ve en las cartas de la época. Me parece superior a Madame Bovary, de Flaubert, si la comparación tiene sentido, o al menos más compleja, porque añade a la protagonista, su marido y su amante la figura de Fermín de Pas, su confesor, que es una bestia en términos literarios.

—¿Y uno actual? 

—Tantos… Por ejemplo, el poemario Los salmos fosforitos, de Berta García Faet, un diálogo de tú a tú con César Vallejo, ni más ni menos.

—¿Qué libro no ha podido acabar? 

—Muchísimos. Por ejemplo, Finnegans Wake, y su tataranieto, La broma infinita.

—¿Puede recitar de memoria un poema?

—Pocos, la mayoría de la infancia y de la adolescencia, del colegio y del instituto. Pero ya había acabado la universidad cuando fui a Guatemala, en 1998, y se me quedó grabado este de Humberto Ak’abal: «Para / nosotros / los indios / el cielo termina / donde comienza / el mecapal». Es muy breve, no tiene ningún merito.

—¿Cuál es la canción más hermosa del mundo?

—La que cada uno se canta cuando está muy feliz o cuando necesita calmarse a toda costa.

—¿Puede decirnos una heroína y un héroe —literarios o cinematográficos— imprescindibles?

—Ni siquiera Shakespeare es imprescindible. Pero viendo Shogun, perdón por la insistencia, es la última serie que he visto, me acordé de otra pareja memorable, la de Gordo y Tracy en Para toda la humanidad, cuya muerte también es épica y romántica, y también tiene que ver con la Luna y las nuevas fronteras, por cierto.

—¿Y un personaje malvado al que admire?

—Siempre me ha fascinado Hannibal Lecter en la pantalla (no en las novelas). Tanto Anthony Hopkins como Mads Mikkelsen supieron interpretar su inteligencia aberrante a la perfección.

—¿Tiene una editorial y una librería preferidas?

—Tengo la suerte de publicar desde hace diez años en Galaxia Gutenberg y de respetar a Joan Tarrida, su editor. También leo muchos libros de Anagrama, Acantilado y otros sellos parecidos. Como coleccionista de librerías no puedo decidirme por una, pero vivo al lado de dos magníficas: La Insòlita y Nollegiu, en el barrio del Poblenou de Barcelona. Y con mis hijos vamos a otra que también está muy cerca: La Petita.

—¿Cuántos libros hay en su biblioteca? ¿Qué porcentaje, aproximadamente, ha leído?

—Unos ocho o nueve mil. He leído unos dos tercios. Pero los he hojeado todos. Cada año dedico unos días a limpiar la biblioteca y a reconectarme, volumen por volumen, con ella. Es una memoria externa, una segunda piel.

—¿Con qué libro se ha emocionado más? ¿Ha llorado tras la lectura de alguno?

—Con muchos. Es uno de los méritos de la literatura de Jonathan Franzen, por ejemplo. El otro día lloré con la historia de la académica expulsada de la universidad de El clamor de los bosques. También es cierto que apenas lloraba antes de ser padre.

—¿Se ha excitado alguna vez leyendo? Si es así, ¿con qué libro?

—Cuando era joven leía las novelas de la colección La sonrisa vertical, que se anunciaban con el lema «libros que se leen con una sola mano». Hubo un mundo previo a la pornografía en internet: un mundo erótico que ha desaparecido.

—¿Cuál es el rasgo principal de su carácter?

—¿Ser sistemático, la persistencia?

—¿Y su principal defecto?

—¿Ser sistemático, la persistencia?

—¿Qué aprecia más de sus amigos?

—La lealtad.

—¿Cuál es su ocupación preferida?

—Leer. Ahora en compañía de mi familia.

—¿Y su sueño de felicidad?

—Hemos sido muy felices sin nada más que hacer que leer frente al mar. El año pasado, en Punta Mujeres, Lanzarote, uno de nuestros paraísos privados.

—¿Cuál es el estado actual de su espíritu?

—Sereno, por suerte, pero con inyecciones periódicas de energía creativa.

—¿Qué detesta más?

—Que me presionen.

—¿Qué faltas le inspiran la mayor indulgencia?

—La impuntualidad, la gula, la envidia.

—Ojalá que no tenga que ir nunca a una isla desierta, pero si así fuera, ¿qué libro se llevaría?

—La Enciclopedia Británica.

—¿Y a qué persona?

—Mi esposa, Marilena, y a nuestros hijos, por supuesto. Si cada uno se lleva un enciclopedia, tenemos lectura para rato.

—Si todas sus respuestas han sido sinceras, diga ahora una mentira.

—Me encanta la parte de mi trabajo que consiste en contestar cuestionarios y entrevistas. De verdad.

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