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Tu silencio mío

Tu silencio mío

Hay pocas novelas con un argumento tan crudo como éste: una hija debe cuidar a su madre, aquejada de Alzheimer, que intentó matarla cuando niña. A partir de esta premisa, el autor levanta una novela llena de silencios, odios y, curiosamente, delicadezas.

En este making of, Antonio Manuel recuerda el origen de Tu nombre mío (Berenice).

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En uno de los pasajes de Industrias y andanzas de Alfanhuí, el mágico e inolvidable libro de Rafael Sánchez Ferlosio, el niño protagonista encuentra durante su viaje a un mendigo con una flauta colgada al hombro. El mendigo le explica que funciona al revés de las demás y que había que tocarla en medio de un gran estruendo, porque en lugar de ser, como en las otras, el silencio fondo y el sonido tonada, en ésta el ruido hacía de fondo y el silencio daba la melodía. La tocaba en medio de las grandes tormentas, entre truenos y aguaceros, y salían de ella notas de silencio, finas y ligeras, como hilos de niebla. Y nunca tenía miedo de nada. Eso le dijo el mendigo.

En Tu nombre mío tomé la determinación de convertir esa flauta en pluma para escribir silencios, para contar callando, como muestra de lealtad creativa con la narradora y la narrataria de esta novela: una hija que debe cuidar a su madre enferma de Alzheimer de la que sólo sabe que intentó matarla cuando niña (o al menos eso le contaron), y que, desde entonces, estuvo internada en penales y manicomios. La narradora ignora por completo la vida de su madre a la que jamás visitó. La narrataria no recuerda aquella tragedia con su hija a la que ni siquiera reconoce. En medio, vacío y silencio.

"Lo que no se recuerda, no se cuenta. Lo no vivido, tampoco. De ahí que esta novela tenga mil páginas: cien escritas con palabras, y otras novecientas con silencios y vacíos"

El músico necesita del silencio sobre el que componer su melodía. El pintor necesita del vacío sobre el que componer su dibujo. Y, en ambos casos, el silencio y el vacío forman parte de la obra. No suele ocurrir lo mismo en una novela donde la palabra pareciera condenada a describir el abandono, la ausencia, el vano de las puertas, el hueco de los pozos o la ignorancia de quien ignora. El reto consistía en buscar alcayatas donde colgar los jirones de sus vidas, pero no traicionarlas con mis abrigos y rebecas. Lo que no se recuerda, no se cuenta. Lo no vivido, tampoco. De ahí que esta novela tenga mil páginas: cien escritas con palabras, y otras novecientas con silencios y vacíos.

"Quise que la novela fuera dura y áspera como los terrones sedientos de un erial. Quise que te raspara las yemas de los dedos al pasar sus páginas. Quise que doliera adentro"

Decidí clavar esas alcayatas en una casa de la dehesa andaluza donde compartieron sus infancias separadas: la madre con su madre, la hija con su abuela. Las tres con el mismo nombre y con el mismo sino, mujeres libres que no pudieron serlo, como si las maldiciones se heredasen de unas a otras. Nada más llegar, hija y madre se encuentran con un joven pastor rifeño, amante de la poesía de Federico y de Cernuda, que se refugió en la casa de la abuela para cuidar su rebaño. Casualmente, aquel accidente que casi le cuesta la vida a la protagonista sucedió durante su niñez con sus padres en Tetuán. A partir de aquí comienza a tejerse una relación de afectos, espejos y cuidados que termina derogando las leyes del odio y del rencor, las más humanas que conozco porque no hay animales que las acaten. Y así hasta que, sin apenas darnos cuenta, en mitad de una pertinaz sequía, de la alcayata cuelgan sus memorias remendadas.

Quise que la novela fuera dura y áspera como los terrones sedientos de un erial. Quise que te raspara las yemas de los dedos al pasar sus páginas. Quise que doliera adentro. Quise que te hiciera reflexionar sobre lo analfabetos que somos cuando hablamos de la tierra que nos da el aire que respiramos, el agua que bebemos, el alimento que comemos, y a la que, en agradecimiento, damos la espalda. Pero, sobre todo, quise que sus silencios te permitieran completar el mosaico de sus vidas con un mensaje de esperanza. Porque, hasta el último suspiro, siempre habrá una oportunidad para olvidar y perdonar, empezando por uno mismo.

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Autor: Antonio Manuel. Título: Tu nombre mío. Editorial: Berenice. Venta: Todos tus libros.

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