Inicio > Firmas > Destellos > El artilugio literario

El artilugio literario

El artilugio literario

Imagen de portada de Lord Byron creada con Grok (herramienta de IA de X)

Vayamos a lo rápido, a lo rentable. Pim pam, que el tiempo vuela. Un algoritmo por aquí, una indicación de Chat GPT por allá. Me encontraba yo ojeando la red social X cuando, de pronto, una guapísima mujer rubia que tenía un nombre normal —que no recuerdo— seguido de IA, así, en mayúsculas, detallaba diez formas de poder contar con la inteligencia artificial para que hiciese tu trabajo ante el ordenador. Tenía cientos de likes, claro. Trucos, ingenios y habilidades tecnológicas para que una máquina trabajase por nosotros. Me acerqué a la imagen de la bella dama, que era tan perfecta y de rasgos tan simétricos y equilibrados que, sin duda, era también hija de la belleza artificial. Al instante, pensé que tanto aquel avatar como el contenido del mensaje habrían sido generados por un ordenador, en un claro mensaje propagandístico para ganar adeptos. Me quedé sorprendidísima al comprobar cómo bastantes usuarios respondían a la máquina como si fuese una persona y no un conjunto de tornillos y de cables.

"No crean que no aprecio el avance que la Inteligencia Artificial puede suponer en nuestras vidas: a efectos médicos, de seguridad, de logística…"

No crean que no aprecio el avance que la Inteligencia Artificial puede suponer en nuestras vidas: a efectos médicos, de seguridad, de logística… Sin embargo, algo se nos escapa. Los sistemas sanitarios se llenan de jóvenes —sí, de adolescentes— con problemas de salud mental, de soledad y de sensación de no pertenecer a ninguna parte: el pasado ya no existe y el futuro dispone de exigencias y expectativas inalcanzables. La IA puede y podrá suplirnos para muchísimas tareas de forma eficiente, pero ¿nos bastará el amor artificial? Me refiero al hecho de que sea la máquina la que nos diga «buenos días» por la mañana o la que nos suelte un «deberías ir al médico, Mari Carmen, que te ha subido la temperatura».

Sucede algo parecido en el oficio de la escritura, según parece. Hay filólogos que critican a los que acuden a cursos de escritura creativa, y en su argumentación esgrimen que lo que debería hacer la gente es estudiar literatura y retórica; yo, sin embargo, me alegro de que haya quien quiera aprender, ya sea con objetivos equivocados o no, porque todos conocemos chats y algoritmos que se ofrecen también para crear tramas, diálogos y supongo que hasta novelas enteras. Es cierto que muchos jóvenes autores, en un asombroso reconocimiento de falta de capacidad creativa, están recurriendo a estas fuentes. Y es cierto que, los que no lo hacen y acuden a «cursos exprés», con frecuencia también buscan el éxito inmediato, el salto a lo audiovisual y los ansiados aplausos a la mejor adaptación en los Goya o en los Oscar, que soñar es gratis. Y aquí a nadie le importa lo de crear el artefacto literario, el engranaje perfecto. Cuando leí algunos de los diarios de Lord Byron, me llamó la atención lo claro que él lo tenía: su forma de escribir para sí mismo, por propio deleite, era muy distinta a la manera en que se expresaba cuando creaba un artilugio literario. Personalmente me gustaba más la frescura, irreverencia e insolencia de los diarios, pero no puedo dejar de reconocer su profesionalidad en este sentido.

"Me pregunto cuántos escritores pueden diferenciar de forma tan nítida la dimensión del oficio: qué es unir palabras de forma coherente y qué es contar una buena historia"

Me pregunto cuántos escritores pueden diferenciar de forma tan nítida la dimensión del oficio: qué es unir palabras de forma coherente y qué es contar una buena historia. Creo que hay que tener talento natural para ello y que, además de trabajarlo, el autor debe disponer de un ecosistema adecuado para desarrollar sus habilidades, al igual que Wolf consideraba que una mujer tenía que tener independencia económica —esa famosa habitación propia— para poder escribir. Y no, no hay algoritmo alguno en la tierra que tenga ahora ni nunca la clave mágica para lograr un best seller. Y lo sé porque esa fórmula no puede copiarse de ninguna parte, ya que no existe. Díganselo a Salinger, que de saber ese mágico secreto habría escrito, supongo, otro El guardián entre el centeno; o sugiéranselo a Harper Lee, que se plantó con su Matar a un ruiseñor. A lo mejor es que no tenían nada más que contar, en cuyo caso su silencio es de agradecer.

Entre tanto, seguiremos viendo mensajes de hermosas damas y apuestos caballeros artificiales que nos recomienden cómo optimizar nuestro tiempo o la mejor manera de utilizar aplicaciones de escritura: ¿las conocen? Me enteré de su existencia hace un par de años. Solo pensar en instalarlas en mi ordenador y en aprender las instrucciones para así poder trabajar «más rápido» y «mejor» me canso. Es muy posible que yo misma sea ya una reliquia anticuada, pero sepan que todo lo que les cuente por aquí, por fútil, tosco o certero que les parezca, es real.

4.9/5 (13 Puntuaciones. Valora este artículo, por favor)
Notificar por email
Notificar de
guest

1 Comentario
Antiguos
Recientes Más votados
Feedbacks en línea
Ver todos los comentarios
Raoul
Raoul
4 minutos hace

El tío de la foto se parece a Lord Byron como un huevo a una castaña.