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Carta a Lope de Vega

Querido y admirado Lope de Vega:

Me ha costado mucho empezar esta carta porque aunque he leído bastantes obras tuyas, y conozco también bastante de tu vida, estoy muy lejos de ser un especialista en ti y en tu producción. Sin embargo, he de decir que cada vez me gustan más una y otra, vida y escritos, y puedo decir que he pasado un buen tiempo disfrutando de todo ello estas Navidades, leyendo tus textos y visitando tu vida, tan llena de pasión y de talento, de brillantez en el verso y en la espada, si me permites la expresión.

Tu vida me recuerda a la de otros genios de tu época, porque no deja de ser una vida de tu tiempo, de nuestra Edad Áurea, y por otro lado a mí personalmente las vidas de escritores, incluso en nuestro tiempo, me recuerdan unas a otras, mucho.

Félix Lope de Vega Carpio, hoy tal vez serías lo que se llama un escritor profesional. En calidad me gusta más tu coetáneo Cervantes, si me concentro en el Quijote, pero reconozco que tu vida me resulta muy emocionante (también la de Cervantes), y reconozco que me subyuga tu relación constante con las mujeres, que tanto alimentan tus versos, y con Dios y la religión, que tanto los alimentaron también. Al final, acaso, el Amor, el amor a la Vida, grande y ancha, y al Arte, a la Literatura. Todo como un gran río alimentó el caudal de tus versos, en todos los géneros, y eso ha quedado, lo que ha quedado, hasta hoy, para nuestro placer, nuestra sensibilidad y comprensión. También el rastro, la estela, como la de un grandísimo barco, de tu existencia. Hace unos años vi una película muy buena sobre tu vida, una película española muy bien hecha y muy entretenida. Todo en ti, bastante, por ejemplo, me recuerda a El Capitán Alatriste, de Arturo Pérez-Reverte, por la época y por las letras. En el primer tomo leo ahora que apareces y le tocas la cabeza a Íñigo de Balboa, gesto al que le dan todos los presentes un gran valor. Yo también se lo doy.

A veces, cuando te leo, creo que escribes por escribir, y entonces, tal vez, baja la calidad de lo escrito, pero es que te debía de gustar tanto el escribir, lo debías de necesitar tanto… Aparte de que siempre te vendría bien como fuente de ingresos, las comedias, “que en horas veinticuatro pasaban de las musas al teatro”. Recientemente he sabido que en tu tiempo las comedias se quemaban rápido y que en apenas quince días ya había que poner otra. Pero tu fecundidad prodigiosa era muy capaz de proveer semejante material a las tablas. Sólo que yo ahora, he de confesarlo, siento que muchas de ellas son mecánicas y de no mucha calidad, pero comprendo muy bien el texto y el contexto, y te comprendo muy bien a ti, mi querido Lope. La facilidad la tenías, desde luego, por supuesto. No escribías, vivías escribiendo, o escribías viviendo.

“Facilidad, mala novia”, decía Juan Ramón Jiménez, que la debía de tener, la facilidad, y que sabía muy bien lo que decía. Yo respondo a esto que sin ella, personalmente, mejor no escribir, porque si se trata de sufrir mejor hacer otras muchas cosas, pues ya la vida está llena de durezas, percances y sufrimientos. Siempre he visto la escritura como supremo placer, y me da la sensación de que lo mismo te ocurriría a ti, tú que mezclabas en ese placer todos los otros placeres de tu vida, también sufrimientos, también gustos y aficiones, que supongo que no serían muy diferentes que los de los otros hombres y mujeres de tu época.

Amante del teatro entretenido y apasionado, de la poesía, de la Historia y de tantas cosas que se fundieron con tus versos, por no hablar del amor y de las mujeres. Y de Dios, que siempre fue contigo en tu vida, sobre el que tanto escribiste, o al que tanto escribiste. Y yo te comprendo muy bien, porque  la vida y la literatura no saben de contradicciones, sino que más bien el arte y el amor se alimentan de ellas, y todo es echar más fuego al altar de la vida, reconciliándolo. He sabido hace poco, por ejemplo, que mientras esperabas que se culminara el proceso para ordenarte sacerdote sucumbías a un nuevo amor, una nueva relación. Lope de Vega Carpio, en tu pecho cabía muy bien el amor humano, muy humano, que tú hacías divino en tus versos, y también cabía muy bien el amor divino, muy divino, y seguro que encontrabas muy mística tu escritura amorosa, y muy humanos y muy divinos tus versos a Dios, sobre Dios, con Dios.

Vivir y crear de Lope de Vega, tituló un libro sobre ti Joaquín de Entrambasaguas, y me parece precioso título. Porque tu vida era un crear constante, un convertir la vida en obra y la obra en vida, un gran río, ese enorme caudal del que hablé antes, en el fondo un océano sin orillas, tú, Lope, querido y admirado Lope.

En tu tiempo escribieron muchos hombres, y lo hicieron muy bien. En mi época también hay mucha gente que escribe muy bien, y no siempre famosos o ilustres, sino a menudo escritores no muy conocidos. Pero “hay que trabajar”, como me decía Fernando Sánchez Dragó, que se nos fue hace poco. Recuerdo que Ramón Menéndez Pelayo decía que en literatura uno se imponía por la cantidad. Imagino que tenía razón. Me parece que éste fue tu caso, aun escribiendo tan bien y teniendo tantas piezas magistrales. No en vano en tu siglo el pueblo cuando quería decir que algo estaba bien decía que era de Lope, que lo había hecho Lope.

Quevedo, Calderón, Cervantes, Góngora, Tirso… no me quedo con ninguno. Me gustáis todos, de diferente manera y para distintos momentos. En la Edad Áurea escribisteis muchos, y muy bien; incluso los descubridores, los conquistadores… tenían una educación buena, sabían escribir, plasmaban sus experiencias, que eran increíbles, en sus obras, y nos han llegado, muchas, hasta hoy.

Tú te embarcaste en barcos españoles para luchar, raptaste a una mujer, luego te raptaron a ti a una hija. Tu vida no es una novela, son mil novelas. Mil películas. Y las escribiste para el teatro, o para los ojos de tus amadas, que eran hermosos, y para nuestros propios ojos, nosotros que las disfrutamos con deleite, con aprovechamiento o con amor, con admiración, o todo junto, ayer y hoy. Siempre.

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