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Mitoteca (VII): Los amores de Zeus 2. Metis, madre de Atenea

Mitoteca (VII): Los amores de Zeus 2. Metis, madre de Atenea

La primera a la que el morueco que ocupa el trono del Olimpo echó la vista con fines matrimoniales fue Metis. Ésta era una de las 3000 hijas de Océano y Tetis (la Titánide hija de Urano y Gea, no la madre de Aquiles, el raudo de pies). Prolíficos que nos han salido los dioses. La Oceánide no se tomó a bien que Zeus se interesara por ella: era un expatriado. Su padre Cronos / Saturno se había zampado a sus cinco hermanos mayores para que ninguno le hiciera sombra. Si el benjamín se había salvado era porque su madre Rea / Cibeles le había dado un pedrón envuelto en pañales asegurando que era Zeusito. Saturno, que a tenor de cómo lo pintan Rubens y Goya tenía mucho de animal de bellota, se tragó el pedrusco sin rechistar. Y, por cierto, debía de poseer una dentadura colosal para no astillársela mascando el granito que creía su hijo. Tampoco había catado nunca, seguro, el delicioso ternasco aragonés ni el exquisito lechazo castellano leonés, que se deshacen en la lengua. Le habría extrañado que el lechoncito Zeus estuviera duro como el mármol.

Cibeles escondió a la criatura en el vientre de una gruta bajo la vertiente norte del Monte Ida, en Creta. Allí lo amamantó la cabra Amaltea, nuestra retataratatarabuela, pues de un desahogo del dios con ella nació el primero de nuestros antepasados sátiros.

"Se impusieron los del bando de Zeus y arrojaron al Tártaro, el antro más abisal del Hades, a los titanes, donde aguardan encadenados su venganza"

Zeus se cansó de estar enclaustrado y salió al mundo buscando el modo de derrocar a su padre. Pasó cerca de las islas donde moraba Metis, de la que era primo. Metis, una zagala muy sabia, destilaba prudencia y sentido común. Aconsejó a Zeus que le diera a Cronos un emético que le hiciera vomitar a sus hermanos. Le hicieron llegar el bebedizo a Saturno, que vomitó el pedrón y a todos los hijos en orden inverso a como los había engullido. El pedrusco lo dejaron como recuerdo en Delfos, donde aún marca el onfalos, el ombligo del mundo, y como tal es venerado.

Los seis Cronidas organizaron una revolución para destronar a su padre. Cronos llamó a sus hermanos los Titanes y ofrecieron fiera resistencia en lo que se conoció como la Titanomaquia. Un titán era unas seis veces mayor que un olímpico, por lo que éstos debieron emplearse a fondo para derrotarlos: diez años se extendió la cruenta guerra. Se impusieron los del bando de Zeus y arrojaron al Tártaro, el antro más abisal del Hades, a los titanes, donde aguardan encadenados su venganza. Al más fuertote de ellos, Atlas, lo forzaron a sostener la bóveda celeste sobre sus hombros en los confines occidentales del mundo, Hesperia. Atlas dio nombre a aquella porción de océano y aún hoy la conocemos como Atlántico. El titán pasó siglos cumpliendo su condena hasta que un enfrentamiento con Perseo, que llevaba la cabeza de Medusa, quien petrificaba al que la mirara a los ojos, acabó convirtiéndolo en la Cordillera del Atlas.

"Así, podemos imaginar al pobre chamuscado, empapado, huracanado, arbolado, arañado, envenenado y apestando a choco, pero el caso es que Tetis aceptó el matrimonio"

El errabundo Zeus, pues, buscó cobijo donde sus parientes Tetis y Océano. Allí conoció a sus miles de primas oceánides y una de ellas le hizo tolón: Metis. Será por lo de cuanto más primo, más te la arrimo, el caso es que empezó a tirarle los tejos. Metis se resistió. Cuentan los cronistas que incluso cambió de forma varias veces para espantar al moscón. No especifican en qué se convirtió para bajarle la libido a Júpiter, pero, si acudimos al mito de la nereida Tetis, madre de Aquiles y nieta de la otra Tetis, tal vez podamos hacernos una idea.

La nereida Tetis, cuñada de Poseidón, se vio forzada a casarse con un mortal, Peleo. Para una diosa era una ofensa. Como divinidad acuática tenía la capacidad de metamorfosearse a su albedrío. Así intentó librarse de su pretendiente volviéndose fuego, agua, aire, árbol, leona, serpiente y jibia. A Peleo su preceptor, el sabio centauro Quirón, quien luego también educaría a Aquiles, le había aconsejado aferrarse a su pretendida y no soltarla se convirtiera en lo que se convirtiera. Así, podemos imaginar al pobre chamuscado, empapado, huracanado, arbolado, arañado, envenenado y apestando a choco, pero el caso es que Tetis aceptó el matrimonio. Cosa que, viendo cómo había quedado su cortejador tras su tenaz abrazo, dice mucho de la Nereida.

Es de suponer que Metis usó técnicas semejantes a las de su pariente para espantar a Zeus, pero la concupiscencia de éste era capaz de hacer frente a diluvios, huracanes e incendios. No le hacía ascos a darse un revolcón con una que apestara a calamar, por muy leona que fuera en la cama y por mucho veneno que albergara en su mente viperina. El caso es que consumaron el matrimonio y la diosa quedó felizmente preñada.

"No podía permitirse ser derrocado como le aconteció a su abuelo y a su progenitor. Optó por lo mismo que hizo Cronos con sus cinco primeros vástagos: devoró a Metis, preñadita y todo"

Pero poco dura la felicidad en la casa del pobre. La abuela Gea / Terra, la primera monarca de los dioses, madre común de todos, le profetizó a su nieto que el fruto del vientre de Metis sería tan superior a su padre que lo eclipsaría. Si de algo me han servido los siglos que he vivido como sátiro a medio camino entre mortales e inmortales es para saber que los dioses son unos engreídos y no soportan que nadie les haga sombra. Ni siquiera un hijo. Lo del amor paterno no va de principio mucho con ellos.

Zeus no podía soportar que Metis alumbrara una divinidad que pusiera en peligro sus ambiciones de destronar a su padre y convertirse en monarca del Olimpo. No podía permitirse ser derrocado como le aconteció a su abuelo y a su progenitor. Optó por lo mismo que hizo Cronos con sus cinco primeros vástagos: devoró a Metis, preñadita y todo.

Zeus parecía tener unas entrañas muy acogedoras, ya que Metis se amuebló un apartamento cabe el hígado del cronida, donde los griegos situaban las emociones. Desde allí aconsejó a su esposo, siempre con muy buen criterio.

"El grito que dio al nacer fue tan estruendoso que se escuchó al otro lado del mar. Lo que le faltaba a Zeus, con la jaqueca que tenía"

El engendramiento del feto se tomó su tiempo, porque a Zeus le dio oportunidad de casarse con otras seis deidades hasta llegar a la última, Hera, de la cual hablamos en el capítulo anterior. Con ésta alumbró a Hefesto / Vulcano, el dios artesano, señor de la fragua. Antes, Metis pariría a Atenea en la soledad del hígado del progenitor. La criatura no tuvo mucha prisa en salir a la luz, sino que hizo un crucero por las entrañas paternas, donde encontraría un centro comercial, pues se consiguió una armadura de hoplita completa, con su casco, escudo, grebas y lanza.

Hallábanse un buen día Zeus y su hijo Hefesto paseando junto al río Tritón, en el norte de África, cuando al soberano le sobrevino una terrible jaqueca. Da la impresión de que Vulcano, si bien era habilidoso en extremo con las manos, era algo obtuso de intelecto. Sus padres quisieron que estudiara medicina, pero como la nota no le dio para entrar en la pública, lo apuntaron en una de esas universidades tan caras a ciertas élites donde puedes comprar el título o sacarlo por ser hijo de o de tal partido. Ante el tremendo dolor de cabeza de Zeus, a Hefesto no se le ocurre otra cosa que abrirle la testa de un hachazo: se ve que las clases de cefalea y asistencia al parto se las había saltado yéndose a la cantina. De la enorme brecha que le abrió en la mollera saltó totalmente armada y ya adulta Atenea / MInerva, la diosa de la sabiduría, los estudiantes y los artesanos, amén de la guerra táctica, y protectora de héroes. El grito que dio al nacer fue tan estruendoso que se escuchó al otro lado del mar. Lo que le faltaba a Zeus, con la jaqueca que tenía.

Atenea pasó su mocedad ejercitándose en Libia bajo la atenta supervisión del dios fluvial Tritón y compartiendo juegos con la hija de éste, Palas. En un desafortunado juego Atenea mata accidentalmente a su amiga. Desolada, toma su nombre y pasa a ser conocida como Palas Atenea, la glaukopis, la de glauca mirada. En un discreto rincón del Museo de la Acrópolis de Atenas se expone un relieve de poco más de 47 centímetros de largo. En él se representa a la diosa, totalmente armada con sus atributos, apoyada en una lanza con actitud meditabunda, rindiendo honores a lo que parece una estela funeraria. Algunos dicen que esa estela es un recuerdo a la destrucción de Atenas por los persas, pero a mí me gusta pensar que es la lápida de su amiga Palas y que la diosa llora su memoria.

"Ella, tras quitarle a su acosador toda intención impúdica de un sopapo de los que noquean a un buey, se limpió, asqueada, la polución con un algodón y lo arrojó al suelo"

Pasado el tiempo Atenea acudió a la fragua de su medio hermano Hefesto a encargarle una armadura. El dios, casado con la tórrida Afrodita y a quien no lograba satisfacer, tal vez acomplejado por ser zanco y giboso, quedó prendado de la piel olivácea y de los ojos verdemar de la hija de Metis. Se contaba, además, que Atenea era doncella por propia voluntad. Vulcano sintió en su entrepierna efluvios libidinosos y se encebuznó ante la idea de desflorar a la glaucopis. Sin muchos miramientos le desveló sus intenciones fornicatorias, mas ésta lo apartó de un empellón, se remangó el quitón y echó a correr.

Hechizado por el amelocotonado cutis de la diosa, que entrevió cuando ésta se arremangó, el tullido, quien aparte de cojitranco era suelto de cañerías, eyaculó, precoz, manchando el muslo de Atenea. Ella, tras quitarle a su acosador toda intención impúdica de un sopapo de los que noquean a un buey, se limpió, asqueada, la polución con un algodón y lo arrojó al suelo.

Gea, fértil como la tierra que es, quedó empreñada y alumbró a una criatura con el torso humano y cola de serpiente. Lo llamaron Erecteo o Erictonio. De él se hizo cargo Atenea y lo crió como hijo suyo. Se lo entregó para su educación a los atenienses, quienes acabarían erigiéndole un templo, donde depositarían sus reliquias tras su muerte: el Erecteion, a quien sirve de pórtico la fastuosa Tribuna de las Cariátides.

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