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Notas de una traductora de Proust

Notas de una traductora de Proust

Javier Marías tuvo tiempo de leer una parte de la nueva traducción que Mercedes López-Ballesteros estaba realizando de Por el camino de Swann (primer volumen de En busca del tiempo perdido), y llegó a afirmar que trasmitía certeramente el famoso estilo proustiano.

En este making of Mercedes López-Ballesteros recuerda el impulso que le llevó a traducir Por el camino de Swann (Alfaguara).

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Nada me enorgullece más que ejercer el noble arte de la traducción, de pertenecer a la estirpe de todos esos seres las más de las veces anónimos y fantasmales que propiciaron el intercambio y la transmisión de conocimientos, o que por el más verdadero amor al arte (como reza el título del último artículo que escribió Javier Marías y que versa sobre la traducción) quisieron poner a disposición de sus compatriotas aquella obra maestra que, escrita en una lengua distinta a la suya, los había deslumbrado.

Pero, dicho esto, si me atuviera a mis principios, yo no debería en modo alguno escribir ni decir nada más, máxime cuando no soy ni muchísimo menos experta en teoría de la traducción, sino permanecer callada y envuelta en sombras. Pues para mí, el mejor y único traductor deseable es el traductor invisible. Esta es la primera máxima que tuve en mente cuando Javier Marías me propuso acometer la traducción de los siete volúmenes de En busca del tiempo perdido de Marcel Proust (proyecto asumido por Alfaguara a la muerte de Javier), en un momento en el que yo simplemente estaba traduciendo, por amor al arte, el último: El tiempo recobrado. El lector debía “oír” a Proust y nada más que a Proust. No sé si estoy consiguiendo tan ambicioso propósito.

"Proust escribe en ocasiones como un poeta, por lo que muy a menudo su adjetivación, sus imágenes, sus metáforas son arriesgadísimas, atrevidas en grado sumo, y de una belleza deslumbradora"

Tal vez se preguntarán cómo se percibe la presencia indeseada de un traductor en una obra a la que no ha sido invitado a inmiscuirse. De muchas maneras. Y creo que la más conspicua es la utilización de una voz que no es la del narrador ni la de los personajes, de un registro que no es aquel en el que se escribió la obra, sino los de su cosecha. Yo confío en que mis lecturas de la Recherche, por entero o por partes, me hayan afinado el oído. Otra de las vías por las que “se cuela” el traductor en la obra es la elección del léxico. Y, en el caso concreto de Proust, el léxico convierte el texto en un terreno minado que en cualquier momento le puede estallar en la cara al traductor y arruinarle la frase.

Proust tiene un prodigioso conocimiento de la lengua francesa. Y suele utilizar los vocablos en sus acepciones más antiguas, más desusadas, más raras, más infrecuentes. O, es más, en las acepciones de su invención. Por fortuna, cuento con un diccionario en dieciséis volúmenes en el que están todas ellas. Por poner algunos ejemplos (sacados de los dos primeros libros), si obviando el contexto me hubiera contentado con traducir la palabra prestige por “prestigio” y no por “magia” o “hechizo”, mortification por “mortificación” en lugar de “necrosis”, provenances por “procedencias” en vez de “mercancías importadas”, habría convertido las frases en las que aparecen estos términos en verdaderos disparates y sumido al lector en un total desconcierto. Y en la Recherche no hay página en la que no se produzcan casos semejantes. No descarto que a mí se me hayan pasado algunos.

"Lo que define la prosa proustiana, lo que incluso quienes no han leído a Proust conocen de él, es su compleja sintaxis, en la que el hipérbaton, los incisos y la hipotaxis pueden llegar a desesperar al lector"

Ahora bien, Proust escribe en ocasiones como un poeta (es decir, que no solo describe una realidad, sino que la crea), por lo que muy a menudo su adjetivación, sus imágenes, sus metáforas (que para Proust son “lo único que puede dar una especie de eternidad al estilo”) son arriesgadísimas, atrevidas en grado sumo, y de una belleza deslumbradora. En estos casos, salvo que tras los vocablos elegidos se ocultara alguna acepción que nos llevase, por sentido común, a sustituirlos, hay que respetarlos escrupulosamente, aunque nos produzcan perplejidad.

Lo que también tuve muy presente cuando emprendí la traducción de la Recherche fueron dos frases del propio Proust (que aparecen en el segundo volumen, A la sombra de las muchachas en flor): “La palabra humana está relacionada con el alma, pero sin expresarla como sí hace el estilo” y “La genialidad radica en el poder reflectante y no en la calidad intrínseca del espectáculo reflejado”. Aunque con distintas palabras, estas mismas ideas están expresadas y desarrolladas en La inspiración y el estilo, de Juan Benet, grandísimo admirador de Proust, que llega incluso a decir que “la cosa literaria solo puede tener interés por el estilo, nunca por el asunto”. Estaba claro que si yo no era capaz de reflejar el estilo proustiano solo iba a conseguir un texto muerto, una obra mutilada.

"Proust, que cuando se encierra a escribir la Recherche ya tiene en la cabeza prácticamente la totalidad de la obra, sabe que habrá de mantener cautivado al lector para que transite por varios volúmenes hasta llegar al último"

En ese mismo ensayo, Juan Benet define el estilo como “El instrumento que el lector se ha visto obligado a confeccionarse para sacar a la luz todo lo que le bulle en la cabeza”. (Proust dirá, curiosamente, en El tiempo recobrado, que “Ese libro esencial, el único libro verdadero, un gran escritor no tiene, en el sentido corriente, que inventárselo, puesto que existe ya en cada uno de nosotros, sino que traducirlo. El deber y la tarea de un escritor son los de un traductor”). Y los recursos de los que se vale Proust para “traducir su obra”, es decir, su instrumento, son ingentes y únicos; no por nada ha pasado a la historia por haber creado un estilo (inconfundible e inimitable) que ha dado vida a todo un universo.

Pero lo que define la prosa proustiana, lo que incluso quienes no han leído a Proust conocen de él, es su (a veces, pero no siempre) compleja sintaxis, en la que el hipérbaton, los incisos y la hipotaxis pueden llegar a desesperar al lector. El caballo de batalla del traductor de Proust sería pues esa frase interminable, serpenteante, arborescente, vehículo idóneo de la remembranza, teñida casi siempre de una sutilísima emoción (incluso, en ocasiones, hasta en los pasajes cómicos, que son numerosísimos), como no podía ser de otra manera. Pero esa frase supuestamente ilegible no lo es tanto en la lengua en la que fue escrita. Bien es verdad que hay que tener un cierto entrenamiento, que se va adquiriendo si perseveramos en la lectura, pero por la maestría con que Proust maneja el tempo, las pausas, la cadencia, con que consigue que cada fragmento de la frase esté siempre perfectamente aplomado, esta fluye sin tropiezos, envolvente e hipnótica, creando un auténtico encantamiento.

"Diré por último que si el lector no ha sido presa de ningún encantamiento y el libro se le ha caído de las manos, es a mí a quién hay que achacarlo"

Proust, que cuando se encierra a escribir la Recherche ya tiene en la cabeza prácticamente la totalidad de la obra, sabe que habrá de mantener cautivado al lector para que transite por varios volúmenes (en los que casi no hay intriga ni suspense) hasta llegar al último, en el que expondrá sus teorías (cuyos componentes son el arte y la literatura, la memoria y el tiempo, y que creo que no me toca a mí exponer), ese último volumen en el cual los contenidos de los anteriores (que son para él una ilustración de aquellas) cobrarán todo su sentido. Y lo logra con esa sintaxis que tan bien conoce, pues su frase escrita se asemeja asombrosamente a su frase hablada, como nos cuenta el escritor Paul Morand, que lo conoció y lo trató, frase que él compara con “una carretera de montaña”. Es pues, paradójicamente, con lo que se supone que es la máxima dificultad de la obra, con su propia voz, con lo que consigue hechizar al lector y arrastrarlo hasta la palabra “Fin”.

Diré por último que si el lector no ha sido presa de ningún encantamiento y el libro se le ha caído de las manos, es a mí a quién hay que achacarlo, pues puedo asegurar, que, en su lengua original, la obra de Proust no solo roza, sino que alcanza, en todos y cada uno de sus aspectos, una indiscutible perfección.

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Autor: Marcel Proust. Título: En busca del tiempo perdido I: Por el camino de Swann. Traducción: Mercedes López-Ballesteros. Editorial: Alfaguara. Venta: Todostuslibros.

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