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La mujer que murió de tristeza

La mujer que murió de tristeza

Terminé de leer la última novela de Juan Gabriel Vásquez el 8 de enero de 2025, cuarenta y tres años exactos luego de que falleció Feliza Bursztyn. Unos días atrás me habían dejado el libro sobre el tapete de entrada del piso en Barcelona. Oí el impacto sutil contra el felpudo como el ruido de las cosas al caer. Tras la puerta estaba el sobre que contenía Los nombres de Feliza (Alfaguara, 2025), libro escrito en torno a la artista colombiana fallecida el 8 de enero de 1982 a la edad de 48 años.

Me pareció extraño que mi lectura coincidiera con los mismos días estacionales previos a su desvanecimiento en el restaurante ruso Dominique del número 19 de la rue Brea, sentada al lado de Gabriel García Márquez, tan cerca de donde Gabo había escrito —cuando era pobre y músico a ratos a finales de los años cincuenta y refugiado en un estudio en el 90 de la rue d’Assas— El coronel no tiene quien le escriba.

"Juan Gabriel Vásquez logra una admirable reconstrucción de la vida errática, rebelde, creativa, auténtica y libre de una artista que se empeñó en transformar chatarra en obras de arte"

Feliza Bursztyn, al contrario, sí tiene quien le escriba. Para aquellos que desconocíamos a esta artista nos demuestra una vez más cuántas historias fascinantes aguardan ser contadas. El autor, obsesivo y exhaustivo, hace un ejercicio feroz de recaudación de datos: “Según mis averiguaciones, el 8 de enero de 1982 el sol salió faltando 17 minutos para las 9 de la mañana”. La narración dista de ser lineal. Se producen constantes quiebres de tiempo, hacia atrás y hacia adelante, al contar la vida de Feliza. Administra con pulso la información y lleva al lector, cautivo por una prosa vigorosa, hacia la fatídica noche de su muerte.

Juan Gabriel Vásquez logra una admirable reconstrucción de la vida errática, rebelde, creativa, auténtica y libre de una artista que se empeñó en transformar chatarra (tornillos sueltos, arandelas extraviadas, láminas de desecho, tubos, latas, piezas grandes) en obras de arte. Un dilatado proyecto de escritura que termina vertido en cinco partes, en el que emplea la primera persona al inicio de cada capítulo —excepto en el último capítulo, que da título al libro, en la que está más presente— para dar paso a una cercana tercera persona que predomina a lo largo de 278 páginas.

"Uno de los episodios más crudos de esta historia es cuando su padre organiza un funeral judío con todas las de la ley pero sin cadáver, como si Feliza hubiera fallecido"

Su personalidad impulsiva la llevó a casarse muy joven con un estadounidense que vivía en Bogotá, Larry Fleischer. Ella se convirtió en Feliza Fleischer y llegó a tener tres hijas que, tras persistentes discrepancias con su marido —se debate entre la familia o el arte—, las abandona para marcharse a París hacia finales de los cincuenta con el poeta Jorge Gaitán Durán y así ganarse la vida bohemia: ella estudiando arte con especial influencia del maestro Ossip Zakdine, él empeñado en sus muchas actividades. Uno de los episodios más crudos de esta historia es cuando su padre, Jacobo, a partir de la cuasi fuga de su hija a París, organiza un funeral judío con todas las de la ley pero sin cadáver, como si Feliza hubiera fallecido; por ello el segundo capítulo se titula “La primera muerte”.

Luego de esos años parisinos regresa a su país para desarrollar su carrera. Feliza era hija de judíos polacos. Su abuelo Isaac, venerado rabino, había muerto en un campo de concentración, y su padre —suerte del destino— recaló en Colombia en los años treinta del siglo pasado cuando se intuía lo que sucedería en Alemania. Feliza espera el regreso del inquieto poeta (en su ausencia este mantuvo en París una relación amorosa con Alejandra Pizarnik) cuando en 1962 recibe la noticia de que había muerto en un accidente aéreo a bordo de un Boeing 707 de Air France estrellado en Guadalupe.

"Las creaciones de la artista eran poco convencionales para una sociedad que el autor pinta como retrógrada, conservadora, autodestructiva, machista, hipócrita, envidiosa, puritana, reprimida, violenta y vengativa"

Luego, al fallecer su padre, termina de quedarse sin familia en Colombia: su madre decide marcharse a Tel Aviv. Su estudiosa hermana Helga ya trabajaba para la Universidad de Stanford y, por si fuera poco, Larry y las tres niñas se habían mudado a San Antonio, Texas. Solo le queda la posibilidad de acomodar un estudio en un área industrial donde su padre tenía centrada su actividad económica y logra hacer viajes ocasionales —dada su precaria situación económica— para visitar a sus hijas. La gran casa de su familia, aquella de una infancia feliz, había sido vendida.

Las creaciones de la artista eran poco convencionales para una sociedad que el autor pinta como retrógrada, conservadora, autodestructiva, machista, hipócrita, envidiosa, puritana, reprimida, violenta y vengativa. Su obra más visible es el Monumento a Ghandi en la carrera séptima con calle cien de Bogotá. Los rasgos de la sociedad, el estado de sitio declarado y la agravada situación política por los enfrentamientos del gobierno de Julio César Turbay Ayala contra las espectaculares acciones de la emergente guerrilla M-19, propiciaron el exilio de García Márquez y Bursztyn.

"Ella era terca, anarquía pura, y cuando se empecinaba en algo no había manera de convencerla de lo contrario. Su resonante carcajada, sello de marca, empezó a languidecer a partir de lo sucedido en las caballerizas"

A García Márquez, como había sido amigo de Fidel Castro y simpatizante de la Revolución cubana, lo tildaban de aliado de la guerrilla, y este consideró que tenía que dejar el país antes de que lo apresaran, al igual que Feliza, que en pleno fulgor antiguerrillero, y contra lo aconsejado, realiza una exposición de su obra en Cuba. De La Habana trae consigo un lote de correspondencia de artistas cubanos con destinatarios del medio cultural colombiano considerados simpatizantes del M-19. El gobierno intercepta sus llamadas y una madrugada macabra un grupo de hombres con ruanas y armados de fusiles se la llevan varias horas —siempre con los ojos vendados— a un lugar de caballerizas destinado al maltrato físico y psicológico de opositores y guerrilleros.

Al habérsele incautado una pistola Beretta 950 (con sus piezas desarmadas) se prepara contra ella una orden de detención. Se salva al lograr un salvoconducto con la embajada de México. Feliza y su marido, Pablo Leyva (a quien Juan Gabriel Vásquez dedica el libro), aterrizan en París en 1981 en un piso en la calle Bièvre de París, justo frente al número 22, la residencia privada de François Mitterrand. García Márquez había logrado para ella una beca gracias a su amistad con Régis Debray, sustento que le permitiría a la pareja sobrevivir en un piso donde el viento helado se colaba por una ventana que no cerraba bien, lo que agravó su condición física ya deteriorada: sus pulmones afectados por años de trabajo de soldadura sin cubrirse boca y nariz. Ella era terca, anarquía pura, y cuando se empecinaba en algo no había manera de convencerla de lo contrario. Su resonante carcajada, sello de marca, empezó a languidecer a partir de lo sucedido en las caballerizas.

"El apellido de la artista, corrobora el narrador, es escrito siempre de distintas maneras; espejo, tal vez, de su personalidad poliédrica"

Juan Gabriel Vásquez, con el fin ser fiel a la historia y ante la irremediable necesidad de incorporar la ficción, escribe esta novela —que le rondaba en la cabeza desde hacía años— en el Reid Hall de la Universidad de Columbia en París: “Dejando que los hechos comprobados se confundieran con imágenes que mi cabeza construía, esos recuerdos imaginarios que son con frecuencia la única manera que tenemos de visitar el pasado”. ¿Por qué el título de la novela?, cabría preguntar. El apellido de la artista, corrobora el narrador, es escrito siempre de distintas maneras; espejo, tal vez, de su personalidad poliédrica. Hasta García Márquez llegó a escribir su apellido de dos maneras distintas en un artículo publicado por El País el 20 de enero de 1982 (Bursztyn y Bursztyri).

El mito de origen de la novela fue, precisamente, cuando Vásquez leyó el artículo de Gabriel García Márquez que, con su usual maestría, inició así: “La escultora colombiana Feliza Bursztyn, exiliada en Francia, se murió de tristeza a las 10.15 de la noche del pasado viernes 8 de enero, en un restaurante de París”. No de un infarto o cualquier otra causa médica: murió por la tristeza del exilio forzado.

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Autor: Juan Gabriel Vásquez. Título: Los nombres de Feliza. Editorial: Alfaguara. Venta: Todos tus libros.

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