El mito empezó en plena guerra civil. En los meses iniciales, para ser exactos. Dicen que le preguntaron a Franco (pero otros dicen que fue a Mola) que cuál de las cuatro columnas del ejército sublevado tomaría primero Madrid, la plaza que se suponía clave y determinante para dirimir el curso de la contienda. La respuesta fue que ninguna de ellas, sino una quinta columna, la constituida por simpatizantes y adictos a la causa franquista, ocultos pero muy activos en la capital de España, emboscados en el corazón mismo del territorio republicano.
Las consecuencias que se derivaron de aquella supuesta amenaza difícilmente pueden ser subestimadas. Por lo pronto, se creó una desorbitada psicosis acerca del enemigo en la sombra, patente sobre todo en Madrid, por motivos obvios. Dado que se creía identificar por todas partes fascistas camuflados, la respuesta no fue otra que un incremento brutal de la represión. Poco menos que a ciegas, como suele suceder en casos como este. Así se entiende —en parte, solo en parte— la sed de sangre que se apoderó de la capital. Así se entienden, sobre todo, los episodios más bochornosos. Quizá, entre ellos, los más impactantes. Como, por ejemplo, Paracuellos…
Ante un libro de historia como el que aquí se comenta (una investigación que trata un tema tan trillado como la guerra civil), lo que más interesa al lector, sea especialista o simple interesado, es qué ofrece de nuevo, qué aportaciones relevantes justifican su irrupción en un panorama bibliográfico tan saturado. Quizá la novedad más llamativa —luego diré otras— sea precisamente que deshace el mito en su doble vertiente, la franquista y la republicana: no fue para tanto. La quinta columna nunca fue tan poderosa y amenazante como decían unos ni tan peligrosa y esquiva como temían los otros.
Y, por el contrario —esta sería la otra cara, el complemento indispensable de esa estimación— el que fue mucho más importante de lo que hasta ahora se había considerado fue el servicio de inteligencia republicano (varios organismos, pero por encima de todos ellos el SIM, Servicio de Inteligencia Militar). Fue importante por el papel que desempeñó en el entramado político pero, aún más, por su capacidad para detectar y perseguir al enemigo franquista que operaba en la clandestinidad. Y hay que destacar también que esa eficacia no era ajena a los métodos empleados, de una brutalidad sin límites. La larga mano de los asesores soviéticos, el temido NKVD, se dibujaba en la sombra y bosquejaba un panorama de chekas y torturas hasta la muerte.
Esas conclusiones son el resultado de unos diez años de paciente labor en diversos archivos nacionales y extranjeros de un investigador cuyo nombre le sonará a cualquiera que se haya interesado mínimamente por la guerra civil y el primer franquismo: Julius Ruiz. Hijo de padres españoles que emigraron en los años cincuenta, Ruiz se ha formado en el Reino Unido y es ahora profesor en la Universidad de Edimburgo. Técnicamente es, pues, un hispanista, aunque particularmente cercano a nuestro país por lazos familiares.
En el ámbito de los historiadores extranjeros que han centrado sus pesquisas en la guerra civil, Julius Ruiz ha alcanzado notoriedad por su propensión a socavar mitos y abordar cuestiones incómodas. Este último adjetivo se incluía significativamente en una de sus obras: Paracuellos: Una verdad incómoda (Espasa, 2015). Algunos años antes en esta misma editorial había publicado otro libro con un título que levanta sarpullido en algunas sensibilidades políticas: El terror rojo. Y ese mismo año (2012) se traducía al castellano La justicia de Franco, un estudio que sin cuestionar la crueldad y falta de garantías de la represión franquista, sí establecía con nitidez que no hubo un «holocausto español».
Bien puede colegirse por todo lo dicho que Ruiz, un historiador riguroso que basa siempre sus argumentos en una excelente documentación, es también un autor que no rehuye la polémica, más bien todo lo contrario. Y en esta nueva aportación sigue la estela de las obras citadas. Pero, más allá de ello, el mayor reproche que quizá se le puede hacer —al menos, desde mi punto de vista— es su escasa capacidad de síntesis. En la onda de la historiografía anglosajona, Ruiz es un autor que acumula un bagaje empírico impresionante que, en este caso, juega en contra de una lectura fluida. Mucho me temo que el nivel de exigencia de este texto reiterativo y prolijo —el volumen tiene ¡910 páginas!— ahuyente a una buena parte de lectores, sobre todo aquellos que buscan básicamente una visión de conjunto.
Dejando aparte ese reparo, nos encontramos ante una impresionante investigación que constituye sin lugar a dudas el mejor estudio aparecido hasta la fecha de los servicios secretos republicanos durante la guerra civil. Como antes adelanté, algunas de las conclusiones principales se refieren a la trascendencia misma de la quinta columna, mucho menor de lo que hubiesen querido los insurrectos y recelaban los republicanos. Casi podría decirse que no existió tal quinta columna como organización propiamente dicha, sino tan solo un entramado de grupos autónomos e independientes que se limitaron a algunos actos de sabotaje (más bien pocos y de escasa consideración) y, sobre todo, a pasar información de modo clandestino al ejército de Franco.
Pero conviene insistir al mismo tiempo en que el foco del libro (y su sentido último) no se dirige tanto a esclarecer todo lo relativo a la quinta columna como a desentrañar el sistema represivo del gobierno republicano, con varios organismos destinados a la persecución del enemigo oculto o infiltrado, en especial los llamados DEDIDE (Departamento Especial de Información del Estado) y el antes citado SIM. Y lo más llamativo y polémico que arroja la investigación se refiere a la responsabilidad de los mismos, en la doble acepción de quiénes movían los hilos y, por decirlo sin sutilezas, quiénes se mancharon las manos de sangre.
Ruiz da nombres y apellidos, cita múltiples activistas políticos, secuaces y verdugos. Destaca en varias ocasiones su condición de jóvenes impulsivos o incluso fanatizados. Pero, por encima de ellos, se impone la consideración y señalamiento de las más altas incumbencias políticas. Y en esto, no hay duda. Frente a la tendencia a descargar la culpa en los comunistas españoles y soviéticos, el autor establece sin asomo de dudas que fue el PSOE y, más concretamente, los sectores de Prieto y Negrín (curiosamente, no la facción de Largo Caballero) los que se implicaron más en esta «guerra sucia», como dice el título del libro. En estas coordenadas, resulta significativo que los comunistas estuvieran más interesados en perseguir a sus propios disidentes (los trotskistas) que a los supuestos fascistas. En fin, no solo una guerra sucia, sino una triste historia, un pasado ominoso que ojalá no vuelva a repetirse.
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Autor: Julius Ruiz. Título: La guerra sucia: La República contra la quinta columna. Traducción: Albino Santos Mosquera. Editorial: Espasa. Venta: Todos tus libros.
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