En el norte de España, en la periferia industrial de la década de los 90, un grupo de adolescentes come pipas en un banco del parque mientras sueña con abandonar este lugar. Estos son los protagonistas de una ficción un tanto ensayística que nos habla de toda una generación.
En este making of Esther L. Calderón rastrea el origen de sus Pipas (Pepitas).
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Escribí Pipas porque volví.
Y hubo un movimiento de placas tectónicas.
Lava.
Este libro, novela con trazas de ensayo sobre un grupo de amigos de 17 años y un trío amoroso en los años noventa (justo antes de irse —o no— a la universidad), sobre un grupo de amigos que sufre una pérdida decisiva demasiado pronto, sobre un grupo de amigos que se lanza a su último verano juntos, tiene (casi) todas mis obsesiones. Y cualquiera que haya tenido una sola obsesión sabe que, para serlo, para llamarse así una obsesión, tiene que abordarte ininterrumpidamente con un ímpetu oscuro, durante décadas si hace falta.
Por qué deseamos lo que deseamos, el centro y la periferia, las clases sociales, la misteriosa relación con el otro, cómo todo ello influye en una identidad, qué es una identidad.
Así que en plena crisis personal al borde de los 40 y en plena crisis comunitaria por un virus, una periodista que pertenece a la primera generación nacida en democracia vuelve desde Madrid (ese símbolo) al banco del parque donde quedaba los sábados a las seis y media con su gente durante toda su adolescencia.
Cada sábado. A las seis y media. Los amigos. Y las pipas.
Y resulta que se compra una bolsa. Facundo. Con sal. Y resulta que ese sábado de pronto son todos los sábados del tiempo. “Siento dejar este mundo”. Y la temperatura emocional de aquella otra época le traspasa el cuerpo y pide ser tomada, de una vez por todas, en el termómetro de la escritura.
Esa fiebre.
Para poder notar que una música suena, a veces esa música tiene que parar. Y enseguida sonar otra. Eso fue lo que sucedió: paró la música y pude oír cómo sonaba. Paró la música y pude, al fin, oírme.
Oírnos.
Sobre todo a las dos generaciones anteriores. Pude oír cómo abuelos y padres habían desbrozado el camino con sus manos (y su voto) para que nosotros, los del banco, los primeros nacidos en democracia, los dragones adolescentes con el fuego en boca, aburridos entre edificios suburbiales, pudiésemos imaginar qué queríamos ser.
No seáis como nosotros, venían a decir esas voces. Vamos, hacedlo, salid de aquí para ser otros, nosotros pagaremos la cuenta para que vosotros solo tengáis que imaginar, vamos, hemos hecho un trato con el Estado para ser mejores, ser mejor el Estado y ser mejores nosotros, vamos, llegad a la meta con vuestro cuerpo joven, atravesad la línea con el pecho por delante y con nuestros cuerpos de gigantes cansados sobre los hombros. Vamos, atreveos, que nosotros no podremos hacerlo con esta ideología del trabajo tan metida en vena que no deja ver más allá de lo que ya hay, más acá de lo útil; vamos, vamos, imaginad, estudiad, sed algo en esta vida, algo que no sabemos muy bien qué es pero que sí sabemos que tiene que ver con no ser como nosotros mismos.
Vamos, dadnos sentido.
El mandato.
Y nosotros lo hicimos. Fuimos buenos chicos. Obedientes. Disciplinados. Llevamos su ideología del trabajo a los estudios: fuimos a la universidad como quien va a la fábrica. El maldito sacrificio. El placer para después. Los agricultores convertidos en obreros en las periferias de toda España en los 50 y 60, esos mismos obreros haciéndose llamar clase media al filo de los 80, mandaron a sus nietos a la universidad al filo del nuevo siglo esperando que el Estado cumpliese su parte del trato. Pero no lo hizo. El Estado no se empeñó en ser mejor para su gente. Se distrajo. Le distrajeron los flujos de poder y dinero de antes, de siempre.
¿Y ahora qué? Se preguntan ahora esos amigos. ¿Y ahora qué? Nos preguntamos todos. Y ahora qué, llenas las manos de cáscaras vacías en este otro banco del nuevo siglo.
No era nuestro el mar, pero casi.
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Autora: Esther L. Calderón. Título: Pipas. Editorial: Pepitas. Venta: Todos tus libros.
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