El dominio de la tiranía tecnológica surge en Antes de que Google nos alcance (Reino de Cordelia, 2025) como un apocalipsis aséptico y aparentemente mecánico, indoloro, contra la memoria compartida de varias generaciones que aceptan impasibles el borrado de sus experiencias a modo de derrota vivencial. Julián Quirós (director del diario ABC) especula en su segundo poemario con el choque de dos cosmovisiones contrapuestas, anterior y posterior a la explosión digital. Aquel mundo vivido y aprendido que todavía podemos recordar sin caer en la estéril nostalgia, un mundo analógico a la deriva que se marcha de manera acelerada, frente al inminente imperio técnico que dicta nuevos códigos y principios colectivos e individuales.
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—Empecemos citando a los clásicos: el periodista Antonio Lucas, que es el poeta amigo que tengo más cerca, una vez me dijo que “un poeta en una redacción es un ser sospechoso”. ¿Estás de acuerdo?
—Y no sólo en una redacción. Lucas es un osado; la mayoría de nosotros lo que hacemos es ocultarlo. La poesía es una actividad prácticamente clandestina y en una redacción de periódico mucho más. ¿Cómo haces prosperar y otorgar responsabilidades y carrera profesional a alguien que se declara abiertamente poeta? Yo lo he ocultado con muchísimo cuidado. Si no, no hubiera llegado a ningún sitio.
—¿Desde cuándo escribes poesía?
—Escribí mucho entre los 25 y los 37 años, pero poesía no. Es curioso. Claro, era la edad de casarse y tener hijos y desarrollar la profesión y ese era un tipo de vida bastante incompatible con la quietud que requiere, al menos para mí, la poesía. Pero a los 37 salí con mi familia de Málaga rumbo a Badajoz, mi tierra, y algo ocurrió en aquel regreso. Imagino que fueron varios factores: la vuelta a los recuerdos de la infancia, el hecho de que los hijos ya eran un poco más mayores y también la actividad del periódico, que era menos intensa y me dejaba más tiempo. El caso es que se reactivó en mí algo que había permanecido en silencio más de una década, y comencé a escribir compulsivamente. Entre 2007 y 2009 escribí cosas en libretas y mucha poesía, incluido mi primer poemario. Pero nunca pensé en publicar nada fuera de los periódicos.
—¿Por qué publicas entonces aquel primer poemario?
—Pues porque me animó una persona de mucha confianza… Mira, voy a revelar cosas hoy: me animó Carlos Aganzo, entonces director de El Norte de Castilla, que vio el libro en el año 2017 o por ahí. Me animó mucho, se lo dio a varios amigos y quedamos en que había que publicarlo. El año elegido era 2019, pero al final no pudo ser y lo pospusimos. Entonces, en el 2020 ocurrió algo: me nombraron director de ABC. Y ahí me encontré de nuevo con el pudor del periodista: no me pareció oportuno publicar en ese momento un libro mío de poemas. Un año después, los amigos te iban animando y yo mismo me convencí. Y así fue.
—Carlos Aganzo decía en aquella presentación que tú eras un poeta-periodista, términos sin desligar.
—Sí. Yo me siento un periodista, desde luego. Hago incursiones en la poesía y es un mundo que conozco bien y que, sobre todo, disfruto. Si yo no hubiera sido periodista y hubiese tenido otra trayectoria vital, es muy posible que mi escritura fuese hoy diferente. Por tanto, el periodismo ha influido e influye en mi poesía.
—¿En qué influye?
—Pues sobre todo en la claridad. Yo no oscurezco, como decía D’Ors, para parecer más sesudo, más hermético, más lírico; si no hay claridad, no hay poema. La poesía tiene que comunicar y emocionar. Me gusta que el lector sepa reconocer el juego de lenguaje que le estás planteando. Ya lo he dicho alguna vez: yo escribo poesía con vocación de periodista.
—En principio, periodismo y poesía parecen géneros muy lejanos.
—Sí, pero si lo piensas, en ambos hay que jugar con las imágenes, con la síntesis, con las metáforas, con las ideas. Eso lo hacemos todos los días en el periodismo, sobre todo los periodistas que tienen responsabilidades de edición. Hay unas motivaciones lingüísticas para las que el periodismo te entrena, y en mi caso eso lo uso en la poesía.
—¿Y al revés? ¿Es posible nutrirse de poesía para hacer periodismo?
—Bueno, pues sí. Y luego te diré justo lo contrario: como aquel conferenciante que decía “le he demostrado a usted que Dios existe y ahora le voy a demostrar que Dios no existe”. Yo creo que las condiciones poéticas o el oído ayudan a escribir, para que escribir no sea sólo redactar. Eso lo sabes tú. Claro que el gusto del escritor de poesía, su intuición musical, ese juego, ayuda a encontrar los titulares, beneficia al periodismo de mayor nervio, el periodismo del verbo, que es lo que le da fuerza y tensión a lo que uno quiere expresar. Ahora bien, lo irreconciliable entre los dos mundos de escritura es el ritmo: ahora más que nunca, y desde la digitalización, ya no hay rutina de día. El periodismo exige un ritmo bestial, una tensión alta que es incompatible con la escritura de la poesía. Al menos yo sí que necesito bajar el nivel, ponerme en un tono bajo agradable para que puedan fluir las ganas de escribir versos.
—Yo, más que a escribir, me refería a leer poesía.
—Hombre, claro que se nota mucho. Yo he leído de todo, pero sobre todo en español, porque soy muy malo con las lenguas. Lo que más me ha impactado es Juan Ramón. Y también Hierro, y Pessoa, del que me gusta su ritmo de mirada inadaptada. Y últimamente me han impresionado mucho los poetas rusos, que enlazan con la melancolía de la memoria, y eso me interesa mucho, claro.
—En tu poesía siempre está muy presente el pasado.
—Sí. Frente al rabioso presente del periodismo, los versos son una forma de introspección. Uno se mira a sí mismo inevitablemente. Ese aspecto me preocupaba mucho sobre todo en el primer libro, pero Aganzo me dijo: “No te preocupes: el primer libro y el último, cuando la vas a palmar, siempre son autobiográficos”. Me convenció, claro. En este poemario hay una evolución, pues en vez de reparar en la mirada personal e introspectiva del primero hablo de los otros, de la generación que comparto; de los amigos, la escuela, de Guareña, mi pueblo y los recuerdos en imágenes encadenadas de una infancia. Y eso choca en el mismo libro, y de manera intencionada, con la irrupción del mundo digital en nuestras vidas, con la era de Google y todo lo que eso implica en nosotros como sociedad, como especie.
—Juan Manuel de Prada habla de la “tiranía tecnológica” que describes en tus versos. ¿El Julián Quirós periodista podría imaginar una tiranía así en el siglo XXI, más concentrada en los smartphones que en la política?
—En realidad, el totalitarismo que pueda venir llevará las botas de la tecnología. Vamos a ver: la revolución tecnológica nos ha traído muchas cosas positivas, que todos vemos, pero yo he querido retratar en mi poemario los peligros de la digitalización. Y uno de los que más me alarma o me preocupa es aquel que no sólo te transforma, sino que niega lo que fuimos, bien modificando la memoria, bien borrándola o ninguneándola. Hay detrás de la era tecnológica un discurso dominante que nos dice insistentemente que nuestra vida pasada no era honorable, que aquello era una mala vida, una equivocación, que era inaceptable. Yo no la quiero reivindicar, desde luego, como un tiempo utópico y maravilloso, pero sí como el tiempo que nos perteneció, donde nacimos y nos formamos; un tiempo y una manera de vivir que había durado muchos siglos. Y no acepto que se me imponga el borrado moral de aquel tiempo.
—Hay un lamento en tu poemario, una especie de miedo a desaparecer o diluirse en la tecnología.
—Claro, ahí hay una parte que choca, pues los políticos han puesto de moda la “reactualización” de la memoria, y estamos en eso. Pero al mismo tiempo nos están arrancado los recuerdos: las fotos, los cuadernos, esas carpetas cargadas de vida en papel. La parte más negativa que yo veo y plasmo es la deshumanización potente que nos impone la tecnología.
—Hay un poema, “En un callejón de miserias” que es como una foto de guerra. Parece el poema de un fotoperiodista.
—Es de una foto que le hice a un niño en el año 91, en Rabat. Es una metáfora sobre el viaje de la gente que no tiene nada y tiene que huir a la esperanza de un lugar donde probablemente tampoco encuentre lo que venía a buscar: “…en los suburbios de Europa / salvado de su destino / (es un decir)”.
—Y el poema “Escapar” es también una especie de foto de otro niño… el pequeño Julián Quirós.
—Claro. Yo tuve una infancia muy rural, con el recuerdo de las ferias, los titiriteros, la gitanería y la rumba catalana, y los coches de choque. Cuento con la mirada de aquel niño asombrado con la vida de esta gente itinerante en caravanas y roulottes; con aquellas vidas humildes pero que a mí me parecían entonces fascinantes, libres. Cuando ellos se iban, desaparecían las luces, se acababa la fiesta.
—Algo te quedó de todo aquello, tal vez ese deseo expresado en el título, “escapar”, porque has sido un periodista itinerante.
—Sí, tienes razón. Quería, como todos, salir del pueblo, pero siempre he estado muy cómodo en los sitios donde he tenido que ejercer el periodismo. No sé si era algo innato en mí y por tanto lo propiciaba, pero sí, me ha gustado mucho moverme, cambiar de ciudad.
—Hay otro poema, quizás de los más construidos, pues tiene casi forma de breve novela o relato en verso, titulado “Ya éramos barro”.
—Fíjate que me sorprende que lo cites, pues es uno de mis preferidos y, de hecho, es el elegido para leer en la presentación pública del poemario. Es el que mejor explica esta charla que hemos tenido. Junto en él los dos mundos, y en los versos se produce esa extraña conexión: “Todos fuimos víctimas de la memoria inventada”. ¿Y a ti cuál te ha gustado más, si te puedo preguntar?
—Hay unos versos en la “Oración primera” que encajan sorprendentemente con mis oraciones cotidianas:
“…y hacia lo que comprendemos
pero no acertamos a explicar
más que en el amor
el arte
y en la guerra, quizás”.
—Después de esta rotunda verdad, poco más que añadir.
—Nada más que añadir. Muchas gracias.
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La poesía, querido amigo, no es claridad. Para ello ya debiera ser el periodismo. La poesía es la contundencia rotunda en la palabra derramada y la impresión mimética que trabaja el ojo del lector. Y muchas cosas más que guarda su bella oscuridad, amigo.