Con el subtítulo “Pequeño obrador de lecturas potenciales”, este ensayo ofrece 142 formas diferentes de enfrentarse a cualquier libro. Y es que, igual que existen talleres de escritura para estimular la creatividad, también deberían existir talleres para abordar el arte de leer. Y este libro es uno de ellos.
En este making of Eduardo Berti da las claves para entender los motivos que llevaron a escribir Maneras de leer (Pepitas).
***
1.
Préstele una novela a un amigo.
Propóngale que subraye seis pasajes que le gusten particularmente y cuatro pasajes que no le gusten o que le parezcan inferiores al resto del libro. Pídale que subraye esos pasajes (diez, en total) sin hacer distinción alguna: con el mismo color de tinta, sin indicar si es una marca positiva o negativa.
Lea la novela tratando de inferir cuáles son los seis pasajes que le gustaron a su amigo y cuáles los cuatro que no le gustaron.
2.
Compre una antigua edición ilustrada de alguna novela clásica. Separe o arranque los dibujos. Ilustre con ellos otra novela clásica (que, en lo posible, será de otro autor).
En 2020, incluí estos dos textos (entre muchos más) en mi libro Círculo de lectores, publicado por Páginas de Espuma. Lo incluí en una de las muchas secciones de aquel libro, un conjunto de formas muy variadas. Lo incluí, más precisamente, en una breve sección que era una una especie de “método para ser lector” y que terminó siendo el origen de mi último libro, Maneras de leer, publicado por Pepitas de Calabaza.
Los libros se leen de frente, pues hacia atrás o de costado resultan particularmente incómodos. La actitud natural consiste en mantenerse sentado, los pies firmes sin moverse, la cabeza erguida aunque no tanto porque los ojos dejarían de ver las páginas inmediatamente accesibles… etc.
Por supuesto, esto era una mezcla de broma y provocación. Impartir instrucciones para actividades que están “automatizadas por la práctica” (subir escaleras, manipular libros, dormir, caminar, rascarse la cabeza) equivale a un ejercicio de extrañamiento. Equivale a observar algo que damos por aceptado y que ya no miramos con atención. Si quise empezar así aquel libro fue porque —justamente— no creo en “instrucciones oficiales” para leer: al contrario, creo que hay muchas maneras de hacerlo. Celebro esta diversidad.
Maneras de leer es, en el fondo, un tributo a la creatividad y la diversidad de los lectores. Todo lector es singular y más o menos inventivo, lo quiera o no. No hay lector que no “complete” lo que el texto sugiere, que no termine de plasmar la cara de Madame Bovary o el paisaje de una novela. Todo lector es, de algún modo, el personaje central de ese libro que tiene entre las manos.
“El libro no existe sin su lector. Un libro sin lector es como trompo en reposo. El lector es quien le da impulso y lo hace girar. Lo fascinante es que, si todo funciona bien, el libro responde y le da a su vez impulso al lector, lo que pone en marcha un círculo”, decía yo a mediados de 2020, en una entrevista que salió publicada casi a la vez que Círculo de lectores.
Por entonces, al mismo tiempo, yo era víctima de otro trompo o remolino, me explico: Círculo de lectores estaba ya escrito, impreso, distribuido en las librerías, pero yo seguía escribiendo, incapaz de detenerme, los textos de aquella sección que terminó dando origen a Maneras de leer. Porque estas otras “maneras de leer” no paraban de girar en mi cabeza. Imposible detenerlas.
¿Qué espíritu anima a esta especie de “antimanual” compuesto de 142 formas diferentes de abordar un libro o, mejor planteado, 142 juegos, ejercicios, protocolos, experiencias o métodos vinculados directamente con los libros?
No se trata en Maneras de leer de oponerse a los hábitos más frecuentes de lectura, sino de abrir las puertas a otras opciones. De explorar, digamos, el campo de lo posible. Y de oponerse, sin duda, a la noción de que existe una lectura única, oficial o correcta, una noción que corre el riesgo de ser pobre y autoritaria, que corre el riesgo de sacralizar no sólo al autor (sustantivo que comparte su raíz con autoridad, sí) sino también al texto y a las «intenciones» del texto.
En La invención de lo cotidiano, un ensayo de los años 1980 que no ha perdido influencia ni significación, Michel de Certeau se queja de que las «lecturas oficiales», que él considera una «caja fuerte del sentido», anulan o eclipsan otras lecturas igualmente legítimas. Otras maneras de leer que muchos tildan meramente de heréticas, escandalosas, insignificantes. O, más aún, de peligrosas.
Hay una actitud indudablemente lúdica en mis Maneras de leer. Sospecho que encontré en el juego un modo de ser oblicuo. De sacudir los ritos de la lectura, de no hacer de ella algo solemne o solo para entendidos. Por cierto, en el pacto que cada lector establece con un libro hay algo comparable a ese momento en que un juego, cualquier juego (serio o peligroso, frívolo o inocente), nos presenta sus reglas y nosotros vemos de qué modo es posible manejarnos en este marco: cuán elásticas son las reglas.
Una de las preguntas centrales que plantea mi libro es si tenemos derecho a hablar de «buena» o «mala» lectura. En un espléndido ensayo (Elogio del mal lector, 2021), lamentablemente no traducido aún al castellano, Maxime Decout habla de lecturas “contrafactuales”, y enumera múltiples casos donde el concepto de «mala lectura» no debe tomarse como un error o un defecto, sino como una (muchas veces saludable) desviación de la norma.
En este sentido, los métodos de Maneras de leer son «malos». Tanto en materia de lectura «ordinaria» (cuando queremos seguir las acciones de una novela, por ejemplo, cuando queremos interpretar un texto), como también en materia de acciones o utilizaciones que se parecen más a una apropiación indebida. Me refiero a cuando propongo «otros empleos» de los libros más allá del uso esperado o «programado» no únicamente por el autor, sino por el «mundo de la cultura»: editores, docentes, academias, etcétera.
Para la amplia mayoría de los lectores (y no es una crítica, insisto) leer equivale a un acto solitario y silencioso. En Maneras de leer propongo más de un método colectivo y más de un experiencia de lectura oral. También propongo varios protocolos donde las fronteras entre lectura y escritura son difusas, permeables. ¿Qué pasa cuando el lector se vale de la lectura para crear o re-crear? Me interesa el concepto de la “recreación”, ya sea en el sentido de reescritura como en el sentido de entretenimiento. Los lectores se “recrean” leyendo, pero también “recrean” el libro… Lo completan, le terminan de dar un sentido propio.
No concebí Maneras de leer como una herramienta, como un libro «práctico»; no tuve en cuenta, en ningún caso, si los métodos eran factibles o más bien absurdos. Sin embargo, cuando el libro estaba casi terminado advertí que había un buen número de “maneras” que se podrán proponer en un taller de escritura. El año pasado, de hecho, coordiné un taller de cinco días a partir de una serie de «maneras de leer»; una experiencia maravillosa porque, en algunos casos, probé por primera vez algunas de mis propuestas.
Por ejemplo:
Ponga a dialogar a dos libros de su biblioteca. Escoja para esta experiencia dos novelas en las que abundan los diálogos.
Seleccione una réplica del libro “a”, luego léala en voz alta. Busque en el acto una frase en el libro “b” (una «línea de diálogo», como se dice) que podría ser una respuesta adecuada o más o menos lógica a la frase que usted acaba de leer. Vuelva entonces al libro “a” y así sucesivamente.
En el marco del taller que he mencionado, esta experiencia fue llevada a cabo por seis binomios. Hubo, como resultado, diálogos absurdos, humorísticos o incluso de una coherencia asombrosa.
Los invito a hacer la prueba. Los invito a abordar los libros de otras maneras, a leer de otras maneras. Al menos durante un rato.
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Autor: Eduardo Berti. Título: Maneras de leer. Editorial: Pepitas. Venta: Todos tus libros.
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