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La cotidianeidad del duelo

La cotidianeidad del duelo

Algunos libros permanecen en la memoria sin hacer ruido. No buscan epatar, ni convencer. Simplemente se quedan ahí, latentes. La vida suspendida, de Eduardo Laporte, es uno de esos libros. No es una historia de redención ni una confesión desgarrada. Es un ajuste de cuentas con la memoria, con el hueco que deja lo que no llegó a existir.

Laporte ha hecho de la escritura autobiográfica su territorio natural. En Luz de noviembre, por la tarde abordaba la muerte de sus padres cuando era apenas un veinteañero. En Tiempo ordinario retrataba la vida sin épica, con su mezcla de inercia y pequeños destellos. Laporte explora lo cotidiano sin nostalgia ni impostura. Su estilo lo emparenta con Emmanuel Carrère y Joan Didion en la forma de entrelazar la crónica y la narración, y con Jonás Trueba o François Truffaut en esa mirada voluble y desconcertada, que oscila entre el asombro y la melancolía. Incluso la biografía que dedicó a uno de sus ídolos, Franco Battiato, está impregnada por esa mirada. La vida suspendida sigue esa misma línea: escribir para entender, recordar y dar forma a algo que de otro modo se perdería.

"A veces, la memoria funciona con un mecanismo extraño. El duelo puede no aparecer cuando se espera, sino en un instante trivial"

El duelo de La vida suspendida es muy diferente al de Luz de noviembre. Más ambiguo, menos aceptado. No hay condolencias ni rituales, tampoco la solidaridad del entorno. Aparece incluso el reproche. Solo existe una ausencia que se instala y permanece. Para no descentrar, Laporte evita juegos de suspense o golpes de efecto. Tampoco hay trucos narrativos que desvíen la atención de la cotidianeidad del duelo. Desde el principio se sabe qué pasó y cuál fue la decisión, porque lo importante no es la decisión en sí, sino lo que deja atrás, la huella que permanece en lo más prosaico de los días. La historia, por lo tanto, se sostiene en la manera en que la vida sigue, en cómo los duelos no siempre permiten pausa, más bien se integran en la rutina, en el trabajo, en las conversaciones, en los silencios.

A veces, la memoria funciona con un mecanismo extraño. El duelo puede no aparecer cuando se espera, sino en un instante trivial. Laporte lo describe así: “Nos hicimos una foto en el portal, como si necesitáramos fijar ese día en la memoria. Quizá para no olvidarlo, quizá para olvidarlo mejor… Las guardamos, pero cuando hice la selección de fotos del año, quedaron fuera”. Ese tipo de gestos —hacer una foto, borrar una foto, decidir qué recordar— son el núcleo del libro. Porque la pérdida para Laporte no es una explosión, es una sedimentación.

"El libro no habla solo de su propio duelo, también menciona el de su pareja. No se trata solo de lo que él siente, sino también de lo que ella atraviesa"

La vida suspendida no es solo un libro sobre la paternidad que no fue. Es también un libro sobre el recuerdo, la imposibilidad de cerrar algunas heridas y la persistencia de lo que ya no está. ¿Cómo se llora lo que no llegó a ser? ¿Cómo se asume la decisión tomada sin caer en la justificación? Laporte no da respuestas. Solo avanza, tantea, trata de entender, de atrapar algo que se le escapa, buscando la síntesis en la contradicción. La prosa es precisa. No hay adornos ni estridencias. La emoción surge de lo no dicho, las pausas y las repeticiones. La estructura fragmentaria, aunque el lector en ningún momento pierda el hilo, refuerza esa sensación.

El libro no habla solo de su propio duelo, también menciona el de su pareja. No se trata solo de lo que él siente, sino también de lo que ella atraviesa. Es un libro, por lo tanto, profundamente empático. Hay, como no puede ser de otra forma, momentos de desconcierto, de distancia, de incomprensión. Aparecen intentos de acercarse, de compartir algo que no se puede compartir del todo. Laporte asume su torpeza, su incapacidad para aliviar el dolor ajeno. No idealiza, no dramatiza.

"A pesar del tema, La vida suspendida no es un libro oscuro. No hay catarsis, pero tampoco desesperación. Solo la constatación de que la vida sigue"

También hay sentimientos incómodos: la culpa, la envidia, el alivio. No se ocultan. Son parte del duelo. La vida de los demás sigue, las noticias llegan, las comparaciones surgen. Laporte no intenta presentarse como alguien mejor de lo que es. No pretende conmover. Solo expone. “Nosotros preferimos no tenerte. No podemos, por tanto, agradecer a nadie nada”. Así de seca puede ser la pérdida. Así de contradictoria.

A pesar del tema, La vida suspendida no es un libro oscuro. No hay catarsis, pero tampoco desesperación. Solo la constatación de que la vida sigue. Sin ruido, sin épica, sin grandes giros. Sigue porque no hay alternativa. A veces en la rutina de los días, a veces en la sensación de que, de algún modo, todo lo que hemos perdido sigue con nosotros.

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Autor: Eduardo Laporte. Título: La vida suspendida. Editorial: Sr. Scott. Venta: Todos tus libros.

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