Parece que, según se publica en algunos medios informativos, el cuerpo de Santa Teresa de Jesús, conservado en un catafalco-vitrina en el retablo de la iglesia del convento de la Anunciación de Alba de Tormes (Salamanca), va ser removido, al tiempo que algunas de sus reliquias. Lo que vayan a hacer con los restos de la santa andariega y escritora no es la esencia de estos renglones, sino lo que a la madre Teresa le hicieron los cristianos de su tiempo. Y eso sí que lo podemos contar.
La madre Teresa fue introducida en una sencilla caja de madera de pino y enterrada en tierra húmeda. Pasados nueve meses abrieron el ataúd y se comprobó que la madera de pino y el hábito con el que la vistieron se habían podrido, pero no así las enaguas que vestía cuando murió, por estar en contacto con su cuerpo. Éste apareció cubierto de moho y barro con verdín que, cuando fue lavado, dejó ver su carne hidratada y, por tanto, sus miembros permanecían flexibles, esto es, no se había iniciado el proceso de rigidez o rigor mortis.
Aquel día a la santa se le hizo una intervención propia del tiempo y las circunstancias: la mano derecha se le amputó para llevarla a Ávila, su ciudad natal. Tras esto, se la volvió a enterrar. De esta mano teresiana, que permaneció en Portugal (por razones que sí vienen al caso, pero son larguísimas) desde 1599 a 1910, conviene escribir con algún detalle, porque fue la que poseyó el general Franco durante cuarenta años, y por tanto ha sido una reliquia muy viajera, ya que la llevaba consigo a todos sus viajes, oficiales y privados.
La mano, tras la muerte del general, volvió al convento de la Merced, de Ronda (Málaga). Su historia es como sigue (no hay más remedio, aunque abreviaremos): procedía del convento carmelita de San Alberto, en Lisboa, comunidad que fue suprimida en 1910 por el gobierno luso, pasando entonces la reliquia al convento de Olivais. Huyendo las monjas de Olivais de la revolución portuguesa antimonárquica, decidieron solicitar su integración en el convento de la Merced de Ronda en 1924, aportando la reliquia.
Algunos años después, al declararse la Guerra Civil Española, la mano, enguantada y engarzada en un relicario de plata del siglo XVII y enjoyada profusamente, fue requisada por las tropas republicanas. Cuando en 1937 los ejércitos de Franco tomaron Málaga, encontraron la mano de Santa Teresa en una maleta que había dejado abandonada, en su huida del cuartel de los guardias de asalto, el coronel Villalba Rubio. Esta mano, en 1599, la cortó del cadáver de la santa el padre Jerónimo Gracián de Dios, visitador apostólico y hombre de confianza de la fundadora, quien destinaba la reliquia al monasterio de Ávila, como dijimos más arriba. El visitador aprovechó la feliz circunstancia para cortar de esa mano un dedo, ya que en aquellos tiempos poseer la reliquia de un santo daba prestigio y categoría (a veces también dinero, como le ocurrió a Francisco, el hermano de san Juan de la Cruz, que vivía en Medina del Campo, con un brazo que le trajeron de su hermano). Cuando el padre Gracián, el cortador, cayó en poder de los turcos, éstos le requisaron la reliquia del dedo, que el fraile recuperó mediante el pago de una sortija y algo de dinero.
En plena guerra civil, la mano fue trasladada desde Málaga a Valladolid para que formara parte de una exposición de obras de arte del patrimonio religioso recuperado a las tropas republicanas. Al terminar dicha exposición la mano se le llevó a Franco, que tenía instalado su cuartel general en el palacio episcopal de Salamanca, frente por frente con la catedral vieja. El General no se separaba de tan admirable reliquia (tengamos en cuenta que era la mano con la que escribía la santa) y la llevaba consigo como amuleto aliado contra el comunismo, negándose a devolverla a las religiosas carmelitas, sus últimas destinatarias. En tiempo de paz la conservó en el palacio de El Pardo, en un mueble oratorio, y a su muerte la familia la devolvió a las carmelitas del convento de la Merced de Ronda el 21 de enero de 1976, incorporando en el guante la Cruz Laureada de San Fernando que lucía Franco en su uniforme.
Volvamos a aquellos años en los que la exhibición o posesión de reliquias teresianas era constante, y por consiguiente, también su extracción. En 1585, a los tres años de morir la fundadora, se reunieron en capítulo los descalzos del Carmelo y decidieron que el cuerpo de la madre Teresa habría de ser trasladado a un nuevo enterramiento en Ávila, en el convento de San José, y no tenerlo en un lugar tan apartado como Alba de Tormes. Se aceptó la moción y se efectuó el traslado en noviembre (y en secreto), sin dar cuartos al pregonero.
Cierto día, un hombre al que me encontré bebiendo agua de la fuente de Santa Teresa que hay cerca de Alba, me dijo que en aquel viaje fue trasladada la santa en el interior de un pellejo de vino cargado sobre un carro y con los frailes vestidos de arrieros. Con motivo de este traslado, y para que las monjas de Alba se quedaran con “algo” de Teresa de Jesús —ya que les llevaban su cuerpo—, le amputaron un brazo. Pudieron comprobar que todo estaba igual: seguía hidratada, no había ninguna huella de putrefacción y la flexibilidad de los miembros era normal.
Cuando se enteró el duque de Alba de que se habían llevado de su feudo el cadáver, montó en cólera y envió un mensaje de protesta a Roma solicitando su reincorporación al lugar de su muerte. Lo consiguió. Y desde aquel momento no se produjeron más traslados, aunque sí más amputaciones. Así, el pie derecho y la mandíbula superior viajaron a Roma, donde se encuentran. Se conoce que el favor al duque de Alba hubo que pagarlo con una reliquia de la santa que, poco a poco, iba siendo respetuosamente descuartizada.
El 1 de enero de 1586 volvió a ser abierto el enterramiento. Y se pudo verificar que seguía oliendo bien, no existía putrefacción alguna y sus músculos y tendones seguían teniendo elasticidad. Su carne, a la presión de los dedos, se hundía ligeramente (como ocurre con los cuerpos vivos) pero a los pocos segundos se recuperaba y volvía a su estado natural.
En 1604 la madre Teresa, que llevaba muerta 22 años, pasó a otra tumba y se aprovechó la feliz circunstancias para seguir sacándole reliquias. El brazo izquierdo y el corazón se encuentran en sus correspondientes relicarios de plata en el museo de la iglesia de la Anunciación de Alba de Tormes, esto es, en la iglesia del convento donde falleció.
Aprovechando que a la santa le quedaban intactos los cinco dedos de la mano izquierda, amputada pero intocada hasta entonces, éstos fueron cortados (desconozco las circunstancia, si todos de una vez o poco a poco, según se iban presentando las necesidades), llegando uno de ellos a la iglesia de Nuestra Señora de Loreto, en París, otro a Sanlúcar de Barrameda y otros viajaron en su momento con diferentes destinos.
Se cuenta que el hecho de que esté su corazón fuera del cuerpo se debe a la pasión desmedida que sintió una monja lega del convento, quien, en uno de aquellos días en que la caja mortuoria estaba más tiempo abierta que cerrada, tomó un cuchillo de la cocina y, ni corta ni perezosa, le extrajo el corazón al cadáver, no sin cierta habilidad, llevándoselo envuelto en un paño a su celda. La monja fue castigada muy duramente porque le descubrieron el hurto, ya que la delató la sangre fresca que había caído por el camino y el buen olor que se percibía en su celda, donde había escondido su tesoro. Esto no están obligados nuestros lectores a creerlo, pero si lo creen, tampoco les pasará nada, porque esta truculencia lleva muchos años circulando en cuentos, leyendas y crónicas.
En 1616, y para corroborar la incorruptibilidad, volvió a abrirse el féretro y al cuerpo de la santa se le sacó una costilla, se le amputó el pie derecho y se le extrajeron algunos pedazos de carne, sin duda para atender muy provechosos compromisos. Habrán observado que he mencionado dos veces el pie derecho de la santa, no porque la Madre Teresa tuviera dos pies derechos, sino porque había olvidado decir que éste es el que se fue a Roma para pagar el favor al duque de Alba, don Antonio Álvarez de Toledo, junto con la mandíbula de la santa.
La exhumación hecha en 1750, a los 168 años de su muerte, dio los mismos resultados de asombro para la cristiandad (bien abastecida de reliquias teresianas). Aquel año el cuerpo estuvo expuesto durante dos días a la contemplación y rezos de los fieles que pasaban en procesión constante.
Por aquellas fechas fue depositada la santa andariega en un mausoleo, en el que ha permanecido hasta estos días, situado en el altar mayor de la iglesia de la Anunciación de Alba de Tormes. Científicos y técnicos españoles e italianos tendrán el privilegio de saber cómo se encuentra lo que queda del cuerpo de mi patrona, la santa andariega de tan buen carácter, pues a todos ha complacido y a nadie ha mandado a freír espárragos.
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