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Nouvelle Vague

«El cine, heredero de la alquimia, lo último de una ciencia erótica»
Jim Morrison

Que José Ramón Da Cruz naciese en Tánger no es casual, a pesar de apenas recordar los años que vivió allí. A pesar de haberla retratado como nadie en su Mapa emocional de Tánger. A pesar de haberse trasladado, aún niño, a un Madrid feo y gris que sabría iluminar, en los años 80 del pasado siglo, con su obra audiovisual. A pesar de ser considerado pionero del cine de vanguardia en nuestro país.

Que el arte perdure no es casual, a pesar del compás de tres por cuatro que marcan los mercados ignorando la anomalía geográfica de Tánger, donde Mediterráneo y Atlántico sortean fronteras como el mercurio lo sólido. Porque el mercurio es el único elemento metálico que, sometido a la presión atmosférica y temperatura propias de un laboratorio, se manifiesta en estado líquido. Mercurio, también, fue el dios romano protector de los poetas.

En Tangernación, con William S. Burroughs como excusa, o en Púbol, revisitando a Dalí, Da Cruz reivindicó el cine como arte. El suyo ha seguido creciendo en su laboratorio de termostato preciso y atmósfera poética, fluyendo bello y monstruoso como cualquier virus.

Que Burroughs dijese «la palabra es un virus» no es casual. La obra de Da Cruz confirma que también lo es el audiovisual cuando inocula todas las esquirlas de ese metal que, una vez líquido en nuestro latido, llamamos vida. Con «Nouvelle vague» vuelve a sorprendernos su mercurial mirada adiestrada en lo lírico, diseccionando a lo Buñuel nuestras pupilas para escarbarle toda la poesía al poema. 

Asómate y mira, pero no dejes de escuchar y ten bien dispuestos el resto de tus sentidos.

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