Al menos en esta ocasión hay que desmentir al refranero. No todo lo que empieza mal termina mal. Imposible encontrar un comienzo tan malo y erróneo como el de Una historia del Kronen, cuyo autor, José Ángel Mañas, afirma tan pancho en la página 21: “El Nadal, como bien sabéis, se falla el día 6 de enero. De ahí su nombre”. Pues no sabemos tal cosa. Sabemos, al contrario, que el nombre del premio no tiene nada que ver con la Navidad. Incluso seguro que basta con una consulta a la wiki para conocer la razón del nombre. Y bien tendría que conocerlo quien cimentó su juvenil y súbita fama como escritor al quedar finalista, con solo veintidós años, de ese veterano galardón con sus Historias del Kronen. Por suerte, no he visto otra metedura de pata semejante y el libro merece la pena.
El empeño de Mañas no constituye una extrañeza en nuestro panorama literario reciente. En pocas fechas atrás hemos visto obras de Marta Sanz, Ignacio Martínez de Pisón, Manuel Vilas o Miguel Ángel Hernández que en buena medida coinciden con la “autobiografía” de Mañas. Al igual que él, refieren su trayectoria como escritores, sus angustias de noveles en busca de la fama y el reconocimiento, y describen la dura cucaña de la sociedad literaria. Ni menos cruda que la de Mañas es la actitud autoflagelante de Hernández en sus diarios ni su obra menos interesante, aunque haya tenido mínima repercusión. El éxito, los bolos y el poder son acordes de Sanz y de Vilas con los que compite Mañas. Con todo ello, estamos teniendo a mano un panorama extenso y valioso de la cara oculta de la escritura y de los escritores.
Fue Mañas literariamente, según su propia descripción, un veinteañero provocador. Su novela supuso escapar del mainstream de la narrativa española. Se salió de la tendencia mayoritaria en 1994 y rompió con las preferencias predominantes por un doble motivo. Por una parte, por fijarse en un asunto desatendido entonces por los escritores y reflejar fotográficamente la vida de unos adolescentes desorientados y furiosos a comienzo de los años noventa de la pasada centuria. Por otra, por incorporación magnetofónica de un lenguaje directo y coloquial hasta el extremo.
No fue, sin embargo, una aventura individual, aunque respondiera en su caso a un impulso privado, sino un fenómeno colectivo en el que participaron escritores, por otro lado bien diferentes entre sí, como Ray Loriga o Roger Wolfe. No se trató solo de un hecho literario sino de un movimiento que abarca una actitud vital, un escepticismo ante la política, una cercanía al alcohol y la droga y una inmersión absoluta en las corrientes roqueras de la música. Todo ello configura un retrato generacional con notas no menos definitorias que las que han marcado a otras promociones bien establecidas en la historia literaria (la del 27, la del medio siglo o la de los novísimos, por recordar las más asendereadas). De modo que, si hacemos caso de estas convencionales clasificaciones, bien puede darse por buena la ya conocida como “generación kronen”. Mañas proporciona munición suficiente para que se asiente en los manuales y funcione como tópico periodístico.
Al lado de este aspecto valioso para quienes hacen historia literaria pone Mañas las venturas y desventuras de un autor víctima de “un ego hipertrofiado por el éxito”. Varias veces tocó el cielo y otras tantas, o más, se hundió en las más oscuras tinieblas. El dinero fácil y abundante supuso una trampa para el creador. Un carácter arisco fue una dificultad que no supo controlar. Esta parte de la biografía no es generacional, sino muy privada. Tiene un fuerte contenido narrativo y densidad psicológica y de sentimiento. Viene a ser no la novela de un novelista, que sería lo circunstancial, sino la novela de un ser humano que no sabe bien cómo gestionar su vida o se equivoca al hacerlo. Lo cuenta con distanciamiento, y lo que dice suena auténtico, pero también podría haberlo narrado a la manera de uno de esos relatos de autoficción tan de moda en nuestros días.
Notable interés posee la trama central del libro, la relativa al mundo editorial. Mañas proporciona numerosas noticias acerca de la envoltura comercial que rodea a la creación literaria, de agentes literarios —lo fue suya la carismática Carmen Balcells— y editores para quienes el autor solo supone un elemento fungible de una actividad industrial regida por las leyes de la plusvalía y del mercado. Nada ignorado aporta, en general, pero sí da detalles concretos valiosos de las editoriales Destino, Espasa (cuyo director, el fallecido Juan González, consideraba que su fichaje era “un despilfarro” y que no le “tenía ninguna consideración ni en lo literario ni en lo personal”), Planeta o Random House. La lección global no debieran perderla de vista los escritores que andan en luna de miel con algún editor. Los dejarán caer en cuanto no sean rentables o sirvan a planes que diseñan gentes ajenas a la cultura.
Por cada una de las vertientes señaladas tiene su valor la autobiografía de Miguel Ángel Mañas. Pero quiero llamar la atención sobre el flanco intimista, donde abandona la figura reconocida por él mismo de enfant terrible. Las mejores páginas de sus recuerdos son aquellas en que trata de dos graves vicisitudes de su mujer, el angustioso parto del primer hijo y un fulminante cáncer. En estos momentos desvela un sentimiento profundo que expresa con auténtica densidad literaria.
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Autor: José Ángel Mañas. Título: Una historia del Kronen: Autobiografía generacional. Editorial: Aguilar. Venta: Todos tus libros.
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