La escasa resonancia que tuvo el centenario del Premio Nobel de Literatura a Jacinto Benavente en 2022 es indicativa del olvido que, aquilatado sobre una imagen tópica y desfigurada y cada vez más ausente de los teatros, pesa sobre el escritor español que conquistó en su época el más alto éxito artístico y social, tanto en España como en otros países europeos y en los Estados Unidos e Hispanoamérica. La obtención del hoy desprestigiado galardón sueco representa sólo la cima de reconocimiento a una personalidad independiente que desde el comienzo de su prolífica trayectoria —más de ciento setenta títulos teatrales, alrededor de doscientas obras de su autoría, más de doce mil páginas en once volúmenes de Obras competas— batalló por ofrecer en España un repertorio renovador similar al que se podía contemplar en los mejores escenarios de Europa. Sus obras fueron estrenadas en los teatros más importantes y por las mejores compañías; contó con el apoyo de los empresarios teatrales y el respaldo de la política y el periodismo. Y sobre todo, obtuvo el favor de la sociedad y el público burgueses, cuyos aplausos le concedieron una popularidad masiva que lo ratificó como su autor predilecto, sacándolo a hombros de los teatros en las grandes tardes de estreno.
El reconocimiento de Los intereses creados, por parte de la Real Academia Española, como la mejor obra estrenada en los escenarios españoles entre 1903-1907 y la inmediata elección de su autor como académico de número desencadenaron una vorágine conmemorativa multitudinaria y unánime que se tradujo en lo que se llamó “la apoteosis de Benavente”. Las iniciativas (banquetes en diversas instituciones, estatua en el Retiro, celebración oficial en los jardines de Aranjuez, edición de sus obras por suscripción pública, fundación de un Teatro Benavente para montar de manera permanente su repertorio, homenaje nacional con funciones celebradas el mismo día en todos los teatros españoles…) se sucedían sin cesar desde todas las regiones del país para celebrar, como rezaría el colofón de una de ellas, al “nuevo Fénix de los Ingenios españoles y Príncipe de las Letras castellanas”, que pidió en cambio que todo esfuerzo celebratorio se orientara al bienestar de los niños pobres. Así se hizo, pero no se libró de la apoteosis.
A pesar de la gran repercusión social que tuvieron estos hechos, difundidos y debatidos en la prensa de toda España, apenas se conocía lo ocurrido, que trasciende con mucho lo circunstancial ni es tampoco un mero capítulo biográfico del Premio Nobel. Por ello, y para reconstruir su desarrollo sin ocultar la voz de la historia, el libro se basa de manera sustantiva en fuentes primarias, inéditas además en su gran mayoría. Así, he reconstruido, analizado e interpretado los hechos a través de una narración histórica ceñida a la información recabada de setenta y siete publicaciones periódicas —locales, nacionales e internacionales— de la época y de la documentación de varios archivos (encabezados por el de la Real Academia Española y el personal de Benavente en el Archivo Histórico Nacional), cuyos testimonios más sobresalientes e inéditos —cartas, fotografías, un magnífico y desconocidísimo códice en pergamino de Los intereses creados— se reproducen por vez primera al lector, que podrá ver y casi oír, como diría el cervantino alférez Campuzano, lo que se representó y se dijo a lo largo de un proceso que se contempla también según los problemas históricos y culturales que lo atraviesan: la promoción de la cultura de una nación débilmente construida a lo largo del siglo XIX, cuando no directamente fallida, con las consecuentes tensiones en un país de centralismo oficial pero de localismo real (en certera expresión de Juan Pablo Fusi); la consagración institucional de una nueva literatura moderna; las formas de la sociabilidad burguesa o el triunfo de la imagen pública del intelectual en la sociedad de masas.
En los albores de la crisis de la Restauración, se vivió, pues, desde la cultura, una apoteosis nacional. Fue, sin duda, uno de los grandes momentos de trascendencia social de la literatura en la llamada Edad de Plata de la cultura española; significó, en lo que se refiere a su protagonista, la cristalización de Benavente en gloria y celebridad nacional para la opinión pública, la vivencia social de las artes y la cultura nacional española (algo de lo que entonces sólo podía presumir Benito Pérez Galdós, veintitrés años mayor).
Al título del libro corresponde la clave interpretativa de esa historia. La insistencia en su celebración nacional acabó reivindicando al dramaturgo al lado de Cervantes y Calderón, de Lope de Vega y Tirso de Molina, esto es, al lado de los maestros antiguos que conformaban los pilares del teatro clásico español. Equiparado también con su admiradísimo Shakespeare y con Molière, Benavente galvanizó la cultura española y la renovación que el teatro europeo experimentó al comienzo del siglo XX. Era, y así se lo homenajeó, una nueva plenitud española, idea de Ortega (Meditaciones del Quijote) y Julián Marías (Cervantes, clave española; España inteligible) que retomo para vertebrar la narración histórica de lo que constituyó, ciertamente, una apoteosis nacional en la España de 1912.
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Autor: Antonio Martín Barrachina. Título: Jacinto Benavente, plenitud española: Historia de una apoteosis nacional en la España de 1912. Editorial: Guillermo Escolar. Venta: Todostuslibros.
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