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Currismo o barbarie

Decíamos ayer que somos una sociedad deleznable que paga por sexo; me asomo a la ventana y me cuentan las vecinas que además ponemos la cama —catorce, de Muface, han contado en pleno centro de Madrid: ni que fuera un soneto de Sabina— y agacho la cabeza, avergonzado, para evitar la rabia que crece viendo el río controlado por el narco hasta La Algaba —imposible sería sin el concurso del Estado—. Luego mi cabezón se alza —la sangre del Maderas, o la del Monte Horquera— y, a falta de napalm, busco un libro, algo de cavendish negro y la póker que nos hizo Les Wood en 2011. La prendo y encuentro, dedicado, Fruto previo (Pre-Textos, 2021), releo tu bautismo, Juan, y pienso que en vez de Salida de emergencia le tendríamos que poner Entrada de emergencia a esto que escribo. La intención era darle aire a voces nunca oídas, sorprendentes por insólitas, escandalosas o vituperables, fuera del canon propuesto: todo lo que les traigo, de una u otra forma cumple, pero natura entiende de resultados, no de intenciones, y más que una salida, esto se está convirtiendo en un refugio contra la barbarie, y lo que leo y les reseño y les recomiendo, en la última batalla incruenta ante la inexorable batalla de verdad que se nos viene. Recuerdo la penúltima conversación con la gran Karina Sainz Borgo, que decía que lo bueno de la decadencia de Europa es que llevamos un cuarto de milenio decayendo y seguimos en lo más alto —Occidente significa caer al suelo, perecer, ponerse—; entonces abrazo puerilmente la esperanza y persevero en esto y en lo otro con la idea de que a mi edad sólo puedo batallar en la superestructura, en el Überbau. Y tengo la suerte de contar con algunos aliados.

Vamos al lío.

Curro y yo somos como esas cerezas que se enredan cuando tiras de ellas para sacarlas del plato. El plato lo puso Juan Vicente Piqueras en mayo del 23, en la antigua República, y aquí seguimos, enredados, enredando.

Calícrates de la cultura en Córdoba, donde lo ha sido todo para dejar de serlo permaneciendo, apotropaico, alejándose en la cercanía. Un misterio. Un misterio transitorio entre el peso de la sangre y sus identidades proyectadas en la cal de una pared de esta ciudad suicida. Se comporta como la sombra de Curro que se hubiera escapado de la de Juan Antonio Bernier —no sabemos cuál— para poder montar a Bucéfalo sin cabalgar hacia el sol, permaneciendo. Al final Alejandro es la sombra de su caballo, y vaya si conquista.

"Su poética, plenamente reconocible siempre, itinera desde la plástica hasta las ideas, de la imagen al pensamiento"

Juan Antonio Bernier, Córdoba (1976) —busquen su obra, esfuércense— es un poeta pervertido que parte del fracaso, que es el mejor origen de cualquier viaje que valga la alegría, y viaja —como Jamiroquai— sin moverse, hierático él. Cuando se acopla a mi lado a cuatro manos, me siento en un Ferrari a currar que es guapear: un privilegio, oigan. Su poética, plenamente reconocible siempre, itinera desde la plástica hasta las ideas, de la imagen al pensamiento, dando como resultado —más allá de formas y referencias netamente occidentales y cristianas— un pensar aparentemente oriental en el que las fronteras entre la lógica y la mítica están difusas, y que yo califico como plenamente mediterráneo preconciliar, pero de Nicea. Como su perfil: más griego no se puede. Ni más civilizado. Una poética de nuevo a contracorriente; un poeta salmón —como la prensa económica— que nos dice:

“EL ANUNCIO DE LA NUEVA ECONOMÍA

En las distintas formas

de vida que orientaban

sus yemas hacia el sol,

podía vislumbrarse la belleza

de un mundo sin nosotros.

 

Las formas nos miraban desatentas,

sin apasionamiento,

centradas en su curso

de aves o de nubes.

 

Era el tiempo y la hora,

floración inminente.

 

Todo

nos remitía

 

al deseo de antes.”

"Curro es un poeta que predica poco y da mucho trigo, que es la mejor forma de tener predicamento"

Curro es un poeta que predica poco y da mucho trigo, que es la mejor forma de tener predicamento. Curro, profeta en tu tierra, augur de bondades, auriga de bigas, trigas o cuadrigas tiradas por yeguas que mantienes en feroz carrera hasta caer exhaustas. “De lo que hemos logrado, ¿qué no hemos extraído de la dificultad?”. Siempre nosotros con los ciento volando, sabiendo que el odio es fruto previo a su flor. Vivimos este tiempo en que las palabras son dichas como piedras arrojadas, cabalgando entre un 98 que no era suficiente y un 27 que ya nos queda lejos, viendo cómo las bandas se comen todo el juego. Mejor frivolizar y ser malentendidos que, sobrios y aburridos, ser más malentendidos. Comparto tu atención por los fenómenos que anotas sin saber explicarlos y persigo, contigo de la mano, los campos de sembradura, tratando de poner la naturaleza a cubierto en esta tierra, que sabes diminuta, idealistas prácticos tratando, esta vez, de no malgastar nuestro turno de palabra. En medio de los bárbaros destrozo tu poema para civilizarme jugando con su entraña —los hombres no lloran hasta que no tienen las tripas en la mano, decía el padre de mi padre— y yo, llorando o casi, las alzo y grito al mundo:

¡Currismo o barbarie!

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