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El toro y el torero

El toro y el torero

De pronto, una película coloca en el centro del redondel la verdad cruel de la fiesta de los toros, entiéndase lo de fiesta en un sentido antropológico profundo y no acorde con la primera acepción de la RAE de fiesta como acto organizado para que se diviertan los asistentes. Pocas cosas más alejadas de la guasa intrascendente que una corrida de toros, un ritual sangriento que casa mal con los acordes ligeros de esta temporada woke. El cineasta Albert Serra ha retratado en su película Tardes de soledad al toro y al torero desde el momento anterior a la ceremonia hasta la hora postrera, cuando el animal es arrastrado, todavía con un resto de vida, por las mulillas y el diestro regresa al hotel con su cuadrilla, que alaba sus cojones y su arte. El torero es el peruano Andrés Roca Rey, un vendaval de heroísmo y locura, en la estela suicida de José Tomás.

"Tardes de soledad no es una película taurina ni lo contrario, pero con toda seguridad no volverá aficionado a la fiesta a ningún antitaurino, en tanto puede hacer tambalear la fe del creyente"

La película no responde al canon del documental de toros, donde prima el esteticismo y los olés del público. En estas tardes de soledad, la cámara es un estilete que pone una bocanada de sangre y dramática verdad delante de los ojos del espectador, forzosamente incómodo ante una obra que no es realista, sino que va más allá y se acerca al naturalismo, si bien no es un naturalismo crudo, sino cocinado a través de una estética depurada y esencial. En el objetivo de Serra están ausentes los espectadores, siendo todo el protagonismo para el enfrentamiento colosal entre el héroe, vestido de bailarina, y la fuerza bruta y deslumbrante de la fiera. Se trata de un baile agarrado, con música de miedo, que a ratos es de terror: una pareja febrilmente condenada a vivir una escena inverosímil, donde el astado deja chorros de sangre en el traje del toreador, sangre prestada de la que mana del propio animal, cuando no provocada por sus cuernos en esa danza sublime. Cuando se dibuja una verónica o un pase de pecho en la solitaria tarde del ruedo es como si un pintor hiciera un dibujo prodigioso mientras está amenazado de muerte. Me preguntaba un amigo muy cinéfilo, pero completamente alejado de la tauromaquia, si los gestos, las arrimadas y los desplantes que se ven en la película son los propios de la ceremonia o quizás están teatralizados, como si delante de un toro, en un juego a vida o muerte, cupieran majezas.

Tardes de soledad no es una película taurina ni lo contrario, pero con toda seguridad no volverá aficionado a la fiesta a ningún antitaurino, en tanto puede hacer tambalear la fe del creyente, aunque sea por un momento. Dicho esto, los toreros encarnan valores en desuso en nuestra sociedad. Solo hay que ver la actitud con que un toreador afronta el riesgo, su sentido del deber y el sacrificio, comprobar cómo reacciona tras una cogida grave y compararlo con lo que es moneda corriente en un campo de fútbol, donde el jugador se tira al suelo para simular una falta y en caso de lesión, aunque no sea grave, sus gestos tienen poco que ver con la gallardía y el empaque con que un diestro afronta una cornada. Esta sociedad se mueve mejor en ese juego de trampas, grandes o pequeñas, metaforizadas por el fútbol que en el compromiso del héroe taurino. Eso sin olvidar que a mucha gente le disgusta todo aquello que tenga connotaciones rituales, y es evidente que el toreo es una liturgia en la que los matadores son los oficiantes. Me parece que es esa raíz la que va contra los vientos de época.

"No soy un incondicional de la fiesta, y películas como Tardes de soledad me llenan de dudas"

No soy un incondicional de la fiesta, y películas como Tardes de soledad me llenan de dudas. Por lo demás, me disgusta el submundo que rodea la tauromaquia y reconozco que muchas corridas son aburridas, sin misterio al que agarrarse; ahora bien, en tardes de gracia e inspiración, el dibujo de un torero delante de los cuernos de un toro alcanza cimas poéticas, como las que Lorca rimó en el estruendo de las cinco de la tarde. La naturaleza del mito, música callada, crece en los andamiajes del asombro, allá, muy lejos, donde hay un sitio para los héroes que dibujan leones blancos en las arenas del tiempo.

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Neus
Neus
6 ddís hace

Yo he visto el documental y sigo siendo aficionada a la Tauromaquia.

Fernando Gastelbondo
4 ddís hace

Que interesante punto de vista y bien es escrito!

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