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Un divertido juguete literario

Un divertido juguete literario

Destaca Javier Cercas en su ameno y enjundioso prólogo de El caso de las cabezas cortadas la intrínseca singularidad y la absoluta originalidad de Gonzalo Suárez. Con jerga universitaria de moda hace un tiempo, diríamos que Gonzalo Suárez siempre fue un autor extraterritorial en cualquiera de los géneros que ha cultivado. Ha venido siendo, pues sigue activo ya nonagenario, un precursor en todos sus dispersos trabajos, según la exacta descripción de Cercas: “En los años sesenta, Suárez escribía una narrativa que nadie escribía. Suárez rompió con el realismo cuando el realismo reinaba: hizo literatura fantástica cuando casi nadie la hacía, hizo metaliteratura cuando nadie sabía lo que era la metaliteratura, hizo narrativa pop cuando el pop solo era un estilo pictórico”. Pionero fue también, añade Cercas, en el cine, “con el que hizo a finales de los sesenta lo que otros tardarían décadas en hacer”.

Hay que subrayar este carácter de explorador contracorriente tanto como artista a su aire para acercarse al nuevo libro de Suárez, el cual resulta peculiar incluso en su gestación. Resulta que mientras hacía en París trabajos manuales en 1958, aquel joven de 24 años trazó una serie de dibujos, olvidados en una carpeta que no volvió a abrir hasta hace poco. Ahora, más de medio siglo después, los ha rescatado, los ha dispuesto en un determinado orden, los ha acompañado de sendos textos muy breves y con ello le ha salido una novela ilustrada, o un cómic o un tebeo para adultos, por aplicarle otros posibles marbetes no rigurosos pero tampoco inexactos. Textos y viñetas se enfrentan en el libro, de muy esmerada edición. En las páginas pares se emplazan los escritos de hogaño; en las impares los dibujos de antaño.

"El humor, ya señalado, es sin duda la piedra de toque de toda la pieza. Humor irreverente y guasón"

La presunta novela, o lo que sea, contiene un relato policial. Empieza con una inhabitual situación que avanza el tono un tanto delirante del resto: madame López, portera de un inmueble, ve una cabeza rodando escaleras abajo, y de inmediato reconoce en ella al vecino del cuarto “por su expresión desdeñosa y su enhiesta pelambrera”. Ya tenemos el misterio en marcha, pues no es normal que rueden por las escaleras cabezas separadas del tronco. Al poco entra en función el otro elemento básico de toda historia criminal, el policía, encarnado en el inspector Lucien Gabin. No se tarda en encontrar el cuerpo del delito, y con ello se refuerza el objetivismo humorístico del narrador: “El interfecto estaba muerto, no cabía duda”.

La investigación prosigue, nuevos crímenes se añaden. Y así, dilatando la trama policial, avanza la novela hasta un desenlace delirante que no puedo detallar. Con estos elementos tenemos motivos de sobra para pensar que, a instancias de los viejos dibujos, Gonzalo Suárez se ha permitido desarrollar una parodia de las narraciones criminales, quizás más de las cinematográficas que de las literarias. A la vez se percibe también un homenaje basado en un celebratorio gusto por narrar.

El humor, ya señalado, es sin duda la piedra de toque de toda la pieza. Humor irreverente y guasón. Anida, por una parte, en los propios dibujos, esquemáticos, simples, naífs, caricaturales. No veo yo en ellos la filiación “vagamente” picassiana que señala Cercas. Más bien comparto su entronque con el tebeo español del momento que acaba de señalar Manuel Hidalgo en su justamente admirativo comentario “Gonzalo Suárez dibuja sus asesinatos” (El Cultural, 21 de marzo de 2025).

"El humor se explaya en toda la trama narrativa. Afecta a las situaciones, concebidas sin límite imaginativo y atentatorias a la verosimilitud"

El humor se explaya en toda la trama narrativa. Afecta a las situaciones, concebidas sin límite imaginativo y atentatorias a la verosimilitud. Así, rompe la importancia del investigador, el inspector Lucien Gabin, al hacer que éste delegue sus funciones en un detective privado. Por puro capricho lleva a un personaje secundario al parisino “Café de Flore, 172 Boulevard Saint-Germain” a ligar “con Simone de Beauvoir en mesas separadas”. Y acomete otras rupturas más del canon noir que no pormenorizo para preservarle hallazgos y sorpresas al lector.

El humor afecta de manera principal al lenguaje en diversas dimensiones. Suárez juega con él a gusto en la onomástica de los personajes. Se llaman Peripecio Cucú, Manolito Smith o Margarita Pi. La vertiente verbal humorística es fuerte. Suárez se recrea en paradojas. Los vecinos, escribe con toda seriedad, “eran gente honrada que solo mataba con el pensamiento”. Incide retruécanos y juegos de palabras varios. Y cae sin miramientos en el chiste dudoso: “Confesó haberse bañado desnuda en el mar Negro, o con un negro en el mar”.

La estética del absurdo que practica Gonzalo Suárez la baña en un tono festivo. Resulta así El caso de las cabezas cortadas un divertido juguete literario no poco ramoniano. La ocurrente obrita corrobora la condición de creador versátil de su autor, sin que quede pedirle más trascendencia que el entretenimiento que proporciona. Como se dice coloquialmente, es un libro disfrutón.

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Autor: Gonzalo Suárez. Título: El caso de las cabezas cortadas. Editorial: Nórdica. VentaTodostuslibros.

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