“El lenguaje silencioso genera fuego, el silencio se propaga, el lenguaje es fuego”.
(Pizarnik)
“La vida que se sabe finita no cuenta amaneceres, se abraza a las noches y los tulipanes. Los tulipanes se hacen fines, y las vidas flores. Las vidas no saben de números, y arraigan en las tierras negras que generarán historias”.
(Tuprima)
Sometimes I feel like everybody’s got a problem, sometimes I feel like, nobody wants to solve them. I know that people say we are never gonna make it….
Y así empiezo tantas veces. Con un poema, una canción de mi adolescencia. Como esta de Simple Plan. De cuando no contaba los días porque no era una idea que cruzara mi mente. Cuando había más gente viva amada, cuando las ficciones eran más fuertes y, sobre todo, cómo me arrepiento, cuando sabía menos.
Pero no puedo. Por amor. Pero aunque no sé cómo le ardió el corazón a Miguel Hernández, lo empiezo a entender. Siempre acabo simpatizando ideológicamente con quienes más desprecio en otros aspectos. De raza le viene al tonto. Se nota en el pelaje.
Por eso, precaución, constricción cristiana, hace tiempo que no publico en Zenda. Por mi mujer. Me pregunto cuántas veces el contener mi naturaleza contestatar… de tulipán violeta se podrá sostener en lo que necesitan los que me aman y a quienes amo.
“¿Y de qué sirve hacerse eco de eso que tantos ya zumban como abejas lerdas de reina decapitada?”, me dice una voz interior. Pero es que yo no hablo de eso. Yo escribo de un mundo perdido que ya antes parecía inaccesible. Un mundo de claroscuros, de pasos huérfanos, de polvo lento y alegrías secretas. Ese mundo está muerto. Y ya ni la poesía me devuelve a él. O tal vez sea yo el que no quiera volver a él. Por no perderme, por no engancharme con el hueso hasta dejar en él la vida misma. Porque solo ahí, en el polvo, en la vagancia del creador, existo.
Hará un año que se declaró desierto un certamen de poesía con mil y algo participantes. El jurado, entre el que se encontraba gente que sabe de poesía lo que yo de ahorrar, destacó el bajo nivel y la preocupación por la pérdida de calidad literaria en la poesía en español. No cito esto porque en el juzgado hubiera un tal Gamoneda, sino porque me hace pensar en la muerte del reino de las hadas, de los caminos que recorren los latidos que apenas empujan una vena, de esas cosas que pueden, como diría Pizarnik, convertir el lenguaje en fuego.
Porque nos hemos terminado de convertir en productos. Empacados al vacío, órganos hidrolizados o convertidos en códigos QR, mentes algoritmizadas, que no algorítmicas —hay más de uno que en lo que a esto se refiere debería estar criando malvas—. Históricamente siempre lo hemos sido, productos, leches. Es por esto que me gustaba mi profesora de historia, porque repetía lo que mi abuelo decía y lo que se citaba a menudo en las varias revistas de historia y libros. Es solo que hemos llegado a un nivel de parodia, de patetismo, que me da náuseas. Gentes, os quejáis en redes sociales de las compañías y las relaciones truculentas de los cuatro palurdos que las regentan. Os indigna lo que os muestra un recuadro de cristal que pertenece a esa misma gente. Se ríen en vuestra puta cara. Y mientras tanto, el pueblo cobarde ni siquiera se molesta en leer un periódico, en mirar a la señora con las piernas arqueadas y envuelta en más ropa de la cuenta porque no tiene donde esconderla que les pide dinero, en las señales de que nos hemos ido a la mierda. Otra vez. Ahora más Meta que nunca.
Y juro por dios, que tiene que estar ahora por espichar, o por renacer, o por me da igual, que al primer tonto que me suelte que no se puede confiar en los periódicos le doy con toa la mano abierta y me quedo más a gusto que el diosesito después de salir de la cripta. ¡Pues claro que no se puede confiar en los periódicos, tontosmierda! ¡No debéis confiar ni en la mirada que os niega el buenos días por las mañanas al otro lado del espejo! Pero cojones, empezad por recordar cómo formar una opinión. Sed agricultores de vuestro cerebro, no ratas en ruedas, bolsas de mierda —no, no es un error, no quise decir de sangre—. Y haced algo. Cread, escribid, leed, quemad contenedores si os llena —y mira que hay que ser tonto pa quemar contenedores; este es mi público—.
Que vuelva la poesía, la magia de estar vivo y de no necesitar contar los días, identificarse ocho veces antes de dar el dinero al banco que te meterá cinco anuncios de por medio porque sí, porque ellos pueden, porque ellos ya están muertos por dentro, nunca serán flor.
El arte, la creación, lo salvan todo. Pero si esta sociedad continúa conviviendo en una comunidad global perniciosa de consumo, sufrimiento incondicional, de ignorancia, ignominia premiada, de pereza, avaricia, de creerse putos ricos de mierda cuando todos los que estamos leyendo estas líneas somos clase obrera, hostias… espero que el famosillo reloj del día final vaya afinado, porque nos quedan dos telediarios. Pero no, no se preocupen, tampoco los verán. No sea que los presentadores y Pablo Motos les laven el cerebro.
TikTok, la fruta roja de la mayor estafa piramidal de la historia —al menos a Mao le hicieron una receta en su nombre—, el pollo azul y las empresas del mónguer expulsado de Harvard son el nuevo catequismo. Hay que joderse…
Y que tenga que decir esto un puto anárquico, manda huevos. Debería servir de señal, pero no servirá ni de sainete.
Solo lamento que el viejo del bastón no esté vivo para decirles estas mismas líneas con mucha más clase. Porque, lectores, ni a mí sus opiniones o acciones me importan tanto —estamos perdidos, en lo que al lenguaje, al fuego, a la tierra negra y a Gamoneda se refiere—, ni me deseo tan influyente como mi viejo de los bastones y las miradas embrujadas.
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