El 23 de enero de 2021, el narrador, ensayista, crítico cultural y profesor universitario Jorge Carrión escribía en su dinámica cuenta de Twitter (ahora X): “Es un honor para el Máster en Creación Literaria de la UPF contar este año con tres alumnas como Carolina Brown, Constanza Ternicer y Paulina Flores. Cada vez son más los escritores que se suman a nuestro proyecto Iberoamericano”. Carrión se refería a tres narradoras chilenas contemporáneas (nacidas a mediados de los ochenta) que formaron parte de la cohorte que cursó el reputado máster en un momento álgido de la pandemia y cuando apenas se empezaba a vacunar a la población española.
Javiera llega a Barcelona con un visado de diez meses, luego del cual debía regresar a Chile. Para poder quedarse en la ciudad al terminar el máster paga €200 por una matrícula falsificada de un segundo máster en Coaching. Desde el inicio de su permanencia en la ciudad la protagonista padece la dificultad de conseguir una habitación, se convierte en una nómada inmobiliaria. Javiera, sin nómina ni contrato de trabajo, se ve obligada a compartir pisos: “Trabajos de escritora ya no me salen, y con los talleres de escritura no alcanza”.
Esta novela va del sueño de procurarse la continuidad de su carrera como escritora. Sin embargo, los obstáculos inmobiliarios o distracciones que le ocasiona experimentar con relaciones abiertas en los pisos donde se establece, siempre en torno a un tal Manuel, un chico peruano guapo y mujeriego, determinan más la narrativa.
Al tener relaciones sexuales con Manuel se deslumbra. Se prenda tanto de él que luego se arrastra y, desesperada, busca su olor en la casa, en las sábanas. Él es un poco indiferente con ella y no la considera su pareja principal. De allí nace el primer trío entre Manuel, Armonía y Javiera en el piso que alquila Tortuga en El Raval, localidad que para la narradora cuenta con una fascinante aura ruinosa. Una de las veces que se acuesta con Manuel, este la toma por el cuello haciendo presión para asfixiarla y le dice una frase enigmática, si se quiere contraria a su carácter: “La próxima vez que te vea, te mato”.
Tortuga los echa al enterarse de que Manuel y ella “culean” (término empleado a menudo). Una vez mudados a Poble Sec se establece una nueva situación poliamorosa con Manuel, luego del entierro de Armonía; hecho del que ella se entera al regresar frustrada de un evento literario en México en donde se sintió ignorada. Manuel está triste y se produce una de las mejores secuencias en una caminata entre tumbas, en la que conversa con Laura —que es atlética y fuerte— y Javiera, a la que se suma otra escena memorable que alterna lo que sucede en un capítulo de Seinfeld mientras Laura, Manuel y Javiera están en la cama experimentando. Ella tiene instinto de matar o culear. Busca un cuchillo en la cocina y se lo coloca disimulado en la entrepierna, acción que conecta con el epígrafe de Louise Glück: “Me convertí en una criminal al enamorarme. Antes de eso era camarera”.
Más allá de los dramas referidos, el mayor impedimento para la paz interna de Javi —como también la llaman— y para la escritura es su propia mente. Javiera reconoce que las ideas que le vienen retuercen y desfiguran la realidad. Ella es celópata, sufre de fagofobia, no vacila en tomar drogas, y está muchas veces al borde de un ataque de pánico y de la disociación. Sufre episodios de ensimismamiento e incomprensión absoluta de su entorno: “En la sala de espera de mis tribulaciones mentales —hecha de paredes falsas, mitad pintadas de blanco, mitad de un lima deprimente—”.
En la vorágine de sus propios tormentos la novela tiene frecuentes asociaciones cómico-delirantes, tales como decir que contratar a un sicario equivale a lo que se gastaría Rosalía en un videoclip; afirmar que los rayos destruyen, pero no son ilegales; o que el anuncio de un préstamo del BBVA se parece al pololeo (noviazgo). El frecuente “pololeo”, así como “xuxal”, “cuicos”, “chichi” o “cachai”, son chilenismos que se insertan con naturalidad en la vigorosa la propuesta estética.
Paulina Flores despliega en el entramado narrativo numerosas frases de profundos significados y reflexión con apariencia de ligereza y cargadas de humor. He allí el mayor talento al lograr esta hondura en medio de las atribuladas acciones de su segunda novela publicada en España. La prosa es ocurrente y carga un entusiasta dinamismo, espejo de las aventuras en una Barcelona que no deja de sorprenderla. Algunos referentes se siembran a lo largo del texto, hilos conectores que dan forma al andamiaje de la novela, tales como las referencias a la pandemia, a la folclorista Violeta Parra, el uso del inhalador para el asma de Manuel, su obsesión con los nombres de los bares, reales o imaginarios, o a Barcelona como personaje, siempre presente.
“Barcelona es decadente. Europa es decadente”, afirma. Barcelona, la de la penuria para conseguir una habitación o piso en alquiler; la misma de las palomas decapitadas por gaviotas asesinas; la de los hurtos: “¿Elegir? Si Barcelona no me ama. Ni siquiera me quiere aquí. ‘Carcelonia’ deberían decirle”. La ciudad bipolar que al tiempo tiene su otra cara: la ciudad-kermés con tantas fiestas locales —Gràcia o Sants—. Barcelona es como Disney: la ciudad más bella en la que ella ha estado y, además, con tantos feriados. La ciudad donde fue filmado el vídeo de los Vengaboys “We like to party”.
La segunda parte de la novela va tornándose en un policial al despertarse en la protagonista un instinto asesino. Se produce la metamorfosis a femme fatale. Decide no quedarse en los puros pensamientos, trasladar la agresión a la realidad verbal y luego a los hechos. Trabaja en sus falencias criminales. Lee el manual Hacer el mal y afina sus habilidades sádicas. Y así, empieza con lo sencillo: causarle pequeños infortunios a Laura e intentar matar a Jaime, el conejo de su amiga. Más entrenada en sus propósitos, se dispone a asesinar a Manuel. Alquila un revólver y a tal fin se lo dejan dentro del casillero de un gimnasio. Barcelona es tan singular que se puede rentar un revólver por treinta días, como el préstamo de un libro en una biblioteca. Al final, se pone de acuerdo con Laura para suicidarse juntas en el mar (al personaje le cuesta llevar semejante decisión a su fin).
Rodrigo Fresán dijo una vez en una conferencia sobre Barcelona que era una ciudad ideal para los escritores, porque cuenta con mar y montaña. Cuando los fracasos de la escritura se vuelven insoportables y surgen instintos autodestructivos, uno se puede asomar a la ventana o el balcón y ver mar o montaña. Los paisajes son un aliviadero mental, como para sacarle presión a una llanta a punto de estallar. Tal vez si Javiera hubiera tenido una habitación con vista sus laberintos mentales se habrían apaciguado un tanto, pero no tendríamos a la mano esta obra impetuosa y seductora.
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Autor: Paulina Flores. Título: La próxima vez que te vea, te mato. Editorial: Anagrama. Venta: Todos tus libros.
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