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5 poemas de La guarida inútil, de Álvaro Salvador

5 poemas de La guarida inútil, de Álvaro Salvador

Fruto de más de medio siglo de dedicación a la poesía, este volumen reúne la obra en verso de Álvaro Salvador, uno de los autores más sólidos y coherentes de su generación. Editada e introducida por Gracia Morales, que recorre en su texto preliminar el itinerario y las claves de su poética, la recopilación incluye una selección de sus primeros libros y los ocho publicados entre Las cortezas del fruto (1980) y Un cielo sin salida (2020), a los que se añade el hasta ahora inédito Aguaparra, un poemario donde se conjugan magistralmente la más afilada actualidad con el ejercicio pausado de la memoria.

Zenda comparte cinco poemas de La guarida inútil: Poesía reunida (1970-2023), de Álvaro Salvador (Fundación José Manuel Lara).

***

Y si frente al adiós o entre las cuatro

paredes de mi cuarto

no tuviese

las fuerzas suficientes para colgarme el nudo

cotidiano

la corbata quizás, símbolo más o menos

preservativa rueda de molino.

 

Y si, como te digo,

me faltasen las fuerzas para endosarme

un traje

y verte en el reflejo una vez más

con cierta indiferencia

o en la sala de baño

donde todo se lava.

 

Y si cada mañana

el miedo se cruzara entre las sábanas

azules de mi lecho

como disfraz pereza traslucida

de recuerdo

y de escarnio, tal vez,

o de fracaso.

 

Y si en las doce

quizás del mediodía, noche tal vez o noche

simplemente

no hubiese más cerveza ni rostros familiares

apretones

de manos que salven nuestras vidas.

 

Y si mis labios

faltasen a la cita plenos de libertad

como

un descuido tuyo, sin más,

Amor

como un despojo en cada primavera.

 

Y si frente al adiós o entre las cuatro

paredes de mi cuarto

una mañana

desnuda y poseída, al fin,

mi alma

Amor, marcase los caminos:

la esquina de la vida,

Amor

una mañana…

frente a las cuatro paredes

o al adiós, etcétera.

(De Y…, 1971)

***

La gaya ciencia

Si de las olas tenues que alejaron tu nido
cortaras un ramal, un ala líquida, sobrante,
y embrujado en palabras abarcaras
la cerrazón del día,
recuerda tu soledad, tu personal prisión, tu miedo,
y mira
con qué suerte de inútiles y mágicas palabras,
supuestamente mágicas, en realidad trucadas,
confías en levantar una belleza,
una falsa belleza que a nada te conduce
a nada de lo que amas y, en realidad, te importa,
con qué torpe mentira: premeditado engaño
has llegado hasta aquí
construyendo un poema.

(De Las Cortezas del Fruto, 1980)

***

El padre

Él tendría por entonces mi misma edad de ahora
y recuerdo su mano apretando la mía
al cruzar, los domingos, la calle hasta la iglesia.
Después, mi mano olía durante varias horas
a jabón de lavanda y rubio americano.

Solíamos deambular las mañanas soleadas
por céntricos jardines o estrechas callejuelas
y él parecía no tener un rumbo prefijado,
desconocer adrede el destino final de aquellos pasos
que me brindaba a mí, su hijo más pequeño,
con la alegría sin norte de un muchacho.

Al final, el camino siempre nos conducía
a un gran café del centro, hermoso y concurrido.
Y allí me transformaba, feliz explorador de un territorio íntimo,
en héroe sideral o enmascarado rey de los pigmeos
mientras él repasaba lentamente el periódico
o hablaba apasionado con algunos amigos
de temas misteriosos que yo nunca acababa de entrever
más allá de sus risas
y la expresión profundamente viva de unos rostros
tiernos y cariñosos al dirigirse a mí.

Más tarde, al retirarnos,
siempre con la sorpresa de un truco inesperado
aparecía en su mano un crujiente paquete
lleno de dulces frescos para tomar en casa.

Otras veces, recuerdo, en tardes de verano
solíamos caminar a la luz del crepúsculo
y su mirada de hombre, madura, ensombrecida
por unos pensamientos que yo no comprendía
pero que adivinaba próximos,
cercanos a una suerte de tristeza muy honda,
me acercaba a mí mismo
a la intuición de una edad mayor,
poderosa y extraña como sus palabras.

Se marchó una mañana dorada de Diciembre
-como aquellas mañanas azules de mi infancia-
hace ya veinte años.
Y, sin embargo, aun en los días más serenos
puedo escuchar su voz con un escalofrío,
oír como resuena, amable, enronquecida,
en mi propia garganta.

A veces veo sus ojos
en mis ojos sin brillo.
Y la mano de mi hijo,
anidada en mi mano,
me hace sentir de nuevo
el amor de su mano.

(De Ahora, todavía, 2001)

***

EL DIOS DE LOS PECES

Si existe algún dios,
si hubo alguna vez un dios en tu corazón,
el dios que ahora te acoge y te consuela,
habrá de ser el dios de los pantanos,
el dios de los peces.

Te recuerdo estos días junto a la orilla
con el pañuelo al cuello y las gafas oscuras,
fijas en mí, pendientes de la caña
que quiero sostener con mis dos manos.

–¡Lanza el sedal con fuerza! ¡Lánzalo!
Lánzalo como si en ese esfuerzo
apostaras tu vida.

Y la apostábamos. Entonces
yo era casi un niño y tú
un hombre fuerte,
un hermano fuerte y poderoso
que intentaba enseñarme a pescar,
a robar tesoros en las profundidades del lago:
tesoros como animales perlados,
inquietantes y elásticos, imposibles
rayos de luz.

Aprender a pescar era tan grave
como saber vivir. Y yo intuía
en tu entusiasmo esa enseñanza:
el rito de iniciación que nos brindaban
las mañanas de domingo en el pantano.

Me recuerdo, yo mismo,
con saquito de lana y con pañuelo al cuello,
la cabeza muy alta, sosteniendo el sedal,
y un modo de mirar al horizonte
que fingía ser maduro.

Hermano
si existe algún dios,
si hubo alguna vez un dios en tu corazón,
el dios que ahora te acoge y te consuela,
habrá de ser el dios de los pantanos,
el dios de tus pantanos y mis peces.

(De La canción del outsider, 2009)

*** 

LAS CASAS DE UNA VIDA

Mi vida en doce casas,
docena de costumbres,
mi vida en doce cielos
cargados de esperanzas.

Mi vida en doce calles
apóstoles del tiempo,
mi vida en doce mundos
recoletos, modestos.

Mi vida en doce barrios
con su vida y sus gentes,
mi vida en doce llaves
para encerrar el miedo.

Mi vida entre balcones
para mirar la vida,
mi vida en las ventanas
discretas de la noche.

Mi vida, habitaciones
para ocultar el tiempo,
doce salones nuevos
en el centro del sueño.

Mi vida y sus alcobas
me persiguen despierto,
donde fuimos felices
se diluyen los miedos.

(De Aguaparra, 2024)

—————————————

Autor: Álvaro Salvador. Título: La guarida invisible: Poesía reunida (1970-2023). Editorial: Fundación José Manuel Lara. Venta: Todos tus libros.

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