Sonrisas para una crisis
El filósofo Gabriel Albiac cuenta que, en el año 1973, refería tener un solo adorno en la pared: La portada de Charlie Hebdo con el titular “Les français ont voté comme des cons” (Los franceses han votado como gilipollas). Este testimonio, que resulta una cápsula sentimental de los condenados al futuro en los años 70, vale perfectamente para cualquier joven millennial que atesore algún número de la anarquista, heterodoxa y extrañamente rentable Mongolia.
Fundada en el año 2012 por Gonzalo Boye, Darío Adanti, Edu Bravo, Fernando Rapa, Pere Rusiñol y Edu Galán, supo controlar el espíritu subversivo del 15 de marzo y crear una revista satírica exclusivamente política. Lo fascinante de este éxito es que ha llegado a mantenerse gracias a la fidelidad de los lectores. Estos han sido más creyentes a la parodia del sistema en estos textos y viñetas que a los partidos surgidos fuera de la llamada “casta”.
Este recopilatorio de portadas, con el divertido prólogo mencionando a Diógenes como referente (no tan distinto al editorial medio de Hebdo, por cierto), es un viaje en el tiempo a todos estos años de renovación en el panorama político. La revista, así, ha hecho sátira de la Monarquía, los partidos, la corrupción o las patrias (con la valiente portada de España y Cataluña con una mierda cada una, ¡algo que habría aplaudido el Luis Buñuel apátrida de sus memorias!).
Hay en estas cover algunos clásicos en la memoria colectiva como “El Rey te puede violar” o “Gallardón aborto”, inspirados en los carteles impacto que Adanti solía recordar en Argentina. Por otra parte, avanzados los números los diseñadores de Mongolia han hecho maravillas con los retoques fotográficos, integrando a Pablo Iglesias en Playboy o a Albert Rivera como un José Antonio Primo de Rivera posmoderno.
Pero lo divertido del libro, lo que permite recomendar su adquisición, son los mensajes descacharrantes de indignación de todos los parodiados. Todos ellos se adjuntan a cada portada y suman cualquiera de los tópicos imaginables: “La Codorniz era la buena”, “no tenéis vergüenza” o incluso de izquierdas, defendiendo a ese culto, quiero decir partido, que es Podemos. Estas quejas son una radiografía desopilante de un país con poco sentido del humor cuando se mira el ombligo: no tan diferente al que inmortalizaba Blanco White en el siglo XIX con sus Biblias (libro de cabecera de Manuel Azaña, por cierto).
Y es que la virtud de esa publicación, ya destinada a la sátira sin cuartel desde la marcha de Bravo, es no tener padrinos de ningún tipo y no reservarse enemigos. Todo, desde el nihilismo más absurdo (el que gustaría a anarquistas de derechas como Julio Camba y mamporreras rojas como Maruja Torres —que colabora con ellos—), construye un discurso versátil y que ha logrado un público universal. El mérito es notable, además, en un país donde existe el humor ideológico, de trinchera, que convierte productos como El Intermedio o las secciones cómicas de la fenecida Intereconomía en éxitos claramente poco merecidos.
Ahora bien, quizá lo más inadvertido de este recopilatorio es ser la memoria jocosa de una generación que pasó rápidamente de la ilusión al más de lo mismo. En ese sentido, la labor de los mongolios no es baladí: bálsamo en papel para unas ilusiones que quisieron asaltar el cielo y se quedaron en como mucho tomar un estanco. ¿Y qué mejor medicina que la risa?
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Título: Las 101 peores portadas de Mongolia. Editorial: Mong. Venta: Amazon y Fnac
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