Hay gente que dice que nunca relee libros. Que habiendo tanto libro por leer, volver al mismo libro es una pérdida de tiempo.
“Breves sunt dies hominis”
No puedo estar más en desacuerdo. Es como si me auto infligiera un castigo. Nunca volverás a visitar NYC o nunca volverás a Menorca de vacaciones. Nunca saborearás de nuevo un helado de vainilla o nunca volverás a escuchar tu canción favorita. Hay tanta música por escuchar… No repetirás cena en tu restaurante favorito, no volverás a ver las películas que te marcaron de pequeño. Hay tanto cine por descubrir…Pues esto es lo mismo. Debemos volver a los libros que nos gustan. Por el motivo que sea. Nos calman, nos enseñan cosas. Sacamos algún aprendizaje o simplemente nos entretienen, nos desconectan de la realidad y nos bajan las revoluciones.
“Tempora tempore tempera”
En esta ocasión, en el pecado llevo la penitencia porque ha sido esta una relectura de revelaciones. Este fue el último libro que leí en 2016. Un libro que desde entonces no soy capaz de colocar en la estantería de los libros terminados. Un libro que no me ha dejado indiferente y que vuelve a mi mente de manera periódica. Tengo una mezcla de sensaciones. Hay cosas que se afianzan en mi cabeza y cosas que descubro como nuevas. Pero sigo pensando que no he terminado de leerlo. Frases, párrafos tan elocuentes que son como una bofetada en la cara.
“En el cielo hay millones y millones de estrellas(…) pero realmente a la vista, entre polución, astros débiles, contaminación lumínica y la propia atmósfera, apenas se ven unas pocas decenas. Y además esta noche hay nubes. Eso significa varias cosas. Una es que los poetas son poetas y no tienen ni puta idea de cómo es la realidad, esa es la primera cosa.Y la segunda es que el mundo, se mire como se mire, es una porquería de mundo: pequeño, mezquino y engañoso; así es el mundo y así es el cielo; y si uno no se puede fiar del cielo que es más o menos igual en todas partes, no se puede fiar de nada. Por eso, tengámoslo claro, no hay forma de tener un avión si no puedes pagar el hangar. Y ese es, precisamente, el tipo de cosas que ningún poeta de mierda encuentra tiempo para contar.”
No es lo primero que escribo de este libro y creo que no va a ser lo último. Su autor me dijo una vez que “uno escribe sin tener en cuenta a otros, pero para otros. Siempre.” Aquella frase sigue resonando en mi cabeza. Cambió de alguna manera la intención de mis textos y mi manera de leer. Me ha hecho desarrollar cierta capacidad de ver cosas que antes no veía. Y por eso te maldigo, Rodrigo Cortés.
Sí importa el modo en que un hombre se hunde. Ese es el título del libro. Es un poco largo pero sabemos a lo que vamos. Hay un hombre, y se hunde. Yo iba preparado, de alguna manera, para que alguien se hundiese. Hay muchos libros que hablan de gente que se hunde pero no como lo hace este hombre. Porque por norma general, los peores golpes duran solo un momento. Una mala decisión, tus resultados del último análisis. Un volantazo en un día de lluvia. Un rápido vistazo al móvil mientras cruzas la calle. Te cambia la vida, pero el golpe es instantáneo. Ahora lo ves, ahora no lo ves. Ahora estás, mañana no. Pero con Martín Circo Martín, el destino se puso creativo y el autor tiró de repertorio. Rodrigo Cortés ha sido capaz de describir cómo una persona se transforma. No solo cómo se transforma sino también cómo intenta resistirse al cambio. Cómo poco a poco se abre la brecha en el muro y empieza a entrar el agua. A nuestro querido Martín le tocó el mayor premio de la historia de la televisión. Tres millones de euros. Bien, ¿no? Pues no. Porque todo, absolutamente todo el premio fue entregado en especias. Casas, coches, avión, barco, ropa y cada maldito enser que puedas imaginar. El gran lote. Aplausos, flashes y confeti. Bueno pero al final son tres millones, ¿no? Pues no. Porque no le dieron ni un euro en metálico. Sí, pero tenía tres millones. Algo se podrá vender. Pues eso pensaron Martín y su novia, así que fueron al banco y pidieron un crédito. Para ir empezando. Para los gastos.
Sí importa el modo en que un hombre se hunde tiene partes terroríficas. ¿Quién está libre de lo que le pasa a su protagonista? Y es que todos podemos ser Martín. Todos podemos ser el amigo idiota o la novia interesada o el cuñado insoportable. El jefe amargado. Todos podemos ser cualquiera de esas personas. Y eso es aterrador. Rodrigo Cortés radiografía la sociedad actual y estereotipa a cualquiera a su alrededor. No es que sus personajes sean “Junguianos” sino que ha sido capaz de generar figuras en las que encajamos todos de alguna manera. El autor transforma la sátira en afilada crítica llevando una sutil ironía hasta la misma frontera con la locura. Una locura a la que llegas por unos razonamientos terroríficamente lógicos. Razonamientos que salen de unos diálogos brillantes en los que su pretendida corpulencia complementa a la perfección la enorme capacidad para la metáfora de Rodrigo Cortés.
—Eres un borde —dice arropándose con cuidado para no tocar con las sábanas la crema de la cara.
—La próxima vez que ese gordo subnormal venga a mi casa a regodearse, lo golpearé y punto.” ¿Sabéis que me han hecho fijo?”
—Martín, ahora eres millonario. Te tiene que dar igual.
—Es el tono. “Puedo conseguir entradas…”
—Eso lo dijo mi hermana.
—Porque está adiestrada. Conozco a esos tipos, alimentan a la gente a base de azucarillos y consiguen que reaccionen por reflejos condicionados.
—Martín, si es que eres rico y vas en autobús. ¿Cuándo van a darnos lo que hemos ganado?
Suspiro y preparo el terreno:
—Los coches nos los entregan mañana, pero ya han empezado los gastos. He tenido que asegurarlos. Solo dos. A todo riesgo. Impuesto de matriculación y tres plazas de garaje. En esta zona. Por no hablar del avión: 2.500€ al año de hangar y 1.500€ de mantenimiento. El seguro, 12.000€ y 60€ la hora por volar aunque yo por eso no me preocuparía ya que la licencia de piloto cuesta más de 40.000€. Ya hemos gastado más de 10.000€ en cosas que ni siquiera tenemos y que aún no hemos visto. Porque no hemos visto nada. Nada. Sin contar lo del cuarenta y ocho por ciento.
Espero su pregunta…
—¿Qué cuarenta y ocho por ciento?
Voy.
—En realidad es un cuarenta y siete coma seis. Por lo que Hacienda se refiere, tenemos tres millones de euros que no teníamos, les importa una mierda si de verdad los tenemos o nos los hemos gastado en pistachos, así que hay que declararlo el año que viene. Y eso significa que nos van a pedir un cuarenta y siete coma seis por ciento de todo lo que, en teoría, hemos ganado.
Laura no acierta a descifrar la situación:
—¿Y eso qué significa?
—Está claro lo que significa: (…) debemos ingresarles un cuarenta y ocho por ciento de tres millones, casi la mitad, nada menos que un millón cuatrocientos cuarenta mil euros. Un millón y medio que no tenemos, que nunca hemos tenido y que hay que conseguir con mi sueldo de profesor interino y un crédito de 600.000€ a las espaldas.
—¿Millón y medio de euros?, ¿me estás hablando en serio? ¿y qué vas a hacer?
—¿Qué vas a hacer? ¡Qué vamos a hacer!
—Das clases de economía. Sabrás de esto.
—¡Doy…! —me contengo— Doy clases de historia de la economía. Y no, no tengo ni puta idea de esto.
—Pero algo tienes que hacer, cielo. Tienes que buscar ayuda, asesorarte. Un asesor, Martín. Un abogado. Será lo mejor.
Aprieto con fuerza los ojos tensando los maxilares hasta que los oigo crujir. Me siento muy solo. No encuentro fuerzas para discutir.
—Será lo mejor, sí.
—Un millón y medio de euros, por el amor de Dios. ¿De dónde vamos a sacar un millón y medio de euros?
—Somos ricos, nena. Somos ricos —digo zafándome de las sábanas en dirección al servicio.
—El repiqueteante sonido de la orina golpeando la porcelana cierra la conversación.
La dedicación de Rodrigo Cortés a la escritura es tan seria y real como a la del cine. En este punto el autor saca ventaja porque de su faceta de cineasta extrae una desmesurada capacidad para la creación de personajes. Edmundo. Un economista disidente que acompaña a Martín en un despertar que resuelve ser una especie de revelación mariana. Un conferenciante loco que puede ver la realidad del mundo financiero con tanta claridad y simpleza que notas cómo hay algo que encaja en tu cabeza. Edmundo es capaz de verbalizar de manera brillante cómo los bancos manejan al ciudadano a su antojo desde que el mundo es como es. El mundo es necio. Necio e ignorante. Y la gente es gilipollas. Ya os dije que el libro no me había dejado indiferente.
La novia, el cuñado y el amigo. Buenos personajes. Como decíamos, figuras voluntariamente arquetipadas que representan un apoyo inestable para el protagonista. Dan buena réplica a Martín y vehiculizan un tránsito del protagonista por los diferentes estados de su propia realidad. Pero la madre. Sí, la madre. ¿Sólo lo veo yo? La madre de Edmundo representa nuestra maldita sociedad. Una sociedad que se mueve al ritmo que marcan los medios de comunicación. La televisión. Rodrigo Cortés metaforiza el comportamiento social masivo con una anciana que se duerme si le apagas la televisión. Una alegoría del cuarto poder utilizando un simple mando a distancia. Es brillante, joder. Brillante y revelador.
“Sí importa el modo en que un hombre se hunde” es un libro indispensable. Un libro que nos hace un poco más libres y nos despierta un poco más. Nos aleja un metro de la estupidez cada vez que lo leemos y nos predispone a algo que hace falta cada vez más hoy en día: pensar. Cuestionarnos todo. Preguntarnos los porqués.
Respecto al autor, Rodrigo Cortés, hay poco que decir. Talento. Inteligencia. Ambos llevados al extremo. Sarcasmo luminoso y brillantez en los planteamientos con una enormérrima carga literaria. Cortés es un renacentista que ha tenido los arrestos para crear un artefacto narrativo que cuenta lo que no tiene cabida en una película. Un creador. Eso es Rodrigo Cortés. Un creador de historias en cualquiera de sus formas de expresión. Sí importa el modo en que un hombre se hunde es su primera novela. Con su segunda película reventó la taquilla y en la tercera dirigió a Robert de Niro. No quiero ni pensar qué va a pasar con las siguientes novelas. Espero haber notado para entonces todas las aristas de “Sí importa el modo en que un hombre se hunde”.
No puedo acabar este artículo sin citar una frase o “brevería” que aparece en Dormir es de patos y que creo que es de las más clarividentes de cuantas han salido del cerebro. Le viene bien a la novela y nos viene bien a todos. Simplemente, ahí la dejo:
“Nada como la serenidad para llevarse una hostia”.
Hasta la próxima y un abrazo, Rodrigo Cortés.
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