La suma que nos resta (Premio de Poesía Joven RNE, Pre-textos, 2017) es un viaje al epicentro de la literatura, un descenso en el que los números se suceden de manera decreciente, empezando por una cifra concreta y desprendiéndose de ella las restantes, generando en el lector la sensación de recorrido, de búsqueda, de bajada.
La poesía es una suma que nos resta. Una suma en el lector que resta en el autor, como si este se entregara por partes en una obra, partes que se representan en el objeto verbal del poema. El poeta se deshace —se resta— para incorporar su discurso poético a los ojos de los lectores —cuya cosecha, poética, les suma—.
Esta idea, acaso de forma más sutil, se manifiesta en el argumento que recorre la estructura externa, las cuatro partes del libro: las dos primeras tratan una poesía descriptiva, vestida de todos sus atributos —metáfora, imagen, ritmo, eufonía—; en la tercera, sin embargo, torna en una literatura entre el pensamiento y la filosofía —empezamos a adentrarnos en la metapoesía que nos espera—; la última, el final, desvela el contenido esencial de la obra: una reflexión sobre el proceso de creación poética. Proceso que estaba implícito en las anteriores partes —primera fase de figuración; segunda fase de aproximación al interior del poema, pensamiento, filosofía; tercera fase, la meditación total—, aunque en esta última es el momento en que todo se descubre.
Algunos poemas del libro
XXXII
Despejando las dudas
Volvíamos del parque, y cruzando
soportales y direcciones conocidas
me dijiste:
“Hijo, los niños vienen de París”.
Casi veinte años han pasado
de esta respuesta
y ya se han desplomado,
como un castillo de arena,
de su conclusión, hasta las sombras
de los abecedarios.
Pero es una decepción que no nos importa:
hoy es el turno de otra duda,
de averiguar otra inquietud,
mucho más grave y decisiva,
necesaria, acaso verdadera.
Y antes de preguntar confirmo mis sospechas
en estos silencios tuyos de domingo y de rutina.
Con ellos es suficiente.
Con ellos alcanzo.
Con ellos respondes.
Ahora sé de dónde vienen los dioses.
XXXI
Confesiones
Se hizo templo y acogida,
algo de otro mundo.
La habitación del hotel mudó
de propósito al desnudarte.
El blusón cayó rendido en el suelo,
adorando.
Y he decir que no fue
el único que se rindió aquella noche.
XXIX
La chica del quiosco de prensa
Todas las mañanas, en el cruce de la esquina,
semáforos y vaguedades,
la veo venir con el periódico en la mano.
Me esquiva la cordialidad y el saludo.
Aun así, nos vemos llegar,
nos llegamos,
desde lejos,
como si ya nos supiéramos.
Pero somos dos desconocidos.
Dos desconocidos que se miran, claro.
Y cómo. De qué manera.
Nunca dio tanto vértigo un horizonte.
XXVIII
Entre dos tiempos
Blancas pecas del árbol, y en las calles
un hogar de primicias, nuevo y virgen.
Todo es origen, música y descensos
al umbral de la infancia y de sus años.
Hay luz de incertidumbres y de incógnitas
y un calor desprendido de mil cuerpos
que alumbran obviedad y anonimato.
Entre ellos yo paseo. Solitario
en este mes de abril. Y en el silencio:
el nombre en que descanso y me consumo.
Porque blancas las pecas en el árbol
y también novedad aquellas calles,
pero ya descubrimos confidencias
en no sé qué lugar y en qué momento:
esta muerte que ves es más que un juego.
XIX
La comba
Las tatas, las piernas cruzadas,
confidencias y bromas.
Las niñas, canciones y palmas,
saltando a la comba.
Gira que gira la cuerda,
la ligas, te toca.
Broncos árboles del parque
proponen sombra.
Zapatos de caucho,
tiburones de goma.
Pantalón de gimnasia,
refrescos de cola.
Tiza de color en el suelo,
patinetes, pelotas.
Las muñecas en círculos
dan vueltas, se enroscan…
… y marcan y pausan
las horas de estas horas.
Las niñas presumen
sus buenas notas.
Salta que salta,
letrillas a la pata coja.
Las rodillas raspadas,
las manos pringosas.
La comba es una manivela
que al mundo provoca
este girar, tan insólito,
de las pequeñas cosas.
XII
Jazmines
Estos jazmines sobre la azotea
y la pachanga dándonos la tarde
al recoger los platos de la mesa.
Dos a dos. Queda en tablas el partido
y mi padre murmura y se molesta
de una mala postura en el tresillo.
Un domingo de exámenes, ya junio
crece calores, año 2005.
Un número lejano y diminuto.
Estos jazmines, blanco y transparencia
que retratan, sin letras e impolutos,
casi todo lo escrito en tus poemas.
X
En el stand de dulces y de frutas
la mujer y los niños desayunan.
En esta mujer todas las mujeres.
En todas las mujeres estos niños.
En la mujer, el niño; de los hombres
es la patria primera, según Rilke.
La mujer imagina con los ojos
infinitos del niño su otra vida,
aunque en esta estación no se permita
sustraer un instante de belleza.
Al tren le quedan unos seis minutos.
Recoge las bandejas que se escapa,
como otras tantas cosas se escaparon.
Cosas que ya son juegos de los niños;
cosas que ya perdieron su importancia.
Cosas como un billete por Europa
en que fuiste caminos y aventuras.
Recoge las bandejas que se escapa.
Pide la cuenta. Son cinco con veinte.
Bastante más en eso que te debes.
III
La llama cuya luz
apaga su rutina;
pobre ya, moribunda,
derrotada y vencida.
La llama en que prendieron
tantas cosas: mañanas,
promesas, niños, dudas,
verdades, besos, charlas.
Esa llama ya es humo,
humo solo esparcido,
como un tren que se marcha
y emprende su camino.
Cuántas cosas que fueron
fuegos e incandescencias,
ímpetu y corazones,
calores y fierezas.
Cuántas cosas que hoy son
cenizas y frialdades,
despedidas y adioses,
nostalgias y saudades.
Encendieron la llama
cuya herida te nombra
y por dentro te quema.
Y en silencio interroga.
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Título: La suma que nos resta. Autor: Gonzalo Grajera. Editorial: Pre-textos. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro
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