¿Puede un libro cambiar el estado de ánimo, ayudar a conocer la propia realidad, saber que uno no está solo ¿Puede, tal vez, dar claves para ser mejor persona y ser menos ignorante?
La respuesta es sí. Por supuesto que sí. Lo sabe muy bien Jordi Nadal, y así nos lo transmite en su libro Libroterapia, editado por Plataforma, que ya va por su segunda edición.
«Los bibliotecarios y libreros son tan necesarios como los médicos.»
Leer más para vivir mejor. Esa es la idea. Porque si se da con los libros adecuados una puerta se abre, y dicen que, a veces, uno no vuelve a ser el mismo. Lo que nos depara el futuro ya sucedió en el pasado, y todo ello está en los libros. Sin ellos estamos perdidos. A través de ellos podemos dar con las preguntas adecuadas, e incluso acercarnos a las respuestas. Cada cual puede encontrar sus propios libros guía, aquellos sobre los que pivota nuestra existencia, porque nos hicieron crear lazos o llegar a determinadas personas. Ir esculpiéndonos a base de decepciones y triunfos. El fiel compañero de viaje cuya mayor magia reside en la vida que adquiere con cada nueva mirada.
«Casi 40 años de búsqueda se recogen aquí, en un pequeño libro, resultado de una vida macerada, trabajada y articulada día a día como lector, editor, y finalmente, como persona, que es lo que más cuenta.»
Jordi Nadal nos habla en esta obra de libros de los autores literarios más importantes de su vida, los que le han forjado como persona: Mitch Albom, Albert Camus, Elias Canetti, Ralph Waldo Emerson, Víctor Frankl, André Gide, Natalia Ginzburg, François de la Rochefoucauld, C.S. Lewis, Octavio Paz, Josep Pla, Antoine de Saint-Exupéry, Miguel Torga y Marguerite Yourcenar. Todos ellos ejemplos de lucidez, entrega y humanidad. A cada uno de ellos Nadal dedica una breve reseña de la obra escogida y nos habla del autor y del momento histórico en que vivió. Nos da las claves de la obra, magistralmente resumidas, así como un apartado para reflexionar (mi favorito) sobre cada lectura, o qué conclusiones extraer y aplicar en nuestro día a día.
«El extintor con las ideas y sentimientos esenciales para defendernos debe irse llenando con la desnudez, solemne, silenciosa, intima y humilde del tiempo y del pensar.»
No sabía muy bien cómo reseñar un libro que en sí es una reseña de catorce grandes clásicos, pero me ha sucedido una cosa que quizá sea la mejor manera de explicar lo que trato de contar aquí hoy. Mientras leía tomaba notas, porque Nadal usa muy bien las palabras para dar la clave de esas obras. Sé que con este libro puente leeré las sugerencias que hace, y releeré algunas que ya había descubierto para ver nuevos matices. El autor sabe transmitir pasión, y se nota la sensibilidad de alguien que no solo aprecia la literatura sino que la entiende. Conecta y hace conectar. Vive dentro de la literatura, y no solo de ella.
«Si pueden, háganse un regalo: vayan de nuevo a su librería habitual y busquen una nueva dosis de felicidad.»
Libroterapia es su primera declaración de amor a los libros. Es una guía personal de aquellos libros que fueron clave para él, libros que invitan a una lectura pausada, tranquila. Nadal afirma que leer es como beber agua potable, es cuidar de la salud, y además de dar más longitud a la vida, más profundidad, más sentido e intensidad. Es compartir, un acto de generosidad, al fin, y también de libertad, al formular una elección. Me ha gustado esta breve pero enorme obra, porque para mí leer es una conquista personal. Lo ha sido siempre y lo seguirá siendo. Las lecturas de otros pueden ayudarme en el sentido de conducirme hacia ellas, pero luego quiero, exijo, mi propia mirada. Nadal ha elegido de su larga lista a estos catorce indiscutibles genios de la pluma. Pero cada cual tiene los suyos. Al hallarlo abrimos una puerta a un nuevo mundo, para siempre.
Como dijo una vez un niño, “leer es querer que el mundo no se acabe nunca”.
Jordi Nadal (Lliçà d’Amunt, Barcelona, 1962) es licenciado en filología germánica. Su amor por la literatura y su pasión por el mundo empresarial le han llevado a ocupar algunas direcciones y otros cargos organizativos en grandes grupos editoriales. Empezó su andadura en Vicens Vives y continuó su carrera en Herder (Alemania), Edhasa, Círculo de Lectores, Random House, Planeta Agostini, Paidós, y Plaza & Janés. Nadal es un empresario comprometido, gestor inteligente, definido por sus amigos como un editor singular, director humanista, leal y con una sensibilidad especial para hacer felices a los demás. Entre otros escritos es autor de Todo tan cerca (Poliedro, 2005), Tu nombre (Almuzara, 2008) y El paraíso interior (Plataforma, 2011), alguno de ellos traducido a varios idiomas. En 2007 fundó Plataforma Editorial, que ahora mismo cuenta con más 600 libros publicados, entre los cuales hay de diez autores que han sido Premio Nobel. Nadal no cree en la cultura de lo fácil, y sigue empeñando trabajo y talento a diario por defender su sueño, autodefiniéndose como “un orfebre de su destino”. Su labor continúa a bordo de este Endurance, conducido con un capitán que conjuga fe y envidiable capacidad analítica.
Fundar una empresa editorial en 2007, al inicio de una crisis económica, no parece precisamente cauto. Cuéntanos cómo empezó esta arriesgada aventura editorial. ¿He leído que fue en un garaje?
Uno empieza con energía e ilusión, con miedo y con prudencia, con humildad y con la fidelidad de las cosas que importan, que te hacen de brújula y de guardaespaldas. Tras casi 25 años de empleado, era hora de zarpar (ignorando que iba a empezar la tormenta perfecta económica, y por tanto el miedo era asumible). El garaje es la forma de ironizar sobre la idolatría a Silicon Valley. Yo soy hijo de un mecánico que quiso ser enterrado con el mono de mecánico. Nunca, ni él ni yo, perdimos los orígenes ni, por tanto, la identidad (gracias, Raimon).
¿Cuál crees que ha sido la clave de vuestro éxito, cómo habéis sobrevivido a estos años? ¿Y cómo imaginas los siguientes?
No saber lo duro que iba a ser. Sentir más amor que miedo. Tener más amigos que enemigos. No querer defraudar nunca ni a unos ni a otros. Como dijo René Char en forma de capitán Alexandre desde la resistencia francesa, “el enemigo os teme, no lo defraudéis”. Los siguientes serán años marcados por el reto de intentar seguir haciéndolo bien. Aprender, avanzar, ser artesanos e innovadores.
Tú estudiaste filología germánica. Hay algo férreo y muy determinado en tu forma de trabajar y de hablar. ¿Es herencia de tus días de trabajo en Alemania?
Sin duda, y de mis raíces familiares. Yo trabajo en serio, en serio, desde los 11 años. Y eso marca. Ortega y Gasset le dijo al joven Octavio Paz: “Aprenda usted a pensar. Aprenda griego clásico, o al menos alemán”. Yo no aprendí griego clásico, ni tuve a Ortega como consejero, pero sabía ya francés e inglés, y pensé que el alemán me daría estructura. Parece que, algo, ha funcionado. En alemán, en las frases compuestas el verbo va al final. Como estamos en un país emocional, caliente e impaciente, en el que casi nadie escucha, el alemán te enseña la disciplina de escuchar hasta el fin de la clase o no has entendido nada. Eso es muy inusitado en nuestros pagos tertulianizados.
¿Cómo empezó tu relación con la literatura? ¿Siempre supiste que querías dedicarte a esto?
Me gustaba leer, cómics, primero. Una gran base: sin Tintín, Astérix y Mortadelo sería menos lector. Y, sin duda, luego, los buenos, buenísimos profesores de letras de mi bachillerato me ganaron para la causa. Una persona es su bachillerato en gran medida.
¿Qué buscas en los manuscritos que llegan a la Editorial Plataforma?
Autenticidad y sentido. Que valgan el tiempo que les dedicas y el árbol que fueron. Editamos con papel de bosques sostenibles y plantamos un árbol por cada título publicado. Esto es una iniciativa, hasta donde yo sé, pionera en el mundo (y casi única, creo).
Por cada libro publicado también destináis una parte del presupuesto a organizaciones humanitarias.
Y apadrinamos una escuela. Y lo hacemos, dar el 0,7% de las ventas, no de los beneficios, sino desde el inicio. Y no una vez al año, como otros, con más sentido de la oportunidad (o del oportunismo) hacen. En estas cosas, es bueno tener presente la frase: “El ruido no hace bien, y el bien no (debería hacer) ruido”.
Desde 1978 llevas 1.800 libros leídos, y a cada uno le has dedicado un informe de lectura. ¿Eres los libros que has leído? ¿Qué es leer para ti?
En parte sí, porque sin leer sería impensable ser quien soy. Leer es sentir que todo tiene un sentido en medio de la nada, de la soledad, de la alegría más eufórica o de la derrota más aplastante. Leer es buscar. Es avanzar. Es amar. Es vida. Es hacerse, recomponerse, deshacerse. Es vivir más.
Y la obra Libroterapia, ¿cómo nace?
Con la invitación de un gran directivo (entretanto nos hemos hecho amigos) que me lanzó el reto de pensar un curso para directivos que demuestre la bondad, actualidad, y necesidad de leer más allá de literatura empresarial. Escribí Libroterapia para ordenar las ideas. Y, entretanto, es un curso. Y, además, insisto, como un efecto secundario tremendo, como decía, he ganado un amigo y he descubierto a grandes personas gracias a este libro. Y está el programa de radio, etcétera. ¡Qué efecto más potente para un librito! Para que luego digan sobre el leer que es obsoleto, para minorías, etc. Pero sí, las cosas de calidad pasan, muchas, por ser lector.
Escribiste este libro para los directivos, para ayudarles a ser mejores personas. ¿Existe algo que ponga en conflicto el dirigir una gran empresa con la humanidad?
Sí, el ego, por eso leer, leer bien, si el lector no lee para despreciar ni para ver confirmados sus prejuicios, es una vacuna contra la terrible enfermedad del yomimeconmigomismo. Enfermedad también conocida como “el síndrome del pesebre”. En este mundo, todo el mundo quiere ser en el Belén el Niño Jesús, o la Virgen María o San José. Nadie quiere ser pastor. Alguien tendrá que ser paje, pastor, e incluso mula, ¿no?
¿A qué lectores va destinada preferentemente esta obra?
Gente curiosa, sensible, abierta, valiente, que fue feliz leyendo y quiere celebrar un encuentro y volver a serlo. Creo que Rimbaud dijo que “hay que reinventar el amor”. Lo mismo con la lectura. Hay que reinventar el amor por la lectura y los libros. Es casi tan urgente como parar el cambio climático (y casi igual de difícil). E igual de maravilloso. Luchar por lo que vale la pena, aunque no ganes.
Me ha parecido ver en todos los libros seleccionados en Libroterapia algo en común: humanidad y enseñanzas que hacen progresar.
Es que sin humanidad no vale la pena (casi) NADA. Leer El capote de Gógol es encontrar un cuento que lo cuenta todo (ya lo sabía Canetti). Hay que leer para ser humano y no hacer daño. Si lees, te impregnas del otro. Eres un ser más civilizado (sí, sí, sí, ya sé lo de los nazis y Schubert y Goethe, pero dejémonos de buscar las excepciones, eran una excepción). Si lees empatizando, es más difícil que seas un verdugo o, simplemente, un psicópata.
Mitch Albom y su Martes con mi viejo profesor, o como bien dices, “saber vivir antes de morir”, es el primero de tu lista, el que representa el “vademécum de los grandes temas la vida”. ¿Es el más importante para ti?
No, era orden alfabético, pero elegí uno muy comercial deliberadamente. Los libros comerciales pueden ser muy buenos. Cuando fui director editorial de Círculo de Lectores aprendí a editar para todos los públicos. Es cierto lo que dijo Valle Inclán de que “la democracia también tiene categorías técnicas, señora portera”, pero, al mismo tiempo, todo ser entraña y merece ser respetado y ver respetada su dignidad. Eligiendo buenos libros para todos se hace una gran función social.
De Albert Camus afirmas que no se puede vivir igual tras su lectura. “Ante el absurdo de toda situación injusta, la respuesta siempre es la lucha”. ¿Qué ha supuesto para ti, y en tu oficio, la obra de este hombre “solitario y solidario”?
Sin Albert Camus estaría huérfano de un cierto modo de figura paterna. Es mi norte (para otros lo es o fue Sartre). Qué suerte no ser como ellos. Ya lo dijo Marco Aurelio: “La mejor manera de defenderte de ellos es no parecerte a ellos”. Y Coriolano de Shakespeare, más duro aún, menos humilde aún, dijo, magistralmente, “prefiero servirlos a mi modo que mandarlos al suyo”. Detesto la falsa humildad.
Y regresas a los clásicos, con las Máximas de François de la Rochefoucauld. A ese “repertorio de decepciones”, como lo defines. Aquí podríamos no acabar, pero ¿qué me dice de los Ensayos de Montaigne?
Es la versión zen de la sabiduría. Más grande, más generoso, más completo, más tranquilo, más sabio, más reposado pero La Rochefoucauld era tan cabrón como lo es el mundo, a veces. Es un curso en los marines del pensamiento. Sirve para Vietnam.
Josep Pla y la perfección de los matices. Grandioso Pla. Si me permites te cito: “Pasión por el detalle de la mirada que interpreta y comenta la historia de lo grande y lo pequeño”. ¿Necesario para conectar con la realidad, verdad?
Mira, Pla es tan grande que los que pierden el tiempo desconociéndolo, juzgándolo o despreciándolo son gente que habría que mandarlos a un concurso de tiro con Twitter y que aprendan, más aún, en su doctorado personal del desprecio. Leer a Pla y su frase “yo creo que, en efecto, los almendros son cosa de poesía, figuraciones bellísimas, son cosa de tanta belleza que cuando, en virtud de la fugacidad de las cosas, se produce el desflorecimiento, siento el mismo vacío fundamental que sentí el día que en Cagliari, en Cerdeña, me robaban la cartera” es dar gracias a la Vida que ha dado gente así, con sus particularidades. Hay que distinguir persona y obra, siempre. O casi siempre. Céline era un genio, y quien no lo sepa, pues le diré que “de acuerdo en todo”, porque no vale la pena discutirlo.
Ralph Waldo Emerson. “El hombre verdaderamente grande es aquel que en medio de la multitud mantiene con absoluta gallardía la independencia de la soledad”. El individualismo, a lo americano, ¿es recomendable para triunfar?
Sí, claro, porque en nuestro entorno nos hacemos muy bien y mucha compañía en el fracaso, pero en el mundo de Estados Unidos y anglosajón y en muchos países calvinistas, el triunfar como resultado del esforzarse está más integrado. Además, la historia de Estados Unidos es la historia de un gran país grande, quiero decir, de un gran país y de un país grande. Y quien haya vivido en él lo entiende perfectamente. Triunfar, legítimamente, vale la pena. Si es fruto de un esfuerzo legítimo y personal, es hermoso y una gran sensación. El reto de la vida es embridar la codicia y convertirla en ambición. Triunfar bien está bien. Triunfar mal está mal.
De todos los que has mencionado, viajaré de nuevo a Victor Frankl. Especialmente por esta frase: “¿Puede sorprender que en esas profundidades encontremos cualidades humanas que, en su naturaleza más íntima, eran una mezcla del bien y del mal?” ¿Así que después de todo, e incluso en el horror más absoluto, la libertad puede ser algo a lo que aferrarse?
Sin duda, y te lo dice alguien quien, como la mayoría, ni ha estado en un campo, ni ha sobrevivido a una guerra, ni ha caído en los Andes en 1972 y ha tenido que comer carne humana para sobrevivir. Leer a Frankl es de lo más grande que puede hacer cualquier persona. Por eso me alegra tanto tener dos libros suyos y una gran novela sobre él.
¿Alguno de estos 14 autores que has seleccionado estaría por encima de los demás?
No, son temas de intensidad, pero no de categoría. Sí algunos son más cercanos a mi vida, a la construcción de mi trayectoria personal, Camus, Canetti, pero vamos, leer a Natalia Ginzburg es tremendamente hermoso.
¿Se necesita ser algo obsesivo para llegar donde estás llegando, o se trata de creer?
No sé mucho dónde está la diferencia. Bromas (¿bromas?) aparte. Creer es crear. Y, como digo siempre, “fer em fa” (hacer me hace). De mi madre aprendí el enorme poder de ser trabajador y tener amor propio. Una gran luchadora.
Sigamos en un terreno subjetivo. ¿Qué es la buena literatura para ti?
Aquella que me transforma, la que me hace subrayar (a lápiz) el texto, la que me deja boquiabierto. La que me alimenta, la que me da unas enormes ganas de vivir.
Has dicho en una entrevista que “vamos deprisa porque huimos de nosotros mismos”. Y sueles citar la frase de Fernando Valverde “libros no tienen prisa”. ¿Definirías la prisa como la gran enfermedad de este siglo? Vivir lento, como defendía Josep Pla, ¿qué te sugiere?
Escribí con un amigo un libro titulado Libros o velocidad, en una colección de FCE. Mira, mi catálogo es la suma de mis neuras. Dime qué editas y te diré qué te interesa y de qué careces, en cierto modo. Yo soy tan veloz que intento parar. La velocidad es la gran droga, la gran trampa del siglo XXI. El mundo de internet es el hámster en la jaula, con TDHA, hiperactivo y pasado de cocaína. Paso, es el camino perfecto (y rápido) para la destrucción.
Decía Simon Leys, a quien citas en la obra, que “entre dos cirujanos el que haya leído a Chéjov será mejor persona y por tanto mejor cirujano”. ¿Tú estás seguro de eso?
Sin ninguuuuuuuna duda. Si los dos tienen la MISMA habilidad técnica, experiencia, han dormido lo mismo esa noche antes de operar, etcétera, aquel que empatice con Chéjov sabrá que opera no sólo un cuerpo, sino que hay muuuuuchas cosas en la mesa de operación.
Ambición sí, codicia no. Contra la vanidad, como sugeriría la lectura que haces de Elias Canetti. Y también cierto ímpetu, “actúa como no volverías a actuar”. ¿Qué es ser empresario para ti y dónde está el riesgo?
El riesgo es dejarse seducir por el éxito a cualquier precio. Por el beneficio a cualquier precio. Por dejar la esencia. Por perder el norte. Ser empresario es una extraordinaria ocasión de hacer cosas CADA DÍA. ¿Cuántas personas pueden tomar decisiones, de una cierta relevancia, cada día? Ser empresario cultural es maravilloso, porque aúnas cultura y hacer. Y porque las dos profesiones más bellas del mundo son maestro y médico (ambas en sentido amplio, enfermero/a, etcétera). Pero yo, que no tengo la suerte de ser ni uno ni otro, soy editor, una profesión que, en cierto modo, aúna la belleza de la esencia de ambas.
En tu profesión es fundamental tener criterio, el saber elegir qué es relevante. ¿Cómo intuyes que lo que tienes ante ti, cuando te llega un manuscrito, podría ser un diamante en bruto? ¿Se os ha podido pasar alguna gran obra literaria?
No rompe platos quien no lava platos. Hay dos maneras de no equivocarte: una, editándolo todo (tu catálogo es banal). Otra, para no editar nada malo o menos excelso: no editar nada. Pero hay que tomar decisiones. «Hacer es vivir más» (Vicente Aleixandre). Amén. «We were put on this Earth to make things» (Auden). Requeteamén.
¿Qué libro te hubiera encantado editar?
Muchos. Por ejemplo, los libros de Primo Levi.
Objetivamente, da la sensación de que trabajas en un territorio tan apasionante como competitivo. Cajal decía que sus enemigos “le esculpían”. Y Cela dedicó uno de sus libros a sus enemigos, pues gracias a ellos, afirmaba, llegó donde llegó. En tu camino has cosechado más amigos que enemigos, pero me pregunto cómo esquivas la hostilidad.
No la esquivo. Es inevitable (casi). Cada uno es toro o torero (casi). Cada uno es gladiador (casi). Cada uno intenta ser monje zen. Los enemigos están siempre allí. Más si te va bien. La envidia es un mal con fuerte presencia en todo el mundo. Mala suerte. Cuando un problema no tiene solución se le llama «hecho». Y ya responderemos. Que vengan. Les esperamos. Con los enemigos hay que aplicar, a la inversa, la frase de Séneca sobre la riqueza: “No busco la riqueza, pero la prefiero”. Pues a la inversa. Digamos: “No busco enemigos, si puedo los evito. Pero añado: «Si quieren, que vengan». Como decía el gran René Char (frase previamente expuesta), “el enemigo os teme, no les defraudéis”. Que vengan.
Mencionas a menudo que hay que huir del “yo, me, mí, conmigo”. Hay que pisar con los pies en el suelo, estar pegado a la realidad. Como hacía, por ejemplo, Josep Pla.
Es que la realidad es una enorme escuela de humildad. Sólo con que se te quiebre la salud o la familia rápidamente te das cuenta de lo vulnerables que somos, Por eso hay que abrazar de verdad a la gente que quieres. Dar besos de verdad. Escribir cosas de verdad.
¿A quién pertenece el futuro?
A los valientes y a los poetas. A los niños. A la ternura.
¿Qué sentiste cuando tu hija pequeña te dijo “ya sé leer”?
Que era uno de los momentos más bellos de mi vida. Que tenía una suerte tremenda. Que nadie podría negarme que he sido feliz, del todo, al menos, en ese momento. Clara me ha hecho entender, por vez primera, el verso de Ausiàs March, cantado por Raimon, “jo tem la mort per no ser-vos absent” (temo la muerte para no faltarte).
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