Una biografía sobre su figura trae de nuevo a la actualidad a Clarice Lispector, autora de Cerca del corazón salvaje, 40 años después de su muerte. Este fin de semana, en la portada de Babelia.
La biblioteca Clarice Lispector de São Paulo es un edificio público de hormigón situado en Lapa, un barrio de clase media relativamente cerca del centro de la ciudad. Tiene puertas amarillas y azules por fuera; por dentro, principalmente personas mayores sentadas en media docena de mesas redondas. Casi todo el mundo sabe que la tal Lispector que da nombre al edificio era alguien importante, aunque no todos acaban de ubicarla como la escritora brasileña más traducida y aclamada en décadas. Y nadie responde con la disposición de Lycia, una adolescente de 14 años y enormes gafas de pasta que estaba repasando las estanterías de metal que hay en las paredes. “Creo que la conozco”, dice. Y, tras una búsqueda en Google, muestra el móvil como un trofeo: en la pantalla, varias fotos en blanco y negro de una mujer bella y congelada en un gesto distante, como de estrella del cine de los cuarenta. En cada versión de la foto hay una frase diferente: “El verano está instalado en mi corazón”. “Todo silencio tiene un nombre”. “Mi problema es que nunca fui de gustar más o menos; o gusto mucho o no gusto”. Todas las frases se atribuyen a Lispector, la mujer de la foto, pero pocas lo son. Lycia remata: “Libros suyos aún no he leído, pero creo que me gusta”.
Introspectiva e intimista, enseguida se diferenció del neorregionalismo que dominaba Brasil.
Cuarenta años después de su muerte, Clarice Lispector goza de una tremenda fama en las redes convertida en un icono de la autoayuda adolescente. Para sus lectores más serios, los que defienden que arrancar sus frases del delicado contexto al que pertenecen equivale a quitarles el alma, es solo una anécdota ignominiosa. Para algunos jóvenes es lo que Lispector siempre ha sido. Pero también es un síntoma del complicado legado que la propia escritora, que nunca mostró el menor interés en la vida pública, ha dejado en su país. “Clarice goza hoy de más culto a su imagen que a su obra”, matiza Yudith Rosenbaum, profesora de letras clásicas en la Universidad de São Paulo y autora de dos libros sobre la escritora. “Por no conceder entrevistas, por haberse aislado y haber rodeado su vida de misterio, por preferir el silencio a las charlas, se ha creado un aura de inaccesibilidad de cara a una legión de fans idólatras”. Lispector se ha convertido a lo largo de las décadas en un fenómeno muy difícil de ignorar, pero eso solo ha ido empeorando el problema de la huella que dejó en la literatura brasileña alguien tan difícil de clasificar.
Resulta complicado hablar de Lispector incluso como autora brasileña, porque sus escritos parecen pasar por encima de la realidad terrenal. Una vez en 1969 dedicó unas de las crónicas que escribía en el periódico Jornal do Brasil al tema de la violencia policial (porque unos agentes habían disparado 13 veces sobre un famoso bandido). Su última novela, La hora de la estrella, habla de una chica que, al igual que ella hacía años, viaja del noreste a Río de Janeiro. Y ya. En casi 40 años de producción no hay más referencias explícitas al lugar ni la época que la rodeaban. Solo hay, defiende Rosenbaum, una referencia implícita en algunos textos. “Brasil aún es un país en el que la empleada doméstica ocupa un lugar importante en las familias de clase media y alta. Es un resquicio de nuestra triste herencia colonial”. Y hay varias crónicas de Clarice, publicadas en el Jornal do Brasil entre 1967 y 1973, que hablan de la experiencia de la escritora con sus empleadas: “Los momentos de semejanza y de diferenciación entre ellas revelan unos conflictos de clase que la sociedad brasileña había mantenido ocultos”. La académica recuerda que en la novela La pasión según GH el enredo central ocurre en la habitación de la empleada.
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